Buenos Aires, te presentas al mundo como una ciudad modesta. Si bien todos sabemos que eres la capital de un inmenso país llamado Argentina, permaneces a la sombra de sus enormes atractivos naturales, sin llegar a despuntar demasiado en la mente del turista. Yo mismo, he de admitir que no te tenía en mi lista antes de venir y tampoco fue precisamente amor a primera vista; nuestra relación ha seguido todos los pasos: un primer encuentro casual, la valiente pedida de una primera cita, una cena, postre, café, cine y palomitas, dos o tres citas más, una noche loca, la ruptura, el rencuentro y la reconciliación… y al final, en un dramático y previsible giro de guión, acabamos descubriendo que estamos completamente enamorados y que no podemos vivir el uno sin el otro.

Nos ha costado, pero aquí estamos. Tú: la gigantesca capital de 2,9 millones de almas y 48 barrios, que si le sumamos el conurbano metropolitano de la Gran Buenos Aires, obtendremos la nada modesta cantidad de 17 millones de porteños y que, como dicen de Nueva York, pareces no descansar nunca; y yo: un humilde forastero dispuesto a no rendirse y permanecer en pie hasta recorrer todas y cada una de tus cuadras.

Desearía tener más tiempo. Lo siento aun faltando tantas semanas para mi marcha. Necesitaría una vida entera para saberlo todo de ti, para profundizar en tus entrañas y poder afirmar con total convicción que sí, yo te conozco Buenos Aires. Por desgracia no tengo una vida, tendré que conformarme con 5 meses de esta. No quisiera tampoco ponerme melancólico, es mejor invertir este preciado tiempo a tu lado, en tus museos, monumentos, parques, librerías y comercios. Es mejor que me enseñes tu cultura y tradiciones e intentar vivir contigo y como tú.

Mientras tanto lo hago, quisiera contaros cómo me va: este será el primer artículo de una serie completa sobre Buenos Aires, en la que pretendo destripar cada uno de sus barrios para que la veáis como la veo yo ahora, como lo que es y probablemente siempre ha sido: rica, bella, cautivadora y abierta a mil y una posibilidades.

Aquí llega pues el primer post del Buenos Aires barrio a barrio: qué ver y hacer en Belgrano, Colegiales y Palermo. Atentos, escuchad y tomad nota pero callad, no se lo contéis a nadie, no quisiera correr el riesgo de tener que batallar por su atención.

Colegiales.

Empecemos por ti, mi dulce hogar. Colegiales, encajado entre Belgrano, Palermo, Chacarita y Villa Ortúzar, continua ajeno a los visitantes. Sus antiguas casonas de estilo colonial venidas a menos y sus mil y un comercios de barrio no han despertado todavía el interés de las masas, pero viviendo aquí como lo he hecho, no podría hacer otra cosa que no fuese reivindicar su estilo único y desenfadado y su pacífico ritmo de vida. Aunque de todo ello ya os hablé en mi artículo sobre los primeros días en Buenos Aires, así que haré un pequeño resumen a modo de recordatorio:

Ruta del street art.

Siempre se dice de Europa que su arte está en las calles pues las mayores expresiones artísticas de sus cientos y cientos de años de historia conviven en la arquitectura de sus plazas y edificios públicos. Colegiales me recordó bastante en ese aspecto, aunque aquí el arte se moderniza y toma las paredes lisas y blancas para hacer aquello que mejor sabe hacer el arte: una crítica brutal y sincera de la sociedad y estado del momento. Por todo el barrio y siguiendo más o menos un circuito ordenado, nos encontramos decenas de muestras de street art de las más variadas temáticas. Vale mucho la pena pararse a echar un vistazo, aunque muy probablemente os encontréis solos en vuestra curiosidad.

Dos muestras del street art de Colegiales

Plaza Mafalda.

Plaza Mafalda es uno de los puntos más divertidos y singulares de la ciudad. Lo gracioso es la ironía de la situación: Por todo el parque proliferan murales con recortes de algunas de las tiras diseñadas por Quino, las cuales ya sabéis tienen de protagonista a una niña escéptica y tremendamente sarcástica con todo lo que le rodea. Para mí, el punto está en que cientos de niños pasan por delante a diario, sin entender probablemente qué es lo que ese personaje tan parecido a ellos les está diciendo. Citando a Ter, «es una performance en sí misma».

Tiras cómicas en Plaza Mafalda

Mercado de las Pulgas.

Frente a la plaza Mafalda, abre mi querido y estimado Mercado de las Pulgas, sin duda mi lugar preferido en esta mini ruta por Colegiales. Se trata de un rastro de antigüedades y cosas de segunda mano en el que sería capaz de pasarme horas y horas sumergiéndome y aunando todas las historias que todos esos cachivaches y elementos decorativos tirados en el olvido tienen que contarme. ¡Qué pena que no me quepa nada más en mi maleta!

Mercado de las pulgas
«La Rosalía» en la puerta del Mercado de las Pulgas

Belgrano.

Belgrano es otra cosa, distinta e indefinible como un todo. Aquí se mezclan las añejas mansiones de estilo colonial, muchas de las cuales contienen Embajadas o Consulados como el de Australia, donde pasó una temporada el mismísimo Albert Einstein; y altísimos rascacielos de hormigón y cristal que le hacen sentirse a uno como una hormiguita. Mi universidad, la de Belgrano, tiene su sede principal en uno de estos armatostes de 20 plantas. A mi podíais encontrarme casi siempre en la 7 o en la 13, desde cuyas aulas había unas vistas espectaculares del infinito horizonte urbanizado.

Más allá de la universidad, Belgrano ha resultado un barrio más de paso que de permanencia. De vez en cuando me gusta recorrer sus arbolados bulevares, especialmente al atardecer, cuando el cielo se tiñe de tonos rosados y el panorama súper urbanizado recrea un dramático paisaje postapocalíptico. ¿Y por qué no? regocijarme en alguno de sus cafés o comprar en alguna de las miles de tiendas de Avenida Cabildo, una de las arterias principales de la ciudad.

Avenida Cabildo
Imagen postapocalíptica de Belgrano desde el puente Zabala
Hora dorada en Avenida Cabildo

Pero no quisiera sintetizar tanto. Bajo lo superficial, al abrigo de esas torres de viviendas de lujo y ajenas a los transeúntes trajeados y uniformados, persisten pequeñas joyas turísticas que satisfarán todas nuestras ansias de conocimiento y aventura:

Museo de Arte Español Enrique Larreta.

Enrique Larreta fue un escritor y diplomático argentino que en sus viajes por el mundo le gustó de coleccionar multitud de obras de arte y piezas decorativas, muy especialmente pertenecientes al Siglo de Oro español (siglos XV, XVI y XVII). Fue precisamente en su casa-estudio de la calle Juramento, de estilo neocolonial, donde almacenó buena parte de su obra, creando un estilo ecléctico, muy rico en detalles que puede llegar a ser incluso sobrecogedor.

Edificio del museo español Enrique Larreta

Decir que me sentí transportado de vuelta a mi casa sería una exageración pues muy poca gente puede realmente permitirse esa clase de decoración, pero sí que pude ver claramente reflejada en las piezas expuestas, en el mobiliario, en las vasijas, en los techos… algunas particularidades de estilos arquitectónicos tan característicos como el mudéjar, el renacimiento y el barroco españoles.

En una sala paralela al comedor, se encuentra la biblioteca privada del museo, la cual es una delicia histórica y estética y muy interesante es también la exposición temporal de pinturas de las salas posteriores. Aquí comparten pared preciosas obras coloristas de estilo costumbrista y naturalista de uno de mis favoritos: Sorolla; y de algunos que resonaban mucho más atrás en mi memoria como Santiago Rusiñol. Igualmente hay espacio para los artistas nacionales, cuyas obras, cuando yo los visité, se enfocaban curiosamente en los paisajes de Mallorca. Según la guía, que derrochaba pasión en cada una de sus palabras, confluyeron en la isla balear durante el siglo XX unos cuantos artistas argentinos, quienes se dedicaron a pintar la cotidianeidad de las gentes y la belleza de sus calas, lo que hizo a su vez despertar un sentimiento nacionalista y reivindicatorio de la belleza provincial, que trasladaron de vuelta a Argentina. ¡Qué maravilla! Nunca hubiese imaginado que estando tan lejos de casa, volvería a sentir esos sabores, olores y sonidos de mi querido Mediterráneo y muy probablemente, esta visita no formaría parte de mis recomendaciones esenciales de la ciudad, si no hubiese vivido tanto tiempo tan alejado de casa.

A la salida del museo, la lluvia acosaba mis pasos, lo que resfrío precipitadamente la nostalgia que la experiencia había despertado y que imposibilitó también la visita a sus exquisitos jardines de estilo sevillano. Tendré que volver.

Despacho de Enrique Larreta
Biblioteca del museo Enrique Larreta, Buenos Aires

Barrio Chino.

Y del arte español nos trasladamos a la cultura milenaria de China; aunque decir China sería condensar tópica e injustamente las miles de culturas del continente asiático en una sola. Por mucho que sea conocido como Barrio Chino, el eje de tres cuadras junto a la estación Belgrano C, es el hogar de familias taiwanesas, coreanas, tailandesas, vietnamitas y chinas que se asentaron aquí a partir de los años 80. Si bien no es una atracción turística en sí misma, es el lugar perfecto para ir a degustar la sabrosa y rica cocina asiática y también para hacer algunas compras especiales. Aunque me gusta la cocina tradicional mediterránea en su estado más puro, he de reconocer que se ha visto muy beneficiada por la influencia asiática y por su amor por el uso de algunas especies o condimentos, relativamente fáciles de encontrar en los supermercados europeos pero más complicado en los argentinos, a excepción del Barrio Chino. Por ejemplo, una vez que me dispuse a cocinarles a mis compañeros un plato de delicioso arroz negro (el arroz en cualquier forma me chifla), tuve que acercarme hasta un super del Barrio Chino para comprar la tinta de calamar.

Puerta de entrada al Barrio Chino
Negocios cerrados del Barrio Chino

A parte de comer y comprar para comer, es también un buen sitio para salir con familia y amigos y disfrutar, por ejemplo, de una tarde de cine y pochoclos (palomitas) en Múltiplex Belgrano. Tranquilos, para los que todavía os resulte extraño el doblaje en latino, tenéis la opción de verlas en su versión original, costumbre que desearía llevaran de una vez a mi país. Además como curiosidad sabed que acá la norma son las palomitas dulces así que tendréis que pedir expresamente que las queréis saladas.

Parroquia Inmaculada Concepción de Belgrano.

Fue precisamente cuando volvía de visitar el Barrio Chino por primera vez que descubrí esta iglesia circular de estilo neoclasicista. El exterior sobrio a imitación de un templo grecorromano puede no llamar demasiado la atención, pero su interior es otra cosa… La luz tenue de los candelabros iluminan los dorados altares, las columnas de mármol y los pálidos azules y rosados de los frescos de la cúpula creando un ambiente realmente acogedor, que quizá no la hacían la parroquia más bella de la ciudad pero sí una digna merecedora de al menos 10 minutos de nuestra atención.

Interior de la Parroquia Inmaculada Concepción

Frente a ella se encuentra la Plaza Manuel Belgrano, en cuyo centro se alza la estatua dedicada a este militar y político quien diseñara la bandera nacional, y donde se celebran todos los fines de semana un mercado de productos artesanales. El resto de la semana es un lugar perfecto para sentarse en un banco a leer plácidamente, tomar mate y dejar correr el tiempo.

Museo Histórico Sarmiento.

Edificio del Museo Histórico Sarmiento

Cruzando la plaza se encuentra el Museo Histórico Sarmiento. Domingo Faustino Sarmiento fue un periodista, escritor y político de principios del siglo XIX, que llegó a ser presidente de la Nación entre los años 1868 y 1874. Lo más importante de esta figura es su mirada visionaria en cuanto a cómo debía ser el país y sus instituciones y su enorme afán reformador, que le llevaron consecuentemente a abordar temas tan importantes y polémicos en aquella época como la educación y sanidad universales, el sistema de canalizaciones y transporte y la capitalidad del país. Fue precisamente en este edificio, que ahora contiene una muestra de sus escritos y objetos personales, donde se decidió que la ciudad de Buenos Aires sería la capital de Argentina. Lo más curioso es que, en aquella época, el barrio de Belgrano no formaba parte de la capital sino que era un pueblo más de la provincia y este edificio era la sede de su alcaldía; y como fue allí donde decidió instalarse todo el gobierno durante tres meses para tratar el tema de la capitalidad y era desde allí desde donde, en efecto, se gobernó temporalmente el país, se considera que Belgrano fue capital de la Argentina por esos tres meses, dato del cual, según el guía, están enormemente orgullosos sus vecinos.

La visita guiada, a la cual llegué justo justo a tiempo, es muy interesante, pero personalmente no dejaría pasar la oportunidad de recorrer el museo a vuestro aire para disfrutar mucho más tranquilamente de cada una de sus salas y recovecos y terminar de descubrir la fascinante vida de Sarmiento. Y lo que sí que no os podéis perder de ninguna manera es la visita guiada a la biblioteca privada del museo, situada en el ala superior. Como buen periodista y escritor, Faustino se hartó de describir en detalle cada una de las cosas que le ocurrieron en su vida, especialmente durante su gobierno y todos esos papeles, además de muchos otros, se encuentran custodiados en los estantes y vitrinas de la biblioteca. Aquí, una bibliógrafa ataviada con guantes de seda os enseñará y explicará en profundidad una muestra de todo el trabajo que ha llegado hasta nuestros días. Realmente fascinante.

Biblioteca del Museo Histórico Sarmiento

Museo Casa Yrurtia.

La mayoría de las veces, cuando viajamos, estamos completamente limitados por el tiempo y esos museos o centros culturales de barrio, más pequeños, que no gozan de la fama y el atractivo de los «grandes museos» pero que son igualmente interesantes, quedan fuera de nuestro conocimiento y por ende fuera de nuestros planes. Afortunadamente, en 4 meses he tenido tiempo más que de sobra para investigar, averiguar, descubrir y dejarme llevar por esas pequeñas joyas que Buenos Aires ocultaba; y sin duda una de mis mayores alegrías ha sido el Museo Casa Yrurtia. En la calle O’Higgins 2390, a 3 o 4 cuadras de la Plaza Manuel Belgrano, se encuentra la casa taller del escultor Roberto Yrurtia y su segunda esposa, Lia Correa Morales. Sus nombres no serán demasiado conocidos en el exterior, al menos yo jamás los había oído nombrar, pero su relevancia para la ciudad de Buenos Aires es intachable. Él, escultor de grandes obras, dejó innumerables ejemplos de su impresionante trabajo en multitud de plazas, rotondas y edificios públicos y privados de la ciudad. Ella, pintora talentosa, hija del reputado maestro de Yrurtia, fue una de las artistas más relevantes del siglo XX en Argentina y fue la primera mujer en ostentar el cargo de directora de un museo en el país, aunque el tiempo y los libros de historia han dejado, a veces intencionadamente, que su nombre cayera en el olvido. Tras la muerte de su marido, prácticamente dejó la pintura y se encargó de poner en marcha esta muestra de su trabajo, que ambos habían concebido hacía ya algún tiempo. La visita es un entrometido, entretenido e interactivo paseo por la vida y obra de estos genuinos personajes, que yo tuve la suerte o la desgracia de disfrutar en total soledad; sólo la tablet con la audioguía y las conversaciones de fondo del vigilante de seguridad y las dos trabajadoras del museo me acompañaron. Sigo sin saber si ineludible, pero desde luego uno de los museos mejor preparados, con rampas de acceso para minusválidos y explicaciones en braille.

Dos de las salas del Museo Casa Yrurtia

Barrancas de Belgrano.

Este espacio verde diseñado por Carlos Thays, el autor del Parque 3 de febrero y el Jardín Botánico (de los cuales os hablo más adelante) se encuentra a apenas unas cuadras del anterior edificio y su nombre deriva precisamente del terreno en pendiente o «barranco» sobre el que está construido. Las Barrancas no son especialmente interesantes por su historia o sus elementos arquitectónicos pero sí que son el lugar perfecto para venir a pasar la tarde, sentarse en el césped, tomar unos «matecitos» (en caso de que los toméis) y terminar el día disfrutando del espectacular atardecer.

Paseo Barrancas de Belgrano

Palermo.

Con permiso de Colegiales, Belgrano y todos los barrios que están por venir, Palermo sería indiscutiblemente el barrio más atractivo de la ciudad. Y es que ser el mayor en tamaño le confiere la ventaja de poseer buena parte de los museos, parques, bares, restaurantes y zonas de ocio de la ciudad. La vida porteña debe pasar por aquí tanto si se quiere como si no, no hay escapatoria alguna. De hecho es tanta su extensión física y recreativa, que se han «visto forzados» a dividir oficiosamente el barrio en otros dos más: Palermo Hollywood y Palermo SOHO. Personalmente, no sabría decir donde termina uno y empieza el otro así que para ser prácticos, los consideraremos como únicos e indivisibles y trataremos sus atractivos como miembros de ese todo tan vital que es Palermo:

Bosques y lagos de Palermo.

Esta franja verde de varios kilómetros de longitud, que discurre paralela al río de la Plata, constituye uno de los principales pulmones de la ciudad y es el lugar perfecto al que venir a pasear y alejarse de los ruidos y ajetreos de la gran masa urbanística. Al contrario, no es un espacio completamente contiguo sino que se divide asimismo en otros parques o espacios verdes heterogéneos conectados entre si por amplios senderos asfaltados, ocupados asiduamente por paseadores de perros, ciclistas, corredores, familias con niños y cuadriciclos de alquiler, especialmente durante los fines de semana de primavera y verano.

Bosques de Palermo

El Parque 3 de Febrero nuclea de alguna forma toda la arboleda y es sin duda el que atrae más visitantes. Lo forma un lago de forma ovalada, donde se puede navegar en barcas de alquiler y alrededor de cual se construyeron diversos parterres, zonas verdes y paseos techados. En la parte este del lago, se encuentra el Rosedal de Palermo, un jardín parcelado donde crecen, en primavera, una multitud de rosas que dan aún más color y vida al conjunto. Un poco más adelante, se encuentra el Patio Andaluz, un espacio cuadrangular decorado con azulejos al más puro estilo de la Plaza España de Sevilla, sitio encantador donde refugiarse del calor y sentarse a descansar.

Muy cerca de aquí, cruzando la amplia Avenida Sarmiento nos encontramos con el fantástico Jardín Japonés. Su nombre no es en absoluto casual; el jardín fue construido en 1967 por la comunidad japonesa de la ciudad y posteriormente regalado al Ayuntamiento, para honrar las buenas relaciones entre ambos países, agradecer la buena acogida de los inmigrantes asiáticos y servir como lugar de encuentro durante la inminente visita de los príncipes herederos al trono imperial. A pesar del paso del tiempo, ha permanecido como un pequeño y encantador remanso de paz al más puro estilo nipón y también como recordatorio efectivo de la armonía entre Japón y Argentina. Pasear bajo su sendero de almendros en flor, admirando los arcos Torii y disfrutando del ligero y relajante sonido de las fuentes debería ser una experiencia ineludible para cualquiera que visite Buenos Aires.

Jardín Japonés

Como nexo articulador del barrio de Palermo, alrededor del Parque 3 de Febrero se ubican multitud de monumentos y lugares turísticos de lo más interesantes. Si seguimos en la misma dirección, dejando atrás el Jardín Japonés y saliendo ya de los Bosques, no encontraremos en un par de manzanas al emblemático Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires.

MALBA.

Este fue el primer museo que visité cuando llegué a la ciudad y causó en mí tal impresión que a pesar de haberme pasado los últimos 3 meses recorriendo la ciudad de arriba a abajo y visitando decenas de ellos, sigue siendo muy probablemente mi favorito. Como bien indica su nombre, el contenido principal del museo es una colección permanente de pinturas y piezas escultóricas de algunos de los artistas latinoamericanos más famosos del siglo XX. Es especialmente remarcable la fuerza que reflejaban muchas de las obras, tanto en la expresión de los personajes como en la selección de los colores. Y es que, más que nada, el arte ha servido siempre a lo largo de los siglos como elemento reflector y crítico de la sociedad de cada época y la Latinoamérica del siglo XX fue un tiempo y un espacio desgraciadamente convulso; así que ir al Malba no es sólo asistir a una clase maestra de paleta y cincel sino también a un fascinante relato histórico.

Algunas salas del MALBA

La segunda de las colecciones permanentes se aleja mucho más en el tiempo y revive una espectacular muestra del arte precolombino que fue traída desde Colombia por un estudioso y coleccionista. Se pueden apreciar desde piezas ornamentales, pasando por utensilios hasta orfebrería exquisitamente trabajada de entre los siglos XI a.C. y XVI d.C. No deja de sorprender cuan virtuosos eran ya por aquel tiempo, aunque nadie ha dicho que el virtuosismo tenga que ver con la evolución.

Después está la exposición temporal, que por supuesto será distinta dependiendo de cuando visitéis el museo. Yo tuve la inmensa suerte y alegría de cruzarme con las fantásticas creaciones de Leandro Erlich, a mi entender el artista argentino de la perspectiva moderna por excelencia. Allá pude disfrutar de una pileta en la que bucear sin ahogarse, de nubes encerradas en una caja de cristal y de una peluquería a través de cuyo espejo se puede ver, sólo por nombrar algunas de sus asombrosas y curiosas instalaciones.

La Pileta, obra de Leandro Erlich en el MALBA
Nubes, obra de Leandro Erlich en el MALBA
Hair Salon, obra de Leandro Erlich en el MALBA

De vuelta al Parque 3 de Febrero, os toparéis muy probablemente con el Planetario Galileo Galilei, famosísima estructura circular que contiene el observatorio astronómico de la ciudad, en cuyos alrededores se organizan de vez en cuando conciertos al aire libre. Una recomendación es que vengáis a ver el atardecer porque mientras el sol se desprende en la lejanía, las luces de neón van iluminando progresiva y mágicamente la oscuridad de la arboleda.

Planetario Galileo Galilei de noche

Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori.

De nuevo en el interior del parque, frente al muelle y el Puente Blanco, nos encontramos con un pequeño y discreto edificio en forma de casa victoriana franqueada por frondosos árboles, que contiene el Museo Sívori. He de confesar que realicé esta visita con el mero motivo de documentarme para este artículo y el resultado fue algo decepcionante, no por lo poco interesante de sus exposiciones, siempre temporales, sino simple y llanamente por la carencia de ellas. De las cuatro o cinco salas que hay en el museo, solamente una estaba abierta, dejando a un lado el jardín y la cafetería. No juzgaré pues lo que no vi sino lo que sí experimenté y es que lo cierto es que la sala me resultó realmente interesante. En ella se exponía una selección de fotografías de la francesa Gisèle Freund, pionera en la fotografía a color, quien hizo una fascinante serie de retratos a famosísimos escritores y poetas asentados en París antes de la invasión nazi, serie que más tarde continuó tras su apresurada mudanza a Buenos Aires. En 1948 dio una conferencia exhibiendo las fotografías y explicando cómo y cuándo conoció a cada artista y los entresijos de cada fotograma y dicha conferencia, traducida, la podemos escuchar en este museo.

Entrada del Museo Sívori

Al final del parque, al otro lado de la Avenida Dorrego, se encuentra el Hipódromo de Palermo. Hipódromo que sigue en funcionamiento como tal pero al que me niego a asistir como espectador por rechazo a tal explotación de los caballos. Como sí que asistí, en su lugar, fue como visitante de la Bioferia; y es que las arenas son aprovechadas para muchos otros fines y en ellas se organizan multitud de eventos sociales y festivos. Afortunadamente, coincidí en la ciudad con esta feria en defensa y promoción del medio ambiente y las prácticas sostenibles y para allá que me encaminé. Me compré una bolsa de trenza de hilo ecológica para llevar frutas y verduras, un jabón y un shampoo en pastilla hechos con aceites naturales y una pasta de dientes en tarro de cristal.

Jardín Botánico Carlos Thays.

Nos alejamos un poco de esta zona y nos acercamos hasta Plaza Italia. Aquí abre sus puertas este pequeño vergel ideado a finales del siglo XIX por el padre del paisajismo porteño, Julio Carlos Thays, e impulsado por el expresidente Sarmiento. Este encantador espacio de forma triangular acoge distintas áreas y jardines ordenados según la procedencia de las plantas, así como diferentes edificios, invernáculos y magníficas y expresivas estatuas. Un paseo muy relajante que puede llegar a ser interactivo gracias a la instalación de paneles con códigos QR que os enlazaran a páginas de interés con información relevante sobre la fauna y flora de cada área. Para aún más interacción, podéis acercaros con vuestros amigos a matar pokémons en una de las concentraciones para fanáticos de Pokémon Go que se organizan aquí cada tanto. Sí, como lo habéis oído. Iba yo tan tranquilo paseando y me fijé en que mucha gente a mi alrededor no dejaba de prestar atención a su pantalla de móvil, algo desgraciadamente normal en los tiempos que corren. Pero llegó un momento, más tarde, en que aquello pasó de una mera observación a una situación absurda, propia de cualquier capítulo de Black Mirror. Todo el mundo andaba corriendo para arriba y para abajo sin apartar la vista y me di cuenta de que era el único que no lo llevaba en la mano, así que decidí echar un indiscreto vistazo a una pareja y descubrí lo que estaban haciendo. Después, un compañero de residencia me confirmó que, efectivamente, se organizaban de vez en cuando este tipo de eventos por toda la ciudad y dio la casualidad de que me topé con uno.

Gente jugando a Pokémon Go en el Jardín Botánico

Con independencia de cual sea el motivo de vuestra visita y por mucho que algunas guías de la ciudad no la incluyan en sus TOPs (algo sumamente injusto) yo no dejaría de hacerla y muy especialmente al mediodía. Cierto es que el calor húmedo de Buenos Aires puede hacerse asfixiante conforme el astro rey avanza en su ascenso, pero entre las 12:00 y la 13:00 de cada día sucede algo mágico y cautivador. Solamente una hora al día, se abre al público el Jardín de las Mariposas y se pueden intentar captar en ojo o en cámara algunas de las 80 especies de lepidópteros que se han descubierto en esta diminuta pero rica porción de Capital. ¡Como para perdérselo!

Mariposa en el Jardín de las Mariposas
Una de las estatuas del Jardín Botánico

Junto al Jardín Botánico abre el conocido como Ecoparque de la ciudad. La etiqueta de Eco es una licencia que se están permitiendo demasiado libremente muchos lugares del mundo como en este caso, el que fuera el antiguo zoológico de Buenos Aires. Bien es cierto que su intención es buena y pretenden, en medida de lo posible, redefinir la idea del recinto, convirtiéndolo en un espacio «interactivo, educativo y ambiental a tono con las tendencias del siglo XXI». Pero a pesar de su intención, las etiquetas de «interactivo» y «ambiental» rechinan en mi mente de forma contradictoria. De igual forma, se me informó que algunas especies de gran tamaño que no se habían podido reubicar todavía en Reservas Naturales o Centros de Protección, como nuestro amigo el elefante, permanecían en el «Ecoparque». Por todo eso yo decidí no visitarlo y me vais a permitir que os anime a hacer lo mismo, al menos de momento.

Museo Evita Perón.

Muy cerquita del Jardín Botánico se encuentra el Museo Evita Perón. Más allá de las ideas políticas de cada uno, que en Argentina pueden ser tan polémicas y controvertidas como el fútbol, es innegable considerar a Eva Perón (nacida como Eva Durarte) como uno de los personajes más influyentes y recordados del siglo XX. Como segunda esposa del general Juan Domingo Perón, futuro presidente de la Nación argentina, se vio cada vez más involucrada en la vida política, que no pública pues como actriz ya había alcanzado cierto reconocimiento, y durante el primer mandato de su marido (murió poco después de finalizar) llegó a formar parte de algunas asociaciones importantes e incluso a dirigir el primero de los partidos políticos femeninos del país y una fundación que llevaba su nombre. La importancia de su figura radica precisamente en ello: al ascender a primera dama, no ejerció su papel de forma tradicional, a la sombra y respaldo de su marido tal y como se había venido haciendo, sino que se involucró de forma activa en dicha vida política, hasta donde se le permitió, y afrontó los problemas que asolaban el estado de manera activa. Visitar el museo que repasa su vida y obra es una perfecta introducción a la historia reciente de Argentina y a su convulsa vida política.

Eva Perón junto a su marido, cuadro expuesto en la Casa Rosada

FOLA.

A algunas cuadras de ahí, pegado a la estación de tren de Palermo y sobre un concurrido y maravilloso centro comercial al aire libre, se encuentra Fola, la Fototeca Latinoamericana. Un pequeño espacio monocolor con suelos mate brillante y altas paredes blancas que terminan en un techo de vigas combadas, acoge el que es sin duda uno de mis museos favoritos de la ciudad. Para aquellos que no gusten de admirar el noble y fascinante arte de la fotografía, esta visita será en vano, pero para los que sí lo hagan, no puede haber mejor recomendación. ¿Cómo podría yo describir un templo solamente dedicado a la imagen y el fotoperiodismo? Imagino que con la ironía de mis palabras ya habréis entendido cuanto me gustó. Las exposiciones son itinerantes y en mi visita disfruté del trabajo de Bryan Schutmaat, un fotógrafo tejano que durante un viaje por el medio oeste se dedicó a captar la crudeza de los paisajes y las expresiones de las personas que se iba encontrando. En otro momento, aquello me hubiese sobrecogido y de alguna forma lo hizo, pero mi atención no pudo más que centrarse en la segunda de las exposiciones. Un día la fotógrafa francesa Catherine Balet se topó con un veterano dandy curiosamente muy parecido a Pablo Picasso y se le ocurrió la idea de hacer toda una serie que recreara famosas fotografías de la historia pero siempre con este personaje como protagonista. El resultado es fascinante, fresco y delirantemente divertido.

Al final de la sala, hay un taller fotográfico para aficionados y una pequeña selección de fotografía hechas con el teléfono móvil. Todas ellas eran maravillosas pero prefiero cien mil veces la cámara, ¿qué le vamos a hacer? soy un romántico; an old soul man.

Fotografía en blanco y negro de la FOLA

Plaza Serrano y boliches.

Si a alguno se le está atragantando tanto museo y tanta visita cultural, tranquilos que ya viene la fiesta. Sí que yo no soy especialmente de salir, más bien todo lo contrario, me considero un animal diurno, pero es cierto que en estos últimos cuatro meses he salido mucho más, tanto o más que que el resto del año. ¿Será verdad todo lo que dicen de los Erasmus? ¿La gente se vuelve loca, aprovecha y se monta unas fiestas que pa qué? ¿Será la mezcla de energía positiva y renovada por el viaje o es que mis compañeros son unos juerguistas (en plan positivo) y he aceptado dejarme arrastrar por su buena onda? El caso es que Buenos Aires tiene toda la oferta de vida nocturna que queráis y más, de lunes a domingo, no importa ni cómo ni porqué, los bares y boliches (discotecas) de toda la ciudad suben la persiana, encienden la música y esperan la llegada de sus enérgicos asistentes. Palermo es uno de los barrios que mayor concentración de pubs y discotecas tiene y Plaza Serrano, en especial, es uno de los mejores sitios para salir. Podríamos llamarla la zona hipster de Buenos Aires, con cervecerías artesanales, concepto muy muy de moda en la ciudad, restaurantes de comida internacional y boliches por doquier. De los boliches a dónde yo haya ido, os recomiendo Brooklyn, que está cerca del Planetario. También me han hablado muy bien de los llamados «bares secretos de Palermo», un conjunto de antros temáticos, escondidos en edificios sin apariencia, en sótanos o tras trampillas, para entrar a los cuales hace falta algunas veces contraseña; pero que aún no he tenido ocasión de visitar.

Club de los Pescadores.

Y termino el artículo en este punto pero os aseguro que no podría haber mejor final. Junto al Aeroparque, alejado del centro de la ciudad, sobre las bravías aguas del Atlántico, existe un punto que parece el final de todo, como allá lo fuera Cabo Fisterra, pero que como antaño, no es más que la última parada antes de nuevas e inexploradas tierras. Y en ese muelle hay un edificio, una casa construida en los años treinta que contiene el Club de Pescadores. Tras ella, una línea de madera que se adentra 500 metros en el mar, desde la cual se puede disfrutar de uno de los mejores atardeceres que jamás haya visto. ¡Y así es inevitable! Mi corazón mediterráneo acaba de vuelta en la mar, bombeando con la brisa y al galope de las olas, sintiendo que este viaje empieza a terminarse y se despierta de un último sueño cumplido.

Atardecer en el Club de los Pescadores

Pero no os entristezcáis, que aún queda mucho Buenos Aires y mucha Argentina que contar. Atentos, atentos, no boludeéis u os lo perdéis.

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