El resumen viajero de este 2020, como fiel reflejo de lo acontecido, será un poco diferente a lo acostumbrado. Me vais a permitir, ya que este es mi pequeño espacio en el cosmos virtual, que os cuente como, yo, Albert Sarabia Tarraga, he vivido este año. No desconectéis todavía, hablaremos también de viajes viaje, por supuesto, son una parte fundamental de mi vida y la semilla esencial de este blog, pero evidentemente han ocupado una parte minúscula del año y en términos relativos no han tenido tampoco mayor repercusión.
¿Cómo empezar, pues, el relato de uno de los años más fatídicos y extraños que la mayoría de nosotros haya visto?
Por el principio, claro, ¿por dónde sino?
He intentado indagar en mi memoria en busca del algún recuerdo de principios de año, pero sin éxito. Hace ya tanto de aquel enero de 2020… Debieron de ocurrir cosas, imagino, pero no me sale nada que sea digno de mención. Sí recuerdo empezar el año sin planes a la vista (menos mal), expectante pero sin expectativas, a verlas venir y dejarme sorprender; y vaya si me sorprendí. También recuerdo una sensación de pesadumbre, inquietud e incomodidad que me persiguió durante varias semanas. La herida por el regreso de Argentina todavía era muy reciente y me costó horrores «acostumbrarme» a los antiguos ritmos: a volver a clase, con mis compañeros, mis amigos, a mi gimnasio, a mi coche, a mi casa e incluso a «mi idioma». Reintroducirse en una burbuja que creí pinchada, volver a cambiar un chip que pensé haber fundido, hacer click de nuevo y encajar en un lugar al que ya no sabía si pertenecía.
Todavía andaba yo algo perdido, intentando recolocarme del todo, cuando empezaron a llegar noticias de China. Para la gran mayoría de nosotros, imagino, aquello eran cosas del oriente lejano, cosas que eran impensables que nos pudiesen pasar a nosotros. Un amigo, al que por otra parte quizá deba una disculpa, empezó a insistirme ya en febrero con que fuera a la farmacia y me hiciera con todas las mascarillas que pudiese porque se avecinaba un desastre. «¿Qué dices?, buuf… ¿no serás uno de esos conspiranoicos?» Algo así debí de contestarle. Cuando Italia cerró las fronteras y confinó a toda la población y empezaba a correr ya el pánico por los grupos de WhatsApp, yo seguí sin prestar atención, tachando incluso de locos a aquellos que se pasaban el día contando los infectados de la nueva «gripe». ¡Ingenuo yo!. Aun cuando el 10 de marzo cerraron la universidad, nos mandaron a todos a casa y empezó a las pocas horas la tan temida cuarentena, seguí sin asumir, ni entender del todo qué era lo que estaba ocurriendo y puede, que todavía a día de hoy, siga sin entenderlo.
En mi facultad, las clases terminaron justo ahí cuando todo estalló y quedamos entonces a la espera de poder empezar las prácticas – cosa que nunca sucedió – así que el confinamiento inicial lo viví un poco como una especie de vacaciones forzadas. Sí, estábamos todos en casa sin poder salir, pero en mi caso, tampoco requería de mayor esfuerzo pues siempre había sido terriblemente casero. Mis amigos y yo empezamos a pasar horas en videollamada y jugando a juegos online. Retomé contacto con personas con las que había dejado de tener relación. Vi decenas de nuevas series y películas. Volví a leer. Escribí miles de palabras en el blog e incluso aprendí algo de programación. Veis, por cocinar pan, por ejemplo, no me dio. También mantuve mis sesiones regulares de ejercicio, no se podía ir al gimnasio pero podía hacerlas en casa sin problema. Como tampoco podía ir a nadar (y esto sí que me dolió un poco), reanudé el viejo hábito de salir a correr al menos una vez por semana; la ubicación de mi casa en medio del bosque lo facilitó mucho. Sí, reconozco que me salté el confinamiento total y luego también el horario de paseo permitido – y sí muy mal hecho, lo sé – pero es que el «aislamiento» de mi urbanización lo hacía totalmente seguro. Por otro lado, seguí yendo a trabajar, con mascarilla y respetando todas las medidas de seguridad, pero con cierta normalidad. Telepizza no ha cerrado ni un sólo día este año, ni si quiera durante las dos semanas de confinamiento total. El gobierno consideró el reparto a domicilio (sí, de pizza también) como una actividad esencial y aunque al principio puse en duda esa decisión, al final acabaría por darme la vida.
Más tarde, aun cuando veía que el confinamiento se iba alargando de 15 días en 15 días y la normalidad se alejaba cada vez más, yo mantuve el buen humor. Realmente no echaba de menos esas cosas que mis amigos anhelaban con lágrimas en los ojos: la libertad, el movimiento, el trabajo, los amigos…y es que realmente nunca se me llegó a privar completamente de ellas.
En primavera nos zarandeó la noticia de que a mi abuelo le habían diagnosticado leucemia. Empezaron a sucederse entonces visitas con la hematóloga, sesiones de quimioterapia y analíticas de sangre, las cuales vinieron acompañadas de confusión, estrés, ansiedad y depresión. Obviamente hubo que extremar también las medidas de precaución y eso hizo que al principio no pudiéramos ir si quiera a ver cómo estaba. Fue y ha sido una experiencia muy dura para él y para toda la familia, pero pese a todo, yo he conseguido mantenerme positivo. Poco a poco, ha ido mejorando y cada día se encuentra algo mejor, además de que el pronóstico de los médicos siempre ha sido esperanzador y sabemos casi a ciencia cierta que no morirá de la enfermedad.
Más o menos por la misma época, su hermana, es decir mi tiabuela, cogió el COVID y estuvo ingresada un tiempo en el hospital. Afortunadamente, también ella se puso mejor y volvió a casa sin apenas secuelas.
Con el veranito a la vuelta de la esquina, las medidas de seguridad empezaron a relajarse y llegamos a las últimas etapas de desconfinamiento. No sin pensar que quizás era algo precipitado, comenzamos a salir de la madriguera, a retomar contacto, a hacer alguna comida con amigos e incluso nos atrevimos con alguna visita cultural. En el mes de julio yo haría la primera y única actividad de este tipo: acompañaría a mi tía, igual de apasionada por la historia y la cultura que yo, en una visita audioguiada por la Casa Vicens, el primer encargo arquitectónico del genio creativo Antoni Gaudí. La mansión del barrio de Gràcia es un ejemplo más – uno de los primeros, de hecho – de la tan rica y enrevesada cultura del modernisme, que explotaría más tarde en el resto de su obra. Os hablaré de todo ello próximamente en la segunda parte de la serie «Barcelona: Recorriendo la ruta del Modernisme«. En cualquier caso, fue una mañana sorprendente e interesante a la par que extraña, pues vería con mis propios ojos el vacío turístico que padecía Barcelona y del que todos los medios se habían hecho eco.

En el mes de agosto, llegarían por fin las tan ansiadas vacaciones de verano y nuestro viaje anual con la pandilla. Antes de la Pandemia, nuestra idea era visitar algún destino internacional cercano. Teníamos en mente Marruecos, Escocia o Suecia; después empezamos a decantarnos por destinos costeros como Malta o el Algarve portugués. Más tarde, llegó el cierre de fronteras y eso trastocó todos nuestros planes. Tras mucho deliberar y discutir, incluso si no era mejor desistir y quedarse en casa y a pesar de la reapertura de algunas fronteras, llegamos a la conclusión de que lo mejor era viajar en nuestro propio vehículo y seguir un poco la tendencia del turismo de proximidad y de naturaleza. Con todo esto en mente, alquilamos una casita en el pequeño pueblo de Ribera de Cardós, en pleno Pirineo catalán y desde allí visitamos los valles de Aran, Núria y Boi, el Parc Nacional d’Aigüestortes i Estany de Sant Maurici y Andorra.
Siento que, sin saberlo de primeras, fue un viaje que realmente necesitábamos para nuestro bienestar físico, mental y emocional, para desconectar de todo lo que estaba ocurriendo y reconectar con nosotros mismos y con el medio natural. Pese a los dramas y la extrañeza e «incomodidad» de moverse en tiempos de pandemia, creo que conseguimos todo ello. Recuerdo en muchos momentos, estando a 2000 metros de altura y bañándonos en un lago glacial congelado o recorriendo pueblos de piedra prácticamente deshabitados o contemplando una puesta de sol desde una estación de esquí o conduciendo con el reggaeton a tope…, recuerdo conseguir olvidarme del COVID y simplemente disfrutar del momento con algunos de mis mejores amigos, cosa obviamente complicada este año y que agradecimos muchísimo.


Volvimos a casa con energías renovadas y con una tenue luz de esperanza al final del camino que se iría reforzando durante el resto del verano. Pasé unos cuantos días en Cambrils con la familia, bajé en incontables ocasiones a la playa con mis amigos, comimos y cenamos en nuevos restaurantes, salimos a pasear… todo mientras las medidas de seguridad se iban relajando poco a poco y parecía que la vida volvía a su cauce.

Pero como bien sabréis, sólo lo parecía. Algunos dirán que la gente se saltó a la torera las medidas de seguridad, otros que los gobiernos sacrificaron la recuperación sanitaria en pro de la recuperación económica e incluso habrá gente que lo vea todo como una conspiración de los medios y las grandes farmacéuticas. Quizás un poco de todo, no lo sé (aunque lo de la conspiración no lo veo yo muy claro). El caso es que los contagios se empezaron a disparar de nuevo y vimos con extrema resignación como las restricciones y los confinamientos volvían a endurecerse. Así como me había mantenido ocupado, motivado y positivo durante la primera parte del año, esta segunda ola, que tampoco pillaba por sorpresa a nadie, me destrozó por dentro.
El mes de setiembre ya empezaba regular de por sí porque le hicieron las pruebas de inmunología a mi padre y se nos confirmó que había pasado el virus en algún momento del año, lo que dejaba muchísimas probabilidades (aún sin confirmar) de que yo y el resto de la familia lo hubiéramos pasado también. Más allá de eso y aunque retomamos las clases en la universidad de forma «normal», enseguida volvieron a mandarnos a casa. Viví con apatía, desgana, cansancio y hartura durante semanas mientras aguantaba interminables sesiones delante de la pantalla del ordenador, que se alargaban aun más con las horas de estudio, los deberes y los trabajos prácticos; todo y sin saber cómo o a dónde escapar para desconectar un rato. Sentía que las paredes se estrechaban y mi habitación me engullía; la dejadez y el sedentarismo se apoderaron de mí; el móvil y la ultraconexión con el mundo ya no me satisfacían, más bien lo contrario: con cada notificación, me daban ganas de lanzar el teléfono por la ventana; estaba de mal humor y ya no me apetecía hablar con nadie… sólo salir a correr, ir a trabajar y alguna excursión muy ocasional, como el día de octubre que pasé en Sitges con mis amigos o la tarde de noviembre que fuimos a pasear por el llac de l’Agulla, lograron calmarme los nervios y hacerme sonreír de nuevo. Pero después, volvía a casa y recaía en la traumática monotonía.


No ha sido un camino de rosas, ni un cambio inmediato, pero he conseguido superar ese punto tan bajo y oscuro de mi año 2020 y ya vuelvo a sentirme yo mismo de nuevo. El relajamiento de las clases ha ayudado. Retomar el ejercicio regular también. Y mis amigos y familia, por supuesto; pero creo que el mayor acierto o mi mayor suerte ha sido darme cuenta de lo realmente afortunado que soy. No quisiera sonar a Mr. Wonderful y obviamente pienso que tengo derecho yo también a odiar y a quejarme de este 2020, como todos; pero poniéndolo un poco todo en perspectiva – algo que siempre resulta muy útil – quizás no haya sido un año tan dramático a título personal. Hay gente que ha perdido a toda su familia, hay familias separadas por miles de kilómetros que no se pueden reencontrar, familias que no sólo lidian con el virus sino también con la guerra, el hambre o los desastres naturales, familias sin hogar y sin patria, familias que han perdido su empleo y todo su sustento, familias sin acceso a una sanidad y educación de calidad… ha habido y todavía hay hospitales, geriátricos y centros de día colapsados; personal médico, de asistencia, fuerzas del estado, etc. haciendo cientos y cientos de horas en condiciones terribles. Personas que no han sabido lidiar con todo lo sucedido y han tenido que ir al psicólogo o al psiquiatra, personas que aun necesitándolo, no han tenido la suerte de poder permitírselo… y así tantas y tantas otras cosas que no puedo ni imaginar pero que me duele mucho pensar. Sin duda, ha sido un año catastrófico para mucha gente.
Pero yo, yo estoy bien. Como dirán los futuros memes: sobreviví al 2020 y además lo hice sin apenas rasguños. De hecho, tengo muchas cosas por las que estar más que agradecido: La primera es este espacio virtual y todas las personas que lo habitan. Ha sido un año espectacular para myworldinonepic.com. Las visitas se han disparado y puedo decir con orgullo que noviembre fue el mes que superamos por primera vez las 1000 visitas; pero no quisiera quedarme sólo en eso. Sobretodo, el blog ha sido mi puerta de escape. Escribir sobre lugares y personas que ahora no sé cuánto tiempo tardaré en revisitar, soñar así despierto, me ha ayudado a seguir adelante. Y creo que también leer sobre ello os ha ayudado a muchos de vosotros, así que no podría estar más contento en ese aspecto.
El segundo de los regalos de 2020 es algo un poco menos terrenal, más filosófico diría yo: como cumbre de todo un proceso que probablemente empezó en Argentina y que sin duda este año ha acelerado, creo que he vuelto a encontrarme a mí mismo. No es que estuviera perdido, pero he logrado conectar conmigo a un nivel mucho más profundo de lo que nunca lo había estado. Nos han forzado a parar, a estarnos quietos un rato y a reflexionar y eso me ha ayudado a soltar lastre y dejar atrás viejas actitudes, rencores, emociones, comportamientos y personas… autómatas que habían aparecido en mi vida por vicisitudes del destino y que empezaban a pesar ya en la mochila. No creo que pudiera poner ningún ejemplo de lo que estoy diciendo, pero sí me siento liberado al contarlo. Siento que este año he estado acompañado, si bien desde la distancia, por amigos y familia que me quieren y a los que quiero; también por música, cine, literatura, fotografía y toda clase de cosas que me han hecho increíblemente feliz y eso, ya es mucho decir.
¿Y qué nos deparará 2021?
Para mí, este ha sido un año lleno de intenciones pero por obvias razones, falto total de decisiones. Para 2021 no auguro tampoco el mejor año de nuestras vidas. Supongo que no podíamos esperar tocar las campanas, tomarnos las uvas y que todo esto desapareciera por arte de magia. Habrá que seguir teniendo paciencia y actuando responsablemente. No sé si quiera si podremos volver a viajar y a vivir historias que contar aquí en este blog. Pero sí que me gustaría y le pido a 2021 que me deje seguir haciendo las cosas que me gustan, con la gente a la que quiero y recuperemos un poco nuestro buen humor. Que sigamos conscientes, pero volvamos a soñar. Que no olvidemos el porqué ni el cómo de lo ocurrido, pero sí dejemos paso a un futuro algo más prometedor.
Para Myworldinonepic sí tengo algunos planes. Pretendo abandonar WordPress.com, pasarme a un proveedor de hosting más profesional y empezar a trabajar con WordPress.org. Quiero seguir creciendo y afianzando esta comunidad bloguera, quizás empezar a ganar un poquito de dinero con ello, pero sobretodo, continuar escribiendo y trabajando en lo que me gusta e inspirar aun más amor por los viajes.
¿Y vosotros? ¿Qué queréis para este 2021?
¡Feliz año, felices fiestas y muchísimas gracias por vuestro apoyo!
¡Nos vemos!