Buenos Aires es con certeza una de las urbes más fascinantes que he tenido el placer de visitar en mi corta, aunque fructífera, trayectoria viajera. Su gigantesco tamaño y su lista interminable de lugares de interés, junto con la calidez y el genial humor de sus habitantes harán que probablemente queráis dedicarle al menos una vida entera; y os lo aseguro ya: eso no sería tampoco suficiente. Ya lo sabéis, yo la recorrí incansablemente durante 6 meses y aunque sí considero que la llegué a conocer bastante bien, me faltó tantísimo por ver que no descartaría otra visita a corto plazo. Veremos a ver por dónde nos llevan los derroteros en esta recién instaurada «Nueva normalidad».
Sea como fuere, en los alrededores de esta inmensa mole de asfalto y cemento esperan también muy pacientemente otro interesante repertorio de visitas y puntos más o menos turísticos que incluso valdrían – ningún porteño me oiga – el sacrificio de uno o dos días en la capital. Es mi experiencia personal y también el consejo de mis buenos amigos argentinos, quienes traen consigo esta semana al blog un repaso por algunas de las que, para mí, son las mejores excursiones desde Buenos Aires:
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La Plata.
Sería lógico pensar que la capitalidad de la provincia de Buenos Aires recae en la propia ciudad de Buenos Aires, pero uno estaría entonces equivocado. Tras la decisión de federalizar la capital en 1880 y dotarla de un territorio y unas instituciones “independientes” al resto de provincias de la nación, como lo hicieran con México D.F. y Washington D.C., fue necesario fundar y construir otra ciudad, completamente desde cero, para que oficiara de capital de la provincia. A esa ciudad la llamaron “La Plata“, en honor al río homónimo. Para llegar hasta aquí desde Buenos Aires, lo mejor es agarrar el tren que sale desde la estación de Plaza Constitución y que recorre los 50 kilómetros que separan ambas ciudades en más o menos una hora. Además, ya os lo comentaba en este artículo, los trayectos en tren dentro de la provincia son sumamente económicos y este viajecito os costará menos de 50 céntimos ida y vuelta.

Cuando yo visité La Plata se acercaba Halloween. Fui acompañando a dos de mis amigas de la residencia con el objetivo de comprar los disfraces para la fiesta a la que atenderíamos el 2 de noviembre en el boliche Bayside, Puerto Madero; pues según tenían entendido, allí eran mucho más baratos que en la capital. Conocían muy bien la ciudad porque el novio de una de ellas vivía allí y en breves ambas (eran hermanas) se mudarían para estudiar en la universidad local. Pero al final, aquella excursión no fue más que un pretexto para recorrer un poco la ciudad y que me mostraran las bondades de la capital provincial; al fin y al cabo, en Buenos Aires seguro que hubiéramos encontrado todas las tiendas de disfraces del mundo.
Lo que sin duda más me sorprendió al llegar a La Plata es el nombre de las calles, pues no tienen ninguno. Todas ellas se distinguen por número y así, por ejemplo, la Estación de tren se encuentra en la esquina de la Avenida 1 y la Diagonal 80. Lo segundo más sorprendente es la explicación del porqué: a pie de calle quizá costaría mucho darse cuenta pero si buscáis la vista aérea en Google, veréis que la ciudad es una cuadrícula completamente perfecta, pensada e ideada acorde a los valores racionalistas de la armonía, la utilidad y la geometría que imperaban en el urbanismo de finales del XIX. Quizá, tomando una referencia más cercana, se parezca al conocido plan Cerdà de la ciudad de Barcelona, pero incluso más perfecto. Fueron esas ideas y ese sentido de la eficacia, lo que les llevó también a numerar las calles y abandonar la milenaria tradición del nombre propio. La verdad, será todo lo útil que quieran pero conociéndome, me perdería fácilmente más de una vez y más de dos también.

Así, nuestra corta visita a la «ciudad de las diagonales», de apenas unas 3 horas, consistió en un paseo por las amplias avenidas del centro admirando sus edificios neorrenacentistas y neogóticos, hasta toparnos con la inmensísima Plaza Moreno, justo en el centro de la ciudad (literalmente). En su costado nordeste se levanta el Palacio Municipal de La Plata, donde se encuentra la sede del poder ejecutivo de la ciudad y que fue construido, según he leído, en un estilo neorrenacentista alemán; aunque yo, personalmente, le diría construido en estilo neocolonial pues me recordó mucho al Cabildo de Plaza de Mayo. Justo en el otro costado se encuentra la espectacular Catedral de la Inmaculada Concepción de La Plata, de estilo claramente neogótico, con esos enormes rosetones y puntiagudos pináculos, e inspirada en las Catedrales de Amiens y Colonia. La primera piedra del templo se colocó en 1884, el mismo año de fundación de la ciudad, pero no se completaron las torres hasta más de un siglo después, en 1999, entrando en ese momento en el Top 5 de las Catedrales más altas de América.
La visita a la Inmaculada fue la única que realizamos aquella tarde de octubre y he de admitir que sólo por ver el espléndido interior, ya mereció la pena la excursión. Era a última hora de la tarde, la iglesia se preparaba para cerrar y los feligreses rezagados empezaban a salir ya por la puerta; nosotros éramos prácticamente los únicos visitantes. Allí, había un silencio sepulcral y los últimos rayos de luz se colaban a través de los vitrales multicolor iluminando la nave en preciosos tonos rosados y anaranjados. No pudimos entretenernos demasiado, ni subir al mirador como me hubiera gustado, pero aquel mini recorrido fue más que suficiente para quedarme prendado de la Parroquia e incluirla, sin duda alguna, en mi ranking personal de las más bonitas de Argentina (de las que pude visitar en mi viaje, al menos).


Se hacía ya muy tarde así que, al salir, retomamos nuestro camino de vuelta a la estación de tren y de aquí a la residencia porque a la mañana siguiente tenía que madrugar para ir a clase. Ciertamente, disfruté mucho de la salida pero sí he de reconocer que se me quedó un poco, demasiado corta y superficial y por desgracia, es otro de los puntos a los que al final no me dio tiempo a volver. Aun así, debo recomendaros sí o sí que vayáis a La Plata y que le dediquéis un día completo e incluso dos, si os sobra mucho tiempo, porque vale muchísimo la pena.
Tigre y el delta del Paraná.
Tigre la conocí de la mano de un amigo de la universidad que vivía en Nordelta, una comunidad vecina. Desde un principio, otro compañero de clase italiano (también de intercambio) y yo habíamos mostrado mucho interés por conocer esta localidad, situada en el Delta del río Paraná y uno de los lugares más turísticos de la Gran Buenos Aires. Al final, cuando ya nos hubimos conocido mejor, este primer amigo nos dijo que nos invitaba a comer a su casa y que nos haría un tour privado por el pueblo de Tigre. Nosotros encantados, claro.

El 21 de setiembre agarramos el ferrocarril en la estación de Retiro, la más importante de Buenos Aires. En menos de una hora y de nuevo, por menos de 50 céntimos de euro, nos plantamos en la estación de Tigre. Al salir del tren, recuerdo una marabunta de turistas casi corriendo hacia la salida. ¡Pues era verdad que era un destino predilecto de fin de semana!
Gonzalo, nuestro amigo, venía a recogernos en su coche y nos estaba esperando en la puerta. Mientras atravesábamos el pueblo, callejeando arriba y abajo en dirección a Nordelta para ir a comer, el tercer grado caía sobre Chiara, la novia de nuestro amigo italiano Simone, quien había venido de visita desde Milán y era la novedad en el grupo. Pero cuando llegamos a la entrada de la urbanización donde residía Gonza, nos quedamos todos callados por la sorpresa: Un guardia jurado abrió las barreras y saludó a nuestro conductor; después nos adentramos en una recta carretera arbolada que discurría junto a un canal artificial, donde había atracados algunos barcos de vela y a motor. Al otro lado, se abría una extensa explanada ocupada por verdes campos de golf y al frente, al final de la carretera, se advertía un conjunto de imponentes rascacielos de viviendas. ¿Era allí donde vivía nuestro amigo? La Universidad de Belgrano era privada así que no era de extrañar que nuestros compañeros tuvieran cierta «disponibilidad económica», pero jamás hubiéramos imaginado que alguno viviera en un lugar como ese, el cual sólo habíamos visto en películas. Los tres foráneos nos quedamos mirando medio boquiabiertos, medio intentando disimular nuestro asombro. Las miradas de sorpresa continuarían más tarde cuando subimos al departamento, donde nos abriría una mujer vestida con uniforme y cofia y esperaríamos en el comedor, todo decorado en un limpísimo blanco y con vistas a los canales privados y al delta del río Paraná. No haríamos en todo el día ningún comentario sobre el lujo en el que era evidente vivía aquella familia y a pesar de que yo me moría de ganas, no preguntaríamos tampoco a qué se dedicaban sus padres. Quizá sí hubiera sido de mal gusto hablar de dinero, no lo sé.
Comimos allí mismo, en la urbanización, en un restaurante que resultó pertenecía a su familia y por el que, pese a nuestra insistencia, no pagamos ni un centavo. Tras la comida, nos subimos de nuevo los cuatro al auto y nos dirigimos de vuelta al centro para iniciar nuestro paseo por el pequeño pueblo de Tigre. Nos costó muchísimo aparcar, realmente aquel sábado había gente por doquier. Al final dejamos el coche en un callejón y continuamos a pie. Pasamos por delante del conocidísimo Parque de diversiones de la Costa, que todavía permanecía cerrado por temporada baja y del cual ya me habían dicho mis compañeros de la residencia que teníamos que ir a montarnos en todas las atracciones. No conseguimos cumplir tampoco ese plan pero me lo apunto para la próxima.

Recorrimos el antiguo Puerto de los Frutos durante un buen rato. Junto al lugar donde atracaban antiguamente los barcos llenos de fruta llegados del Delta, abre el concurrido Mercado de los Frutos, hogar de artesanías, accesorios para el hogar, comida y todo aquello que os podáis imaginar. Allí tuve mi primera y única experiencia con los churros rellenos de dulce de leche (nunca pensé que lo diría pero demasiado dulces para mi gusto) y estuve tentado de comprar un mate (se me iba de precio). Caminamos charlando animadamente, envueltos en ese excitante ambiente costero de un sábado por la tarde y al final, terminamos sentados en un banco junto al canal, disfrutando de un mate calentito y haciéndonos fotos al atardecer para recordar aquella magnífica y divertida jornada. La gente a nuestro alrededor recorría arriba y abajo el paseo marítimo de forma despreocupada y los barcos surcaban los canales hasta perderse en el horizonte dorado. Probablemente volvían a sus casas en la desembocadura del Paraná, el segundo río más grande de Sudamérica tras el Amazonas, después de una jornada de pesca o de fiesta en «alta mar». Cuando ya se hubo puesto el sol, Gonzalo nos llevó de vuelta a la estación, que a aquellas horas yacía completamente vacía y volvimos traqueteando a la ciudad.
De nuevo, solamente con la media jornada que le dediqué a Tigre no me alcanzó para conocerla todo lo a fondo que a mí me hubiera gustado; pero ya sólo por disfrutar de su relajado ritmo de vida junto al río y de esos espectaculares atardeceres, valió la pena el trayecto y es por lo que vosotros tampoco os podéis perder esta visita. A continuación os dejo además algunos planes extra para hacer en Tigre, que por falta de tiempo yo no pude completar pero que me los recomendaron muchísimo mis amigos:
- Llegar a Tigre en barco desde Puerto Madero, disfrutando de la brisa del Río de la Plata y el skyline de Buenos Aires y los pueblos costeros.
- Llegar a Tigre en el Tren de la Costa, avistando desde las ventanas los paisajes del Río de la Plata y el Delta del Paraná.
- Recorrer el exuberante Delta del Paraná, saltar entre sus islas y admirar las residencias privadas de sus vecinos. En el puerto de Tigre hay una infinidad de compañías que ofrecen este tipo de excursiones, lo mejor es ir a los stands, preguntar y comparar; pero si preferís reservar online, os dejo el link a una compañía local.
- Pasarlo en grande en el Parque de la Costa.


Colonia del Sacramento.
De estas tres excursiones, la de Colonia del Sacramento era la única que tenía en mente hacer ya desde antes de llegar a Buenos Aires. Ocurrió que un día navegando por Instagram, vi una foto del pueblo e investigando un poco, descubrí que estaba cerquísima de la capital argentina y que se podía recorrer fácilmente en una excursión de un día. Desde entonces me aferré a esa idea y finalmente, el 10 de diciembre, pude cumplir otro sueño viajero más y disfrutar de uno de los días más especiales de todo el viaje a Argentina. Si por desgracia tuvierais muy poco tiempo y sólo pudierais realizar una de las excursiones de este post, apostad sin dudarlo ni un segundo por Colonia del Sacramento, no os arrepentiréis.

Como ya os conté en los artículos «Presupuesto para viajar a Argentina e irse de Erasmus» y «Algunos consejos básicos para viajar a Argentina«, la excursión a Colonia del Sacramento parte desde Puerto Madero en un barco que os dejará, en menos de una hora y media, en el puerto uruguayo y es muy recomendable, además, que paguéis por el pack «traslado+visita guiada» porque sale mejor de precio. Otra recomendación es que, si habéis comprado una SIM argentina, contratéis un día de roaming porque sino os quedareis sin Internet todo un día entero, como tristemente me pasó a mí. Además, ya que sale al mismo precio, yo aprovecharía para tomar la primera salida de la mañana (08:00h) y la vuelta a última hora de la tarde (21:00h) y disfrutar de un día completo en Colonia y de uno de sus mayores atractivos: la puesta de sol.
La visita guiada comienza en el mismo puerto y dura más o menos unos 45 minutos. Con el o la guía, recorreréis el paseo costero, pasando por delante de la antigua Estación Ferroviaria, hasta el casco viejo de Colonia. Entrando a través de su enorme pórtico, a tan sólo dos pasos sobre la calle empedrada, ya se nota esa magia; ese misticismo que desprenden las ciudades coloniales del Caribe y Latinoamérica, que enamora desde el primer instante y que queda en la memoria para siempre. Después el paseo continúa en la Plaza Mayor y en la Plaza de Armas, donde se encuentran las ruinas de la antigua Casa de los Gobernadores y se termina en el interior de la histórica y sencilla Basílica del Santísimo Sacramento, la más antigua de Uruguay, construida en 1680 (aunque lo que vemos hoy en día es la reconstrucción de 1830). A pesar de ser altamente recomendable y realmente fascinante, la visita guiada “sólo” nos sirve para ponernos en contexto y situar la historia del pueblo uruguayo dentro de la fragua colonial entre las Coronas Española y Portuguesa.

Colonia del Sacramento nació en 1680 y curiosamente es la única ciudad uruguaya fundada por la Corona Portuguesa. ¿Recordáis de las clases de historia el famoso Tratado de Tordesillas, que repartía las conquistas de ultramar entre las monarquías española y portuguesa? Pues resultó que las tierras de Colonia se encontraban justo en la linde de esa línea imaginaria que dividía las tierras de ambos reinos, lo que la convirtió en un punto candente que suscitó innumerables conflictos navales. Durante casi 100 años desde su fundación, las invasiones por parte de españoles y portugueses se sucedieron hasta que, en 1777, pasó a formar parte definitivamente de la Corona Española. La consecuencia de todo ello es el interesante batiburrillo arquitectónico que se da entre las influencias de ambos países. Es muy común ver dos casas adosadas, la primera más baja y con techo a dos aguas, propia del estilo portugués y la segunda, más alta y con techo en forma de terraza, de estilo español. Gracias a todo este legado histórico, la ciudad fue declarada, muy merecidamente, Patrimonio de la Humanidad en 1995.
De toda esta herencia cultural también se desprendieron 8 museos históricos, para cuya visita se puede comprar una entrada conjunta (sólo con pesos uruguayos) y que vale mucho la pena recorrer a vuestro aire y sin prisas. Para mi gusto, es imprescindible que los visitéis todos y profundicéis bien en el legado de Colonia, para lo cual, con tres o cuatro horas tendréis más que suficiente. Por desgracia, durante mi visita, el Museo Naval y el Museo Indígena estaban cerrados y sólo pude visitar 6 de los 8 museos, aunque así tendré dos razones más para volver a este preciosísimo pueblo; ¡pensemos en positivo! De entre los seis museos, mis favoritos fueron: el Archivo histórico, que recoge el testimonio de 15 vecinos del pueblo antes de la declaración de la UNESCO y el Museo Portugués, donde se relata el modo de vida durante las ocupaciones portuguesas. A parte de ello, es muy recomendable también que subáis al Antiguo Faro de Colonia pues desde su mirador hay unas vistas fantásticas del puerto y del centro histórico.

A las cinco de la tarde, tras finalizar todas las visitas, decidí darme un descanso y salí caminando del casco antiguo. Mi idea era encontrar alguna playa donde sacar la toalla, que con tanta picardía y premeditación había incluido en mi mochila, tumbarme y quizás darme un chapuzón en las frías aguas del Atlántico (también había metido un bañador). La playa sí la encontré: la Playa urbana del Rowling. La toalla en la arena sin problema, check. Además con la ventaja de encontrar WIFI gratuito y poder conectarme por primera vez en todo el día. En cuanto a lo del baño, fue una decepción. Y es que, a pesar de llevar en Argentina más de 4 meses, no había caído en la cuenta hasta entonces de que el Río de la Plata seguía sin ser el Atlántico; era eso: un río. Y como tal, la verdad es que no estaba demasiado limpio, se acumulaban en las orillas los restos de juncos, algas y también basura que la corriente arrastraba desde kilómetros arriba. Además, el agua estaba caliente. Me metí sólo hasta la cadera y con eso fue suficiente. Después, me aclaré en la ducha pública de la playa y me tumbé a descansar un rato en la sombra. A pesar del chasco, la verdad que fue una alegría quitarse de encima aquel calor de principios de verano.
A unas dos horas de mi partida, agarré de nuevo mi mochila y remonté el camino hasta el centro histórico. El momento sobre el cual había leído tanto y que llevaba esperando todo el día se acercaba. El sol empezaba a bajar y a teñir las fachadas con sus rayos rojos y dorados. El pueblo había quedado prácticamente desierto y tenía para mí solo sus calles empedradas y sus edificios centenarios. No creo que pudiera llegar a describir con palabras cuan bello era aquel lugar durante el crepúsculo, sería mejor que lo vierais y lo experimentarais vosotros mismos en persona, pero una cosa sí os diré: con seguridad es el atardecer más espectacular que he contemplado y valdría la pena cada céntimo que se paga por la excursión sólo por ese momento.


Un poco antes de la puesta del sol, me dirigí al centro de la ciudad en busca de un supermercado. Mis compañeros de residencia me habían pedido que les comprara mate, pues la hierba era mucho más barata en Uruguay que en Argentina, así que cargué la bolsa que había traído y volví caminando al puerto. Allí, sentado en un tronco frente al mar, el sol me dedicó su último adiós y algo más tarde despediría mi fantástico día mientras surcaba las aguas plateadas de vuelta a Buenos Aires.
Bonus track.
La Plata, Tigre y Colonia son realmente las 3 únicas excursiones que yo hice desde Buenos Aires, si no contamos las mini escapada a las Cataratas del Iguazú y Córdoba; pero en absoluto son las únicas opciones de turismo y aventura que se pueden llevar a cabo en un día o dos partiendo desde la París Latinoamericana. A continuación, os voy a compartir un par de visitas más, que mis amigos insistieron bien en recomendarme pero que de nuevo por falta de tiempo, no pude realizar:
La República de los niños.
Muy cerca de La Plata abre otro de los grandes atractivos de la ciudad: la conocida como República de los niños. Se trata de un parque temático diseñado para el turismo en familia, en el que los niños tomarán las riendas de una república imaginaria y conocerán los entresijos de la vida política y la democracia argentinas, gracias a las diferentes actividades, atracciones y espectáculos del recinto. Se trata de una idea muy innovadora introducida en los 50 por el entonces Gobernador de la Provincia y que constituyó el primer parque temático de América. Corre incluso el rumor de que Walt Disney se inspiró en el diseño de la República para el primer Disneyland de California. Personalmente, creo que es un plan alternativo muy curioso e instructivo, a la par que divertido, perfecto para salir un poco de la rutina de la gran urbe argentina. Para saber más sobre el parque, sus horarios y tarifas, consultad su página web oficial.
Turismo de quintas y estancias.
Una quinta, casa-quinta o estancia es una antigua casa de campo o granja, que tradicionalmente había sido la edificación principal de un campo de cultivo o finca ganadera y que se ha reconvertido en la actualidad en una residencia turística. Es lo que conoceríamos en Catalunya como “Masia” o en el norte de España como “Caserío”. En Argentina es muy común disponer de una de estas quintas para ir a pasar el día al campo, organizar un asado y compartir un día con amigos y familia. Algunas de ellas disponen incluso de piscina y otras han sido reconvertidas en casas-museo con exposiciones sobre alguna parte de la cultura argentina. Lo mejor es navegar un rato por Internet y alquilar aquella que más os guste; en la Provincia de Buenos Aires hay cientos y cientos de ellas. Uno de mis compañeros de residencia, por ejemplo, alquiló junto con sus compañeros de clase una estancia con piscina para ir a celebrar su graduación de la universidad. Y en Civitatis seguro que también podréis encontrar alguna excursión privada a este tipo de fincas.
Todas estas actividades y seguro que muchas más son las que os esperan en la gran Provincia de Buenos Aires, en la maravillosa y rica Argentina. Ojalá poder volver pronto para seguir recorriendo y descubriendo nuevos rincones del que ya es uno de mis países favoritos. Si habéis realizado alguna de estas excursiones o conocéis otros planes que hacer desde la capital, no dudéis en dejarme un comentario.
¡Hasta la próxima viajeros y viajeras, chauuu!
Mira tu!! Que después de seis meses aún quedaron cosas que no pudiste conocer y es que ¡Caramba!, Ahora solo quiero volver y volver. Yo estuve ahí el pasado enero, pero solo pide durar tres días .. tres efímeros días que apenas me dieron una probadita de muy poco de lo que hay ahí, y aún así me quedé absolutamente enamorada de Buenos Aires. Incluso sigo diciendo que es la ciudad más impactante en la que he estado nunca. En fin, gracias por compartir toda esta información con la comunidad bloguera. Te sigo desde ya 😉
¡Desde luego! Creo que llegué a conocer la ciudad bastante bien y aproveché realmente los 6 meses pero sí, sí que se me quedaron algunas cosas por ver y sí comprendo lo que dices, yo también querría volver ya mismo porque – ya lo has comprobado – Buenos Aires engancha. Sí, comparto tu opinión sobre la ciudad, para mí también es uno de los destinos que me ha dejado más huella.
Muchísimas gracias a ti por leerme, por tu comentario que me ha hecho mucha ilusión y gracias por apoyarme con tu suscripción.
¡Pasa un día genial!
También pasa un día genial!! 🙂