La acogida de Buenos Aires fue tal y como habría de ser la ciudad: vibrante, contradictoria y gélidamente cálida.

Día 1.

Había subido al avión emocionadísimo. Era la primera vez en mi vida que iba a salir de Europa e iba a «cruzar el charco» y estaba realmente ansioso por pisar terreno americano y empezar a descubrir Buenos Aires y Argentina. Pero, cierto es que, tras 14 horas de vuelo, 5 usos horarios, 4 controles de equipaje, 3 horas de escala y un angustiante control de pasaportes (no fue nada pero estaba nervioso por el tema Visado), no quería más que llegar a la residencia, tumbarme en la cama y dormir dos días seguidos. Ya imaginaréis, sin embargo, que no ocurrió de un modo tan sencillo…

Llegué al aeropuerto Internacional Ministro Pistarini de Buenos Aires, más conocido como Ezeiza, a las 08:00h en punto; sorprendentemente puntuales para tratarse de una compañía aérea. El vuelo con Norwegian no había sido en absoluto malo: comida decente, asientos cómodos, buen entretenimiento y espacio para las piernas; debo decir que no se me hizo excesivamente largo pero sí, estaba deseando aterrizar. Tras el control, fui a buscar mi Kit de Bienvenida a las taquillas de Study Buenos Aires, tal y como me habían indicado en un correo electrónico. El procedimiento era muy sencillo: poner el código en la taquilla, abrirla y sacar el kit; pero por algún motivo no funcionó. Descubriría unas horas más tarde que al pedir que me dejasen el kit en el aeropuerto, me habían enviado por error un código antiguo que alguien ya había utilizado. Me desesperé un poco al principio pero rápidamente me puse en «modo práctico»: lo más importante era llegar a la residencia e instalarme. Ya vería después qué pasaba… Me dirigí a la oficina de Tienda León, enseñé mi descuento del 40% y reservé un asiento en el próximo shuttle hasta la ciudad por 240 ARS (5,05€). El hombre que se sentó a mi lado, de mediana edad y que regresaba de unas vacaciones en Europa, resultó ser licenciado en turismo y enseguida entablamos una conversación sobre Argentina y los argentinos, que me sirvió como perfecta introducción. El bus hizo su primera parada en el centro, en la Terminal Madero; aquellos que quisieron continuar porque les quedaba lejos de su domicilio, debieron cambiar de autobús. Yo bajé también con ese propósito y aquella fue la gran trampa del descuento del kit de bienvenida: sí, pagaba un precio menor, pero no podía continuar. Tenía que bajarme sí o sí en aquella parada, que en mi caso, quedaba muy lejos de la residencia, y buscarme la vida para llegar. El buen hombre, contrariado por aquella «estafa», me indicó dónde quedaba la parada más cercana de Subte (el metro local) y allí mismo nos despedimos.

Una vez en la estación subterránea, me dispuse a comprar un ticket de metro. «Sólo efectivo caballero». ¡Maldición! La taquillera me indicó dónde estaba el cajero más cercano, dentro de la misma estación. No controlaba todavía el acento argentino y no comprendí demasiado bien sus indicaciones pero tras unos cuantos paseos arriba y abajo, por fin lo encontré. Saqué 300 ARS (unos 6€) y pagué en la taquilla los 90 ARS (1,80€) que costaba la conocida como tarjeta SUBE.

Esta tarjeta SUBE es el abono transporte de la ciudad de Buenos Aires y permite al usuario utilizar cualquier línea de subte (metro), colectivo (autobús) y ferrocarril. Su funcionamiento es de lo más curioso y distinto al método europeo: Se trata de una tarjeta-monedero que uno debe ir rellenando con crédito. Cada trayecto en transporte público tiene un coste, que depende de la distancia y el tipo de transporte y que se te va descontando de la tarjeta a medida que la vas validando. Pero la gracia de este sistema es que, aunque te quedes sin crédito, puedes seguir utilizándola. Esto quiere decir que puedes coger el metro, por ejemplo, aunque tu saldo esté en «números rojos» (imagino que hasta un cierto límite). Creo sinceramente que es una propuesta súper interesante que debería implementarse en Europa pues, ¿a quién no le ha pasado que vas a coger el autobús o el metro y ya no te quedan viajes? De esta forma, no te quedarás tirado nunca en la calle. Y para recargarla, no hace falta acercarse hasta la estación, hay cientos de máquina distribuidas por la ciudad: en bancos, quioscos (a propósito, el quiosco en Argentina no es el puesto en la calle donde venden revistas y periódicos, sino el típico micromercado «paquistaní»), tiendas de telefonía… Y al recargar (casi siempre en efectivo) se te descuenta el saldo negativo y listo.

Tarjeta Sube, abono transporte de Buenos Aires

Siguiendo con mi historia, decir que no tuve problemas para llegar a Colegiales, el barrio donde me hospedaba, pues las líneas de metro son iguales que en España y Europa; pero por algún impulso o razonamiento ilógico, decidí bajarme una parada antes de lo que me tocaba, «por si acaso», pensé. Eso me costó una caminata de más de 20 cuadras (manzanas) sobre pavimento adoquinado. Para tal cómica escena, debéis imaginarme arrastrando un maletón de 20 kilos (más exactamente 21), otra de 10 y cargando a la espalda una mochila de otros 6 o 7 kilos que contenía un portátil, una cámara réflex y algún cacharro tecnológico más… Pasaban de las 12:00h cuando llegué a la Residencia la Scala. María Isabel, la administradora, me estaba esperando en la puerta, quería recibirme antes de irse a trabajar. «¿Àlbert?» (nótese la incorrecta aunque lógicamente extendida pronunciación de mi nombre) «Sí, soy yo» y le conté todo lo que había pasado para llegar. «Los chicos suelen agarrar un taxi» me soltó. «No, si a mí no me pillan más» pensé para mis adentros.

Colegiales, mi barrio, de noche

Por fin, me tumbé en la cama, pero no pude descansar. Debía agarrar (coger) un tren e ir hasta el barrio de Recoleta, en cuya oficina de turismo reposaba mi kit de bienvenida (obviando la ironía de que se llame así). Tres horas más tarde conseguía activar mi tarjeta SIM gratuita en la oficina de Personal de la estación de Retiro; aunque aprender a recargarla me costó dos días más, pero eso ya es otra historia. Aquella noche dormí 12 horas seguidas. Ni  ese día, ni a la mañana siguiente, ni ningún otro día, tuve noticias del famoso jet lag. ¡Hurra!

Día 2.

Me levanté tarde y lo primero que hice fue ir a sacar dinero. Gran sorpresa me había llevado al descubrir que no podía pagar el alquiler con tarjeta. «Sólo efectivo caballero». Pero no fue la única. Aquel día y durante las semanas siguientes aprendería varias cosas sobre el dinero en Argentina y sobre el funcionamiento de mi querida tarjeta Bnext…

Primero: La cantidad de dinero que se puede extraer en los cajeros automáticos es mucho más limitada que en Europa, al menos con una tarjeta internacional. Después de algunas pruebas y varias conversaciones con mis «compis» de residencia, creo que he podido llegar a descubrir el porqué de esto. Para empezar, la economía argentina aún es muy frágil y el peso argentino cambia de valor a diario; por la cual cosa algunos porteños (naturales de Buenos Aires) van a sacar dinero pronto por la mañana para evitar la devaluación de su dinero. De esta forma, te encuentras con que algunos cajeros no tienen efectivo suficiente. Además, el valor de los billetes y las monedas es muy bajo, por lo que para sacar una gran cantidad de dinero, hay que sacar muchos billetes y a veces simplemente no caben por la rendija. Me pasa entonces que para sacar los 13.200 pesos (266 euros) que me cuesta el alquiler cada mes, tengo que hacer dos operaciones o a menudo incluso ir a dos cajeros distintos. Estas idas y venidas me han llevado al segundo descubrimiento…

Todo este fajo de billetes son 320 pesos argentinos, unos 6 euros al cambio (en aquel momento)

Segundo: Los bancos en Argentina cobran una comisión por cada extracción con una tarjeta internacional como Bnext y esta no se hace cargo. Si me hubiese leído las condiciones generales de Bnext al completo, hubiese descubierto antes que efectivamente funcionaba así. Realmente, es de lo más lógico pues Bnext no puede preveer qué países, qué bancos o qué sucursales deciden cobrar estas comisiones. De todas formas, el cajero siempre os avisará de cuanto es la comisión antes de finalizar la retirada (y podréis echaros atrás si queréis). Tenéis aquí, una lista con los países en los que se cobran comisiones por extracción y qué porcentaje cobran. Aquí, las comisiones rondan el 6% del total de efectivo retirado. 

A todo esto, mi única solución ha sido: ¡resignarme! Al fin y al cabo, como sólo puedo extraer dinero con mi tarjeta Bnext 3 veces al mes sin comisiones (quiero decir a parte de las del banco), tampoco es que vaya a arruinarme por ello. De todas maneras, no he encontrado ninguna forma mejor para disponer de efectivo así que sigo recomendando Bnext por la buena atención al cliente y porque, si en el día de mañana viajo a esos países donde no se cobran comisiones, habrá valido la pena tenerla.

Después de este pequeño desbarajuste de planes, fui a comprar al DIA (me sorprendí que aquí también lo tuviesen) para llenar un poco la nevera. Utilicé mi tarjeta N26 para pagar, con la que sí que no tuve ningún problema y que, de momento, no me ha fallado (realmente, la otra tampoco ha fallado pero ya me entendéis…).

El tango que nos bailaron en la bienvenida. Fuente: Grupo de Facebook UB Internacionales

Día 3.

La mayoría de mis compañeros de residencia son argentinos, aunque también había un peruano y una chilena. Todos ellos residían o residirán en la ciudad durante su estudios universitarios. El único otro español del grupo, resultó que regresaba a casa dos días después de mi llegada, tras haber pasado la primera mitad del año en Argentina. ¿Qué le vamos a hacer?… Como despedida, se organizó una comida en la terraza a base del archifamoso asado argentino (sería el equivalente español a una parrillada) y yo decidí unirme también. Los que me conocen sabrán que para mí, eso es un gran logro: soy muy introvertido y me cuesta relacionarme con gente que apenas conozco pero decidí que quería poner en práctica eso de «vida nueva, persona nueva». Creo que no podría haber mejor introducción a la gastronomía argentina, la calidad de sus carnes no está en absoluto sobrestimada. Sí, valió la pena, pero no sólo por la comida; ese simple acto de fe llevó a afianzar una buena relación entre compañeros de «casa». Al escribir esto, tengo en mi cabeza la vocecita de alguien (guiño, guiño, codazo, codazo) diciéndome: «ves, tenía razón, si es que te tienes que abrir más con la gente…·»

Día 4.

Aquel primer lunes en Argentina me tocó asistir a una reunión de bienvenida en la Universidad de Belgrano. En la sala de actos nos apelotonamos, yo diría que unos 100 alumnos de intercambio, venidos de más de 20 países distintos. Algunos menos, otros más (entre los que me incluyo) pero la mayoría acabábamos de aterrizar y andábamos desconcertados sobre qué y con quién nos íbamos a topar durante la estada (o al menos los primeros días). Aquella charla nos vino muy bien: Nos presentaron el plan de estudios, nos explicaron cómo matricularnos y todo el proceso para conseguir la VISA (el visado) de estudiante, nos dieron algunos consejos básicos sobre seguridad y en general, nos tranquilizaron con sus palabras y el buen hacer de quien tiene sobrada experiencia en el asunto. Oh y por si a alguien no le habían convencido las palabras, nos invitaron a medialunas, zumos y a empanadas de carne y verduras e incluso dos de los profesores de estudios argentinos nos bailaron un par de tangos al acabar. La verdad es que no podía imaginarme un recibimiento mejor.

A la salida, nos hicimos todos una foto de grupo y se dio por finalizada la jornada. Un grupito de españoles quedamos rezagados en la puerta contando anécdotas y comentando los mayores vericuetos sufridos a nuestra llegada a Buenos Aires. Todos coincidimos en algo: aunque había costado llegar, estábamos aquí y eso era todo lo que importaba. Al grupo se nos unieron un par de francesas y decidimos ir a tomar algo a algún bar cercano. Creo que el estrés y el descontrol de los primeros días y una extraña ola de calor que azotó el continente aquel fin de semana, me habían impedido ver y sentir con claridad el frío propio de aquella época del año; pero ¡Qué frío hacía en aquella terraza de la Avenida Lacroze! Aún así, la quedada estuvo muy bien. Es cierto que a la gran mayoría no les he vuelto a ver pero fue de lo más terapéutico compartir sensaciones e inquietudes con gente que las padecía igual que yo.

Día 5.

Excepto por mis idas y venidas al supermercado y la acogida en la universidad, no había salido de la residencia en todo el tiempo que llevaba en Buenos Aires. Hubiese esperado que el ansia por salir a descubrir la ciudad me hubiese impulsado con energía antes, pero creo que el práctico pensamiento de que tenía 5 meses por delante hizo que me quedara vagueando en la cama unos cuantos días más; hasta el martes 23 de julio, cuando salí a pasear. No quise alejarme demasiado de «mi barrio» así que consulté este mapa interactivo súper útil para ver qué podía ver y hacer cerca de allí. Colegiales es un subdistrito de Capital Federal, hogar de gente trabajadora, cientos de locales comerciales y mansiones coloniales venidas a menos. Es limpio, tranquilo y está a menos de media hora del centro de la ciudad en transporte público. Para un chico que ha vivido siempre en una zona donde hay que coger agarrar el coche hasta para ir a comprar el pan, es perfecto.

En menos de 20 minutos, dirección este, llegué al límite con Palermo, con un rollo mucho más bohemio y el sitio, donde me dijeron, sale todo el mundo a tomarse una pinta (caña) y bailar en algún boliche (discoteca). Recorrí un par de calles, disfrutando del maravilloso arte callejero, hasta el Mercado de las Pulgas. Una suerte de rastro a caballo entre un anticuario y un desguace, donde venden toda una colección de muebles antiguos, recuerdos, objetos de decoración, máquinas de escribir y cualquier cosa con la que soñarían todos los amantes de lo vintage. Yo caí inmediatamente rendido a sus pies, hubiera podido pasarme toda la mañana rebuscando entre aquellos cachivaches y documentándolo todo con mi cámara, aunque sospecho que se me habría acabado el carrete en menos de media hora (la mía es digital pero quedaba mejor con la historia).

Mural Teta y Salta
Puesto en el Mercado de las Pulgas en Buenos Aires
«La Rosalía» en la puerta del Mercado de las Pulgas

Justo al lado del Mercado se encuentra la divertida Plaza Mafalda. Quino, el escritor de la famosa tira cómica es argentino y en Buenos Aires, donde se estableció desde bien jovencito, se le venera tanto como al fútbol (quizá un pelín menos); por toda la ciudad proliferan murales, estatuas y toda clase de representaciones con «su niña» de protagonista. En este parque infantil hay algunas de esas escenas pintadas en bloques de cemento, todas de distintos colores; es inevitable sonreír y hasta reír a carcajadas con las ocurrentes impertinencias y cinismos de un adulto, encajadas en una niña pequeña, e irónicamente situadas en un espacio para niños que no las entenderán. Sin duda hay que pasarse para verlo.

Mural de Mafalda y el Mercado de las Pulgas, al fondo a la izquierda
Plaza Mafalda

Día 6.

Aquella mañana, a las 11:00h, quedamos todos en la cocina para discutir cómo y porqué habían empezado a desaparecer alimentos de las neveras comunitarias. Nos presentamos todos menos un chico. En casos normales, esto no sería más que un incidente aislado y sin relevancia para el conjunto de la historia, pero es esencial para entender cómo ocurrió lo que ocurrió el séptimo día.

Día 7. 


Sabed que he sopesado con detenimiento si incluir este relato en el artículo, pues es cierto no lo considero demasiado oportuno, pero he llegado a la conclusión de que es inevitable introducirlo en la historia y necesario para apartarlo de mi mente. También debo advertiros de que el subsiguiente suceso, aunque intentaré contarlo lo más elegantemente posible, puede herir sensibilidades, así que si no queréis saberlo, pasad directamente al día 8.


Aquella mañana me había reunido con mi coordinadora para establecer las materias a cursar. La cosa se complicó porque varías de las asignaturas que había preescogido, no se daban en este semestre. Volvía a la residencia al mediodía mientras mi cerebro echaba humo intentando solucionar aquel entuerto para no tener que repetir tercero. Me costó una semana entera y varias visitas más a la facultad resolverlo porque los hechos de aquella tarde realmente marcaron el día entero y ocuparon nuestras mentes durante los días siguientes…

Sobre las 16:00, mi compañero de cuarto entró en la habitación confundido y alterado. La señora de la limpieza había llegado hacía un rato y aquel compañero que no se había presentado en la reunión, seguía sin dar señales de vida. Tocaba limpiar su cuarto y como no respondía, acabaron forzando la puerta de su habitación. Lo encontraron tendido en su cama, casi transparente y con la vista perdida. En la mesilla, una botella de cerveza a medias y algunos frascos de medicamentos abiertos, junto a restos de la comida desaparecida. Hacía más de un día que se había ido.

Sin duda, aquella semana, Argentina fue más dura y cruel de lo que jamás hubiese imaginado.

Día 9.


No llegué a conocer en persona a aquel chico pero en su legado me dejó una lección de vida importantísima. Algo que esas películas romanticonas de Hollywood están hartas de decirnos pero que, desgraciadamente, sólo en ocasiones como esta llegamos a comprender y asimilar del todo: aprovechar nuestra vida y rodearse sólo de personas que aprecies y te aprecien.


Así, el sábado por la noche decidí salir a cenar y pasarlo bien con unos catalanes que había conocido unos pocos días antes como resultado de una y otra casualidad que haría creer en la teoría de los seis grados hasta al más escéptico de los mortales; esta dice que estamos separados de CUALQUIER persona en el mundo solamente por otras seis personas más, creándose de esta forma una cadena por la cual, en esencia, todas nuestras vidas están conectadas…

Resulta que el día que fui a la reunión con la coordinadora, dos chicas catalanas que andaban por ahí, reconocieron la camiseta del Club Natació Sabadell que casualmente llevaba yo ese día (casualmente porque yo jamás visto con ropa deportiva). En eso que decidieron comparar la lista de estudiantes internacionales con sus perfiles en Instagram hasta que me encontraron y contactaron conmigo (da un pelín de miedo el stalckeo, pero resultaron ser muy majas)Pero la cosa no acaba ahí. Ellas conocían a otro chico, también catalán y también llamado Albert, que era el amigo del hijo de una clienta de mi madre. Y para acabar de enroscar más la cosa: una de las chicas es de Sabadell y conoce a varios compañeros que estudiaron conmigo en el instituto. ¿No parece mentira que hayamos tenido que cruzar el mundo para conocernos?

Al grupito se unió una catalana más que acababa de llegar a mi residencia (con la que no estaba «anclado») y un colombiano que vivía en la residencia de las otras dos chicas. Salimos por Palermo, tal y como nos había recomendado todo el mundo. Aquel ambiente bohemio coge más impulso por la noche, cuando abren las cervecerías artesanales (hay muchísima tradición en Buenos Aires) y las calles se llenan de gente joven con ganas de pasarlo bien. Nosotros entramos en el restaurante de estilo americano DIGGS, en la plaza Serrano. Todo un acierto. Las hamburguesas, los hot dogs y los sándwiches de bondiola (otro corte de carne argentino) estaban buenisísimos. También tuvimos la oportunidad de probar el Ferné, la bebida alcohólica favorita de los argentinos para salir por la noche. Se trata de un licor según me han dicho venido de Italia, que se mezcla con Coca-Cola y tiene un cierto regustillo a menta que me recordó muchísimo al Listerine. No me gustó demasiado, la verdad… Pero en general fue una noche de lo más divertida. 

Buenos Aires por la noche. Sé qué estáis pensando, pero no es inseguro en absoluto

Días 11-15.

Y así sin quererlo ni beberlo, comenzaba mi primera semana de clase. Aunque el primer día iba bastante nervioso, enseguida me acostumbré y encajé bien en la clase; el sistema y el nivel de estudios son los mismos a los que estoy acostumbrado así que genial. Las clases son incluso más reducidas que en mi facultad de la UAB y personalmente eso me encanta. Por lo que me han contado, Hotelería (en Belgrano estoy cursando esta en vez de Turismo) no es una carrera que la escoja demasiada gente (en España pasa más o menos igual) y encima da la casualidad que varios compañeros se han ido de intercambio también. Pero así, hay mejor ambiente de trabajo y podemos hacer, de cada clase, un debate o coloquio. Es algo bastante menos formal que las clases magistrales de otras carreras. 

Sólo hay algo que me costó horrores interiorizar (y aún estoy en ello): aquí las clases empiezan a las 08:00h. ¿Por qué tan pronto, por favor?… Lo «bueno» es que la residencia queda a solo 20 minutos andando y no tengo que madrugar excesivamente, aunque sí más de lo acostumbrado. Pobres algunos de mis compañeros que viven a una hora de camino…

Pero siempre hay que buscar el lado positivo: empezar antes significaba acabar antes también. ¡Hurra! Además, aquí las materias están más concentradas y solamente tengo una cada jornada (excepto un día), así que, como no tengo demasiadas horas lectivas, pude aprovechar esa semana para seguir conociendo el barrio y continuar con mi completa inmersión en la cultura argentina:

Aunque no se diferencia excesivamente de la española, obviamente hay cosas que no son iguales: el dialecto es diferente y hay algunas palabras y expresiones que voy aprendiendo y a las que me voy acostumbrando por el camino: Acá y allá (en vez de aquí y allí), dale (vale), agarrar (coger), pintar (apetecer) pasantía (prácticas), recibirse (licenciarse)… 

Choripán. Los suelen vender en puestecitos ambulantes

Los nombres de las frutas y verduras son completamente diferentes, no veas el primer día que fui a comprar: Chauchas (judías verdes), arvejas (guisantes), papas (patatas, este sí lo tenemos), frutillas (fresas), ananá (piña), batata (boniato), zapallo (calabaza) y algunas otras más. En cuanto a la carne, los cortes son totalmente diferentes así que voy a comprar un poco a ciegas ya que lo único que logro diferenciar en la carnicería son salchichas y hamburguesas. Aunque de todos modos se que acercaré siempre porque de verdad que tienen unas carnes sabrosísimas. De primeras os puedo recomendar el bife de chorizo (nada tiene que ver con el embutido, es algo así como un entrecot), ¡Está para morirse! Ah y no nos olvidemos del famosísimo choripán (bocadillo de chistorra) también muy rico. En cuanto a los postres, se habla mucho del dulce de leche, que se emplea para todo tipo de dulces y pasteles. De momento, sólo he tenido el gusto de probar el alfajor, un dulce tradicional tipo polvorón relleno de dulce de leche y cubierto por chocolate negro o blanco. ¡Ambos deliciosos! Umm… 

La práctica cotidiana y el devenir de los meses harán que me acostumbre al uso de estos nuevos términos. Quizá lo que me costará más sean esas microexpresiones y ese deje natural que sólo se adquieren al nacer aquí y que hacen que, en ocasiones, me pierda en algunas conversaciones y tenga que estar preguntando qué significa eso o aquello. Pues igual que nosotros tenemos el refranero español, en Argentina han elaborado una especie de jerga muy particular e interesantísima llamada Lunfardo. Este surgió a finales del siglo XIX, entre los delincuentes y las clases más bajas de Buenos Aires, quienes empezaron a mezclar el español con las lenguas «nuevas» que traían los inmigrantes europeos y con algunos vocablos precolombinos recuperados de dialectos como el guaraní o el quechua. Posteriormente, el «lenguaje del tango», ese baile porteño tan característico y quien adoptara el lunfardo en un momento, se encargó de hacerle traspasar todas las fronteras, físicas y de clase, hasta formar parte intrínseca de todos los argentinos. Os dejo aquí una página con algunos de esos términos del Lunfardo. 

Otra de las cosas que más me han fascinado es el Mate. No por su sabor, al cual no le he cogido el gustillo aún, pero sí por su uso como nexo social. El mate es la bebida tradicional de Argentina, hecha a base de agua caliente y hiervas aromáticas (hay de muchos tipos). Es una especie de té muy amargo. Lo curioso es que, al contrario de lo que se podría esperar, no se vende en bares o cafeterías. Es algo casero, que se prepara de una forma muy concreta, se sirve en un recipiente especial hecho de calabaza seca y se toma con una pajita metálica. Aunque hay quien se lo prepara para uno mismo, se suele compartir con más gente; se prepara una sola mezcla y todo el mundo bebe del mismo recipiente. Me chocó tantísimo cuando, en mitad de clase, un compañero salió al pasillo donde hay máquinas de agua caliente para ello, preparó un «vaso» de mate y lo compartió con todos… se lo fueron pasando uno a uno mientras atendían la lección e incluso le dieron a la profesora, como si esa distancia física, mental y moral entre alumno y profesor no existiese.  Y no fue algo ocasional, pues se ha venido sucediendo en todas las clases y con todos los profesores. ¡Maravilloso!

Y así, entre comilonas, nuevo vocabulario, descubrimientos varios y algún que otro paseo por la ciudad, se pasó, tan rápido como había llegado, la primera semana de clase en la Universidad de Belgrano, Buenos Aires, Argentina. También se cumplían 15 días desde mi llegada al país; quizá no habían sido de lo más provechosos viajeramente hablando, pero me había formado una pequeña imagen mental del que, estaba descubriendo, iba a ser un viaje alucinante por un país aún más alucinante…

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