Para la tercera entrega de este repaso barrio a barrio de la ciudad de Buenos Aires y tras Monserrat y San Nicolásnos desplazamos hasta la vertiente sureste para descubrir tres de las zonas más coloridas, alegres y enérgicas de la urbe argentina: Boca, San Telmo y Puerto Madero.

Boca.

Del famosísimo barrio de La Boca se dice que fue el lugar donde el expedicionario Pedro de Mendoza fundó el Fuerte de Santa María de los Buenos Aires en 1536, lo que constituyó el primer asentamiento humano en el Río de la Plata y un primer intento de la creación de la actual Buenos Aires. Digo un primer intento porque los conquistadores siguieron navegando río arriba y prácticamente abandonaron el fuerte a merced de animales salvajes y pueblos autóctonos que lo devastaron en repetidas ocasiones. Así, no fue hasta 1580 cuando Juan de Garay fundó realmente la ciudad – por entonces pueblo – de Buenos Aires.

En cualquier caso, la Boca continuó estando habitada y funcionando como puerto natural, pues su ubicación estratégica en la boca de varios riachuelos que desembocaban en el Río de la Plata (de ahí su nombre) era clave para el control comercial de la zona. Pero el crecimiento más importante en su población no llegó hasta finales del siglo XIX, cuando cientos de inmigrantes italianos, sobretodo genoveses, empezaron a atracar en estas costas pantanosas y a instalarse a sus anchas en casuchas de madera y chapa. Esta comunidad llegó a ser tan grande que incluso decidieron enviar una carta al rey italiano asegurando haber constituido la «República de Boca«. Evidentemente, cuando el presidente argentino se enteró de esto, mandó a alguien a entablar conversaciones con los vecinos y todo quedó en una anécdota histórica. Pese a ello, los sabores y sentidos italianos consiguieron permanecer y hacer de este barrio lo que conocemos ahora. El colorido brillante de las fachadas, por ejemplo, se debe a la nostalgia de los vecinos y a su afán por traer una pizca del aire y apariencia de su amada patria.

Incluso así, el barrio de La Boca, lejos del centro, siempre se había considerado una zona «marginal» y degradada, donde convivían la pobreza y la criminalidad, especialmente después del cese de la actividad portuaria en los 70. Pero a partir de los 90 y con la llegada de los primeros turistas internacionales se empezó a revitalizar la zona hasta convertirse en el barrio turístico por excelencia que conocemos ahora y realmente es el único lugar de la ciudad del que puedo decir me llegué a sentir incluso agobiado por las masas.

Paseo Marítimo.

Muelles de La Boca

El subterráneo solamente llega hasta San Telmo así que para acercaros a La Boca tendréis que agarrar un colectivo, muy probablemente el 152, que cruza la ciudad de punta a punta y tiene su última parada aquí. Frente a la pequeña estación de autobuses se abre el paseo marítimo, desde el que se pueden admirar los antiguos muelles de carga y almacenes pintados en la característica paleta del barrio y a la izquierda, el aún más famoso puente transbordador Nicolás Avellaneda. Este gigantesco armatoste de metal fue construido en 1914 para conectar las dos orillas del Riachuelo y estuvo transportando pasajeros, automóviles y tranvías hasta 1960. Pese a los planes de desmantelamiento, la comunidad consiguió conservar este icono galvanizado y en la actualidad es uno de los 8 únicos puentes de su tipo que quedan en el mundo y el único en todo el continente americano. Además, en 2017 y tras un periodo de reacondicionamiento volvió a ponerse en marcha, así que aprovechad para mirar con atención porque se trata de una experiencia prácticamente única.

Museo de Bellas Artes Benito Quinquela Martín.

Museo Benito Quinquela Martín

¿Os acordáis del fundador del club literario del Café Tortoni? Pues sí, efectivamente Benito Quinquela Martín nació aquí en el barrio de La Boca a finales del siglo XIX. Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento pues fue abandonado por sus padres a la entrada de un convento de monjas, donde residió 7 años y tras los cuales fue adoptado por los dueños de una carbonería. Forzado a abandonar sus estudios muy joven, trabajó para sus padres en la carbonería hasta los 20 años, momento en que retomó sus estudios, se apuntó a clases nocturnas de dibujo y consiguió hacer un par de exposiciones locales, lo que marcó el inicio de su extensa y fructífera carrera artística. El recuerdo de sus primeros años trabajando con el carbón y esa visión terrenal del obrero y del costumbrismo portuario le acompañaron toda su vida y marcaron buena parte de su obra, que hoy podemos ver en este museo dedicado a su memoria. No sólo la suya, pues uno de los requisitos para ceder los terrenos al Gobierno de la Ciudad en que se asienta hoy el museo, fue la construcción de una escuela infantil y un taller y espacio de exposiciones donde todos los artistas argentinos pudieran exponer. De este modo, la colección actual se compone de multitud de pinturas y esculturas figurativas que al igual que las de Benito, reflejan la vida cuotidiana de los argentinos desde finales del XIX hasta nuestros días.

Museo Benito Quinquela Martín

Pero la visita no se queda ahí, pues en el último piso abre la que fuera la antigua casa-taller del artista, donde podemos ver una selección de sus objetos personales y un poco más arriba, en la terraza, se expone una impresionante colección de esculturas con la misma temática que en el resto del museo. Y es también desde esta zona elevada, desde donde se tiene una de las mejores vistas del Barrio de la Boca. ¿Necesitáis alguna razón más para venir a visitarlo?

Terraza de esculturas del Museo Benito Quinquela Martín

Caminito de la Boca.

A pocos metros del museo, empieza la que probablemente sea la calle más famosa y también más concurrida de toda la ciudad y del país entero: Caminito. Hasta finales de los años 20 lo ocupaba la antigua línea ferroviaria que conectaba con la ciudad de Ensenada, pero con la incipiente desaparición de la actividad portuaria, fue clausurada y abandonada a su suerte. No fue hasta los 50 que – de nuevo – Benito Quinquela Martín, junto con la comunidad local decidieron recuperar los terrenos y convertirlos en la exposición peatonal multicolor que se puede disfrutar en la actualidad. El nombre de Caminito tampoco es casual pues le fue dado en honor al precioso tango homónimo (podéis escucharlo aquí) que compusieron Juan de Dios Filiberto y Gabino Coria Peñazola en 1926 y cuya letra proviene de un poema escrito por el mismo Gabino en 1903.

Caminito de la Boca, Buenos Aires

Lo cierto es que es una maravilla pasearse una y tantas veces como se pueda para absorber esa pura esencia argentina y dejar grabada en la retina ese despliegue de colores pintados en las paredes metálicas de los conventillos y edificios del barrio. Si os lo estáis preguntando, un «conventillo» es lo que se conocía antiguamente como casa de huéspedes en esta región sur del continente americano y el barrio de la Boca tiene algunos de los más bellos y curiosos de la ciudad como el Museo Conventillo de Marjan Grum o el preciosísimo Conventillo Histórico 1881 – Centro Cultural de los Artistas, de obligada visita. De rigor es también la entrada al Punto Caminito shopping, un inmenso bazar cubierto donde podréis encontrar mil y un souvenirs que llevar a vuestras familias y algunas placas informativas con la historia del barrio. 

Interior del Conventillo Histórico 1881

Estadio Boca Juniors.

Para la siguiente parada del recorrido, hay que alejarse un poco de la zona de Caminito y seguir todo recto dirección norte. A medida que dejamos atrás el barullo turístico se nos abre por delante el verdadero corazón del Barrio de la Boca. Los colores persisten pero se hace el silencio; aunque dura poco porque, de pronto, la melodía lejana de un tango o quizá de un cuarteto se te cuela en los oídos. Después se despliega una humareda blanquecina; en la terraza de un bar están avivando el fuego y sacando la carne y los choripanes para un asado. Todavía se respira en el ambiente esa humilde tranquilidad de una zona que no lo ha pasado del todo bien pero que poco a poco comienza a remontar y tiene ansias por disfrutar de la vida al máximo.

Al final de la calle, uno se topa de morros con «La Bombonera«, el estadio del Club Atlético Boca Juniors. Lo que llama sin duda la atención es su inmenso tamaño que contrasta y sobresale por encima del resto de edificios del barrio, que apenas superan los 4 o 5 pisos. Personalmente he de decir que no me interesa demasiado el fútbol y por ese motivo decidí no visitarlo, pero para los amantes de este deporte imagino que será imprescindible recorrer la icónica cancha azul y dorada y visitar el museo de la Pasión Boquense. Lo que quizá no deberíais perderos tampoco es el histórico enfrentamiento Boca VS River Plate, definido por el periódico británico The Sun como la «experiencia deportiva más intensa del mundo» y por The Observer como «el primero de las 50 espectáculos deportivos que ver antes de morir». He de admitir que, leyendo estos titulares, me arrepiento un poco de no haber ido a ver ningún partido, ni que fuera por pasar un rato animado con mis amigos; pero ¿qué se le va a hacer?, a la próxima será.

Estadio del Club Atlético Boca Juniors, Buenos Aires

A propósito de ello, ¿sabíais que el Club Atlético River Plate nació también en La Boca? Resulta que, a pesar de encontrarse actualmente en el barrio de Belgrano, el club rojiblanco se fundó aquí en 1901, cuatro años antes que su rival y me pareció curiosísimo descubrir que prácticamente habían sido vecinos y hermanos, con lo efectivamente competitivas que son ambas aficiones entre sí, aunque ¿qué hermanos no se pelean, no?

De vuelta al puerto, ya sólo me quedaba una parada en este recorrido semi-circular: La Fundación Proa. Desgraciadamente, en la jornada que dediqué al barrio de la Boca muy al principio de mi viaje no me quedó tiempo para visitarla y al final se me acabó quedando en el tintero; pero para la próxima vez es imperativo que vuelva y recorra este centro súper recomendado de arte moderno, fotografía, video, diseño y música electrónica. Lo que sí hice y os recomiendo también es subir a la cafetería-restaurante de la última planta, desde cuya terraza hay unas vistas fabulosas del puerto, del Museo Benito Quinquela y del Transbordador.

Vistas desde la Fundación Proa

Tango en la Usina del Arte.

Si bien sólo dediqué ese día a visitar en profundidad el barrio, estuve en la Boca en más de una ocasión y en el mes de agosto tuve la suerte de asistir a un evento único, profundo reflejo de la tradición argentina: el Festival y Campeonato Mundial de Baile de Tango. Este acontecimiento se celebra cada año en la ciudad desde 2003 y en él compiten más de 500 parejas en dos modalidades diferentes: el Tango de Pista y el Tango de escenario. Pues en aquella ocasión, me acerqué al Auditorio Pullman de la Usina del Arte para disfrutar gratuitamente de las semifinales del Mundial que fueron acompañadas por el famoso grupo «Los Herederos del Compás«. Aunque me encontraba bastante lejos del escenario, fue un espectáculo extraordinario, que si viajáis en las fechas apropiadas, recomendaría a todo el mundo.

Los Herederos del Compás
Semifinal del Mundial de Tango

Y aunque no se celebró en la Boca, al día siguiente disfruté también de un pase del fantástico dúo Asato-Pais en el Espacio Cultural Julián Centeya, en el marco del mismo festival, que nos deleitó con una increíble selección de tangos tradicionales. El broche perfecto a un fin de semana tanguesco y al tour por el barrio, que se dice, lo vio nacer.

San Telmo.

Justo pegado a la Boca y subiendo hacia el norte, se encuentra San Telmo, sin duda alguna, el barrio más bohemio de toda la ciudad. Sus apenas 9 manzanas cuadradas albergan galerías de arte, talleres de artesanía, teatros, mercados gastronómicos, tiendas de antigüedades y museos, todos enclavados en antiguos caserones coloniales que estuvieron habitados, tiempo atrás, por la élite de la ciudad. Sí, pareciera mentira, pero hasta finales del siglo XIX San Telmo era una de las zonas residenciales más exclusivas de Buenos Aires; lo fue concretamente hasta 1871, cuando un brote severo de Fiebre Amarilla obligó a los acaudalados patricios a mudarse más al norte. A partir de entonces, los europeos recién llegados y las familias más humildes empezaron a ocupar y a hacinarse en las antiguas mansiones, convirtiendo muchas de ellas en conventillos. La situación era tan precaria que incluso se consideró echar a bajo el barrio entero, pero finalmente, en los 70, se tomó la decisión de conservar el patrimonio arquitectónico e histórico y con él, permanecieron también los colores, los olores, los sabores y la música que los nuevos vecinos habían traído consigo.

Plaza Dorrego.

Visité San Telmo por primera vez el domingo 1 de diciembre de 2019, sin más pretensión que recorrer sus callejuelas y pasar una tarde entretenida. Mi amiga Rocío me acompañó. Agarramos el subte hasta Plaza de Mayo y de ahí bajamos caminando. Nos acercábamos a Plaza Dorrego, la segunda más antigua de Buenos Aires tras Plaza de Mayo y centro neurálgico del barrio, cuando empezamos a oír música de ritmos caribeños. Habían cortado algunas calles y la gente campaba a sus anchas, charlando animadamente. Se respiraba un excitante ambiente festivo que amenazaba con explotar en cualquier momento. Un poco más adelante, nos topamos con una inmensa comparsa que remontaba la calle Defensa hacia el sur; había tamborileros vestidos con máscaras africanas, bailarinas engalanadas con ropajes tradicionales multicolor, hombres batiendo enormes banderas… no eran las fechas correctas pero parecía que estuviéramos de carnaval. Hicimos algunas fotos y nos dejamos llevar por las buenas vibraciones de la celebración hasta Dorrego, donde al parecer cada domingo se levantan los puestos callejeros de la Feria de Antigüedades. Compré un par de imanes y un precioso – aunque me dijeron que carísimo – diario de viaje hechos a mano, disfrutamos de una pequeña muestra de tango callejero y poco a poco, todavía con el retumbe de los tambores de fondo, nos fuimos alejando de vuelta a la boca de metro.

Tango en San Telmo

Ahora, casi 6 meses después, revisando las fotografías e investigando para este mismo artículo, averiguo que, efectivamente, no había sido un desfile de carnaval sino la séptima llamada anual de Candombe en el barrio de San Telmo. Y descubro al mismo tiempo que el «Candombe» es una manifestación músico-religiosa de origen angoleño que llegó al Virreinato del Río de la Plata a finales del siglo XVIII, concretamente al puerto de Montevideo, de la mano de los esclavos africanos, quienes empezaron a utilizar la danza como medio de expresión frente a los colonos españoles y portugueses; y que junto al tango, con el que comparte raíces, fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en el año 2009. ¡Pero qué suerte he tenido en este viaje! Disfrutar de aquella increíble exhibición cultural fue todo una enorme y maravillosa casualidad y es que, sin quererlo, estuvimos en el sitio adecuado, en el momento preciso. Nunca me cansaré de dar las gracias por esta MARAVILLOSA experiencia Erasmus.

Candombe en el Barrio de San Telmo

Iglesia de Nuestra Señora de Belén.

Un par de semanas más tarde y a pocos días de dejar la ciudad y volver a casa, retomé la visita al barrio de San Telmo. La inicié de nuevo en la Plaza Dorrego, a la que no dediqué demasiado tiempo y seguí adelante caminando sin rumbo alguno. Me colé por la calle Humberto 1º y me planté casualmente en la puerta de la magnánima Iglesia de Nuestra Señora de Belén o Parroquia de San Pedro Telmo. Descubrí entonces que se trataba de una de las iglesias más antiguas de la ciudad, cuya construcción inició la orden de los Jesuitas en 1734. Treinta años más tarde, la Corona Española tomaría la decisión de expulsarlos de sus dominios y la construcción quedaría incompleta hasta 1876. El paso de los años y el devenir de las distintas corrientes artísticas hicieron que la fachada principal y sus dos hermosas torres laterales presenten ese curioso estilo ecléctico medio colonial, medio barroco con tintes andaluces que le dan los azulejos de color azul claro.

Fachada de la Parroquia de San Pedro Telmo

Subí la escalera de mármol y crucé el umbral de la puerta principal. Lo que sin duda destaca del interior es la simpleza del espacio así como la blancura y lisura de las paredes, que contrastan bastante con la riqueza decorativa del exterior y también con los tonos dorados del altar y de la línea de las molduras de las paredes y la cúpula central; los únicos toques de color de la sala. Ese contraste es el mismo que en San Ignacio de Loyola, en el barrio de Monserrat, pero la sensación es distinta: no hay completo silencio, ni reconozco las referencias en mi imaginario más cercano; al contrario, siento que acabo de entrar en una iglesia colonial en alguna isla perdida del Caribe; ¿serían los ritmos del Candombe que todavía resonaban en mi memoria? ¿Quién sabe?, pero tampoco me entretuve demasiado en este punto y seguí adelante.

Galería del Viejo Hotel.

Al final de la calle decidí torcer a la izquierda y seguir vagando, ahora completamente embelesado con las sombras y los tonos dorados que la caída del sol estaba empezando a crear en los muros de las antiguas mansiones coloniales. De pronto me fijé en el bajo de un edificio a mi izquierda. Las puertas dobles de rejilla metálica estaban abiertas y unas escaleras llevaban a un patio interior de azulejos cuadrados azules y blancos; llegaban los recortes de una animada conversación y el chin de unas copas contra la mesa. Me asomé con curiosidad y en ese preciso momento un hombre de pelo blanquecino y cara de ser el dueño del lugar salió de una habitación y se me quedó mirando. Muy nervioso y sin saber si aquello era allanamiento de morada pregunté: «¿se puede entrar?»; «adelante, adelante». «Buuf menos mal». En el centro había unas mesas bajo un parasol y un grupito de amigos tomaban algo. Unas pobladas enredaderas subían por la pared derecha y de la izquierda había macetas colgadas, como lo hicieran en aquel viejo hotel en el centro de Barcelona. Aquí, las habitaciones que daban al patio y al pasillo de la planta superior estaban abiertas y resultaron ser mini talleres de joyas, ropa y objetos decorativos. Era como una especie de invernáculo creativo, escondido en medio de las callejuelas de San Telmo. Me entretuve un rato mirando indiscretamente a los artesanos trabajar a través de las ventanas; hice algunas fotos y salí pensando que, de tener más tiempo, no me importaría en absoluto pasar una agradable tarde allí a la sombra tomando algo con mis amigos, en la conocida como Galería del Viejo Hotel.

Atardecer en San Telmo
Galería del Viejo Hotel en San Telmo

Mercado de San Telmo.

En la esquina, torcí de nuevo a la izquierda y continué caminando. Seguía sin saber a dónde iba pero otra vez volví a toparme con aquello que andaba buscando… En la esquina de Bolívar con Carlos Calvo se emplaza el conocidísimo y recomendadísimo Mercado de San Telmo. Este conjunto de vigas, columnas y arcos de metal fue inaugurado en 1897 para abastecer a los nuevos vecinos del Viejo Continente y a los viejos vecinos del Nuevo Continente, habiendo sido diseñado por Juan Antonio Buschiazzo, curiosamente la segunda persona en obtener el título de arquitecto en Buenos Aires. Y allí sucedió que mientras entraba, volvía a casa por un segundo. Yo sé que no debería pero es imposible resistirse a la comparación porque el estilo y la inspiración de la construcción son claramente de origen modernista, como también lo es la techada del Mercat de la Boqueria. La diferencia era que allí los turistas no habían conseguido secuestrar el espacio como sí lo hicieron en Barcelona y todavía se mantenía ese concepto que tanto odio pero que sí es cierto en algunos sitios ha pasado a estar demodé: la autenticidad.

Mercado de San Telmo

Los puestos de verdura, carne y pescado seguían vendiendo productos frescos y se mezclaban con los puestos de comida tradicional y dulces caseros así como con los de antigüedades, en la parte trasera de este. Era como si a mi querido Mercado de las Pulgas le hubieran sumado una sección de catering con pizzas, café y cerveza artesanal. Lo confieso, no pude resistirme y acabó cayendo un alfajor de coco. Mmmmmm… al final tuve que salir de allí, claro, quería poder llegar a final de mes y volver a casa con unos mínimos ahorros; pero si pasáis por San Telmo y estáis buscando dónde comer, sí que no os podéis perder este jardín de las delicias argentinas.

Alfajores en el mercado de San Telmo

Estatua de Mafalda y Paseo de la Historieta.

Salí por una de las puertas laterales y seguí hacía el norte. Cruzando la Avenida Independencia, en la siguiente manzana y atraído por un mural en la pared, giré a la derecha y seguí caminando por aquella calle empedrada hasta que, de pronto, me encontré con el punto más famoso del barrio e icono de toda una generación: el monumento a Mafalda y a sus amigos Susanita y Manolito. Como ya vimos en Colegiales, hay muestras, dibujos, estatuas y guiños a este personaje universal de la cultura argentina por toda la ciudad, pero sin duda, este será el más conocido y fotografiado por todos los turistas internacionales. Lo que quizá no sepa tanta gente es que estas esculturas no son únicas en su especie sino que marcan el inicio de una ruta de varias cuadras que recuerda y conmemora a los protagonistas de los tebeos y tiras cómicas más populares de Argentina. Yo tampoco lo sabía entonces, pero fijándome en la placa del suelo bajo el banco de Mafalda, descubrí que indicaba la posición de otra figura a pocos metros de allí. Evidentemente, con lo curioso que soy tuve que seguir caminando y al final me vi saludando a todos y cada uno los homenajeados. Terminé en Puerto Madero, disfrutando de un choripán y una puesta de sol frente a la Reserva Ecológica Costanera Sur. He de decir que nunca he sido una persona de leer tebeos y la verdad, no me sonaba ninguno de los personajes de la ruta, pero aquella fue una maravillosa y curiosa forma de cerrar el recorrido por San Telmo y ponerle punto y final a otro increíble día en Buenos Aires. Si vosotros también queréis realizar este tour, conocido como Paseo de la Historieta, os dejo el link a una página web del Gobierno de la Ciudad con la posición exacta y el nombre de cada personaje, aunque avisaros de antemano que no todas las estatuas permanecen en pie todavía y que algunas de ellas, por desgracia, no están en muy buen estado.

Inicio del Paseo de la Historieta, San Telmo

Puerto Madero.

Como el Manhattan de Buenos Aires, la isla de Puerto Madero es el distrito más de moda en la ciudad, donde se concentran los bares y restaurantes más chic, los hoteles de 5 estrellas, las boutiques de alta costura y una interesante oferta cultural que mantendrá a cualquiera entretenido día y noche. Pero a diferencia del centro neoyorquino, Puerto Madero se construyó mediante la creación de varios diques artificiales y el drenaje de las aguas del Río de la Plata, con el objetivo de suplir aquella antigua necesidad de un mayor puerto comercial. ¿Qué ocurrió después? Tras la millonaria inversión y el fin de las obras en 1898, el puerto quedó obsoleto en apenas 10 años y se inició la construcción de una nueva fase contigua a la anterior. A pesar de los distintos intentos de revitalizar ese área en progresivo abandono, no fue hasta los 90 que el Gobierno de la Ciudad se puso las pilas y desarrolló un nuevo plan urbanístico para darle una segunda vida a la zona, el cual desembocó en el paisaje de rascacielos y el ritmo frenético que podemos disfrutar en el actual Puerto Madero.

Puente de la mujer.

En las islas, el agua es un elemento fundamental en la configuración de la movilidad urbana. En este caso, la vida transcurre alrededor del Río Dársena Sur, el canal que separa el continente de Puerto Madero y alrededor del cual abren los restaurantes y las terrazas de los clubs nocturnos. Recorrer el paseo en paralelo al río es sin duda la mejor manera de atisbar todos los elementos que forman parte del alma de este barrio: los docks (muelles) reciclados y transformados en prósperos negocios, las grúas de acero, el skyline de lujo, los barcos y muy en especial el Buque-Museo Corbeta Uruguay – el más antiguo de la armada -, el viento, que se arremolina especialmente en la zona y justo en medio de todo, cruzando el canal, otro de los mayores iconos de la ciudad: el Puente de la Mujer. Este fue diseñado por – si me lo permitís –  mi arquitecto favorito, Santiago Calatrava e inaugurado en 2001. El concepto de esta obra de ingeniería es una pareja bailando el tango, lo que evidentemente no puede ir más acorde con la cultura local y además sigue toda la temática de reivindicación de la mujer que enmarca Puerto Madero en la actualidad. A todo ello hay que sumarle el sistema de luces que iluminan el puente desde 2005, otro de los motivos para venir a visitar Puerto Madero y disfrutar de su animada vida nocturna.

Puente de la Mujer en Puerto Madero

Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat.

Cruzando el puente, entramos propiamente en territorio de Puerto Madero. Si giramos a la izquierda y desandamos nuestros pasos hasta prácticamente el inicio del paseo, nos encontraremos con el impresionante edificio cilíndrico que contiene la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat, simplemente conocida como Museo Fortabat. Amalia «Amalita» Lacroze nació en los años 20 en el seno de una familia de clase alta con importantes conexiones familiares. Políglota desde niña, filántropa e icono de la moda, se casó en dos ocasiones, la segunda con Alfredo Fortabat, dueño y fundador de una importante empresa de cementos. Tras enviudar, heredó la empresa y todos sus bienes y en apenas tres años triplicó el patrimonio de la compañía. Forbes la nombró en aquel entonces la mujer más rica de Argentina y dicha fortuna la emplearía hasta su muerte en causas benéficas y en acrecentar la colección de arte que había iniciado con su marido. Esta colección, formada por más de 400 piezas de artistas como Dalí, Warhol y Benito Quinquela Martín, es la que podemos disfrutar hoy en día en el Museo Fortabat.

Museo Fortabat

De no tener el tiempo suficiente, quizá es una visita que no me entristecería obviar porque, ante mi profundo desconocimiento sobre arte, no me aportó nada diferente en relación a otros museos de la ciudad como el MALBA o la Galería Nacional de Bellas Artes. Sin embargo, no puedo decir que no pasara una tarde entretenida recorriendo cada recoveco del edificio, sin apenas compañía, y aprendiendo un poquito más del extenso imaginario artístico de la Argentina.

Reserva Ecológica Costanera Sur.

La última parada de este artículo es uno de mis rincones favoritos de toda la ciudad y creo que también uno de los platos fuertes de los barrios de Boca, San Telmo y Puerto Madero. En la zona más occidental de este último, pegado al Río de la Plata, se ubica la Reserva Ecológica Costanera Sur, una inesperada Área Natural Protegida donde avistar una infinidad de aves, insectos, plantas, reptiles y pequeños mamíferos. Lo más asombroso del Parque es cómo se creó y cómo se instaló aquí, junto a los megarascacielos, esta inmensa y rica variedad de flora y fauna: a principios del siglo XX existía en esta zona un Balneario Municipal, el cual fue muy popular entre los porteños hasta los años 50. Más tarde, en los 70, el Gobierno aprobó un plan para urbanizar la zona y empezó a traer escombros para ganarle terreno al mar. Sin embargo, las obras no prosperaron más allá y la zona quedó totalmente abandonada y llena de desperdicios de la construcción, que incluso contaminaron las aguas aledañas. A pesar de ello –  y esto es lo más curioso de la historia – semillas, esporas y raíces, arrastradas por el Río de la Plata desde las zonas altas, empezaron a acumularse entre los ladrillos y el cemento y las aves empezaron a asentarse en ellas, brotando poco a poco y de la nada este impresionante ecosistema paralelo a una urbe de 18 millones de almas.

Reserva Ecológica Costanera Sur

Y por mucho que uno conozca la historia, no deja de sorprender cómo, a pesar de las continuas cagadas del ser humano, de nuestros intentos constantes (y por desgracia certeros) de destrucción, la naturaleza se sigue imponiendo y se ve capaz de construir paisajes tan especiales como este. Un lugar tan especial que incluso el convenio de RAMSAR, el tratado internacional que selecciona y protege los acuíferos y humedales de mundo, lo incluyó en su lista en el año 2005. La verdad es que disfruté como un niño chico recorriendo los caminos de tierra del Parque, mientras contemplaba esos curiosos paisajes que bien podrían estar sacados de una película postapocalíptica. Un disfrute que tuvo también sus altos y sus bajos porque a mitad del paseo, en un merendero con vistas al Río, fui testigo de una imagen de lo más lúgubre y desoladora: la playa de rocas estaba infestada de botellas, latas, bolsas y miles de restos plásticos que muy probablemente la marea habría traído consigo y que tardarían no sé cuántos miles de años en descomponerse. Un recordatorio más de por qué debemos empezar ya a replantearnos nuestro modo de vida.

Reserva Ecológica Costanera Sur
Lagarto en la Reserva Ecológica Costanera Sur, Buenos Aires

Vida nocturna y boliches.

Y como ya es costumbre en estos repasos barrio a barrio por Buenos Aires, me gustaría terminar este artículo recomendándoos un par de boliches en la zona de Puerto Madero, para que salgáis una noche a darlo todo en la pista de baile; estos son Bayside y Rose in rio. Al primero asistimos a una fiesta de Halloween, que probablemente se convirtió en la mejor fiesta a la que yo haya ido nunca y en el segundo celebramos nuestra última salida nocturna en grupo antes de volverme a casa así que, por supuesto, le guardo un cariño muy especial. ¿Y es que qué mejor forma de terminar mi viaje que haciendo el tonto con mis amigos en una terraza con vistas al Río de la Plata?

Nuestro repaso, por el contrario, no ha terminado así que permaneced atentos porque el próximo Buenos Aires barrio a barrio está al caer. ¡Hasta la próxima!

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