Buenos Aires la dejé atrás, por muy increíble que parezca, hace ya más de un año; pero todavía a día de hoy la sigo sintiendo muy cerca, muy parte de mí. Espero y deseo que permanezca siempre viva en mi memoria y en mi corazón, pondré todo mi empeño en ello; y por eso, no quisiera yo despedirme virtualmente de ella sin hacer un último repaso barrio a barrio por Buenos Aires y hablaros de los céntricos Recoleta y Retiro y de mi última parada en la ciudad, que fue en el cementerio de la Chacarita.
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Retiro.
Si bien no es el centro histórico, cultural o financiero como tal, podríamos decir que el barrio de Retiro es la zona cero de la ciudad de Buenos Aires, pues es el lugar en el que confluyen las Avenidas principales de la ciudad y que cruzan prácticamente todas las líneas de colectivo y subte. También aquí se encuentra la famosa Estación de Retiro, una de las siete estaciones centrales de ferrocarril de la ciudad. A sus enormes andenes cubiertos por una cúpula de vigas metálicas llegaría yo en cientos de ocasiones para seguir dirección Monserrat, Puerto Madero o San Telmo, para acercarme al muelle donde agarrar el ferry hasta Uruguay o seguir hasta la vecina Terminal de Ómnibus en busca de una cálida nochebuena cordobesa. Es también entre estas dos estaciones donde se encuentra la puerta de entrada a Villa 31, de la que dicen, es una de las barriadas más inseguras y pobres de la capital, sino la que más. No me gusta a mí dejarme convencer por tales habladurías, ¿a caso no se dice algo parecido de la misma Buenos Aires? pero esta vez no me atreví a comprobarlo, los borrachos con litrona, la presencia policial y las chabolas hacinadas – literalmente – unas encima de otras me disuadieron de ello y por prudencia, no podría tampoco yo recomendaros que incluyáis la Villa en vuestro recorrido turístico.
En cualquier caso, a la misma estación de Retiro volvería después de cada una de aquellas aventuras para agarrar el Ramal Mitre o el de José León Suárez hasta mi residencia en Colegiales. Su fachada neorrenacentista de principios de siglo sería, de hecho, lo último que viera antes de partir hacia Barcelona.
No descubriría mucho más del barrio de Retiro, pues tristemente sólo lo pisaba en ese cruce de caminos en dirección a otra parte; pero sí que llegué a fijarme un poco en su estética general. ¿Cómo no hacerlo? Altísimos rascacielos, hogar de hoteles 5 estrellas, separan su límite sur con Puerto Madero y enormes residencias aristocráticas de estilo colonial y neoclásico, a donde se mudaran los patricios en el XIX tras el brote de Fiebre Amarilla, rodean las inmensas avenidas de 4 carriles, siempre atestadas con el ruidoso «tránsito» porteño.

Tampoco olvidarnos del más famoso y más controvertido de los símbolos del barrio: la Torre Monumental, que se eleva 60 metros en el centro de la Plaza Fuerza Aérea Argentina, frente a la Estación de Retiro. Inicialmente conocida como Torre de los Ingleses, fue construida por los habitantes británicos de la capital como regalo para conmemorar el centenario de la Revolución de Mayo en 1910. Pero en 1982, tras finalizar la Guerra de las Malvinas, se le cambió el nombre por el actual para intentar olvidar la derrota de Argentina. A pesar del esfuerzo, todavía hoy en día se la conoce como Torre de los Ingleses y pese a sus buenas intenciones, es un recordatorio constante de la presencia británica en el suroeste Atlántico. Más allá de la fatídica, aunque fascinante historia del monumento, aquello que me recomendaron, pero que no pude realizar por escasez de tiempo, es subir a lo alto del mirador para disfrutar de las vistas, seguro que espectaculares, de todo el barrio de Retiro y de los vecinos Puerto Madero y Recoleta.
Recoleta.
Precisamente hacia esta última nos encaminamos en la segunda parte del artículo. Siguiendo la Avenida del Libertador dirección noroeste se llega, en un apacible paseo de 10 o 15 minutos, al Parque Thays, ya en pleno barrio de Recoleta. Bautizado en honor al paisajista Carlos Thays, que muy bien conocemos ya en este blog, el recinto alberga algunas obras escultóricas de grandes artistas internacionales como Botero, es sede de la espectacular e inmensa Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y también hogar de otro de los mayores símbolos de la ciudad: Floralis Generica.

Floralis Generica.
Esta mole de acero inoxidable, aluminio y hormigón armado de 18 toneladas y más de 20 metros de altura en forma de flor, es única en el mundo por contener un sistema hidráulico y fotovoltaico que permite que sus pétalos se abran y se cierren en relación a la posición del sol, tal y como lo hacen las flores en la naturaleza. Su construcción corrió a cargo del arquitecto Eduardo Catalano y desde su inauguración en 2002, se ha convertido en una de las imágenes por excelencia de la capital argentina.
Curiosamente, la de la escultura fue una de las primeras fotografías que tomé en la ciudad durante mi primer paseo nocturno, la primera vez que me alejé de Colegiales y también fue una de las últimas visiones que tuve tras salir del último de los museos que visité, unos pocos días antes de volver a casa; así que efectivamente fue una figura muy simbólica a lo largo de mi viaje. Ya os había dicho que esto trataba de despedidas.

Museo Nacional de Bellas Artes.
Ese último museo del que hablaba es el Museo Nacional de Bellas Artes, uno de los más importantes del país y del continente gracias a su enorme patrimonio artístico-cultural, que sumerge al visitante en un viaje desde el siglo III a.C hasta la actualidad. Las miles de piezas pictóricas, escultóricas, textiles, grabados y objetos diversos expuestos se encuentran repartidas en diferentes salas, ordenadas cronológicamente, en los dos pisos del bello edificio de color naranja situado frente a la mencionada Facultad de Derecho.

La visita es interesante, no puedo decir lo contrario. Aprender cosas nuevas sobre las distintas fases y estilos artísticos a lo largo de la historia siempre es más que bienvenido; pero pretender hacerlo a una escala temporal tan grande como en la muestra, en un formato tan tradicional y ante mi profundo desconocimiento artístico, puede llegar a ser un poco sobrecogedor y – me sabe mal decirlo – quizás un poco aburrido al final. Aunque por ello no puedo dejar de recomendároslo, pues sin duda se trata de una de las visitas clave en Buenos Aires para acabar de entender el alma y esencia de los argentinos, aunque más vale tomároslo con un poco más de calma de lo que yo lo hice.

Cementerio de la Recoleta.
Salimos de la Galería y continuamos de frente, torciendo ligeramente a la izquierda para subir por los caminos ajardinados de la Plaza Intendente Torcuato de Alvear. Aquí abre todos los sábados, domingos y días feriados (festivos) la Feria de Artesanos de Recoleta, un mercadillo en el que comprar mates (recipiente), cerámicas, cuero, tejidos y toda clase de recuerdos artesanales que llevarse a casa.
Resiguiendo los altos y misteriosos muros de piedra hacía el sur, nos encontramos enseguida con la verja de entrada a uno de los sitios turísticos más concurridos y más recomendados por todos los viajeros: el Cementerio de la Recoleta. Hasta aquí me vine yo un día entre semana, sin la intención de visitarlo, dando un paseo desde el Ateneo, que había querido conocer inicialmente pero que permanecía cerrado. Y fue entonces cuando Buenos Aires consiguió sorprenderme de nuevo y me vi a mí mismo disfrutando de algo que no había pensado nunca que podría disfrutar y que no es otra cosa mas que ver tumbas y mausoleos. No por creyente o supersticioso, pero no he sido nunca una persona de cementerios y tampoco creo que estén hechos precisamente como lugares de esparcimiento. Sin embargo, el de Recoleta me fascinó y me pareció incluso bonito.


Todo se lo debo, eso sí, a la visita guiada y muy en especialmente a su guía, que hablando del final de la vida, cautiva con sus palabras. En un paseo gratuito de más o menos una hora, va desenterrando las historias sobre dinero, codicia, pasión, amor, secretismo, masonería… las cuales yacen enterradas junto a los célebres vecinos en los más grandes y ostentosos mausoleos familiares. Historias como la de la familia Del Carril, que enfrentados por las deudas y el derroche de la esposa, no volvieron a hablarse en los últimos 35 años de matrimonio y a la muerte de la viuda, decidió enterrarse y exponer su busto de espaldas a su marido. También en la finca se encuentra el descanso de la simbólica Eva Perón, cuya lápida está siempre repleta de ornamentos florales. Merece la pena sin duda pasarse a hacer una visita, aunque por supuesto respetando siempre la memoria de los difuntos y de sus familiares.

Ateneo Gran Splendid.
Tras la visita al cementerio de la Recoleta, volví directamente a la residencia. Aquella tarde jugaban Boca contra River y más me valía ir a apoyar a la pandilla sino quería ser expulsado del país por alta traición a la madre patria. Si a vosotros no os coincide con el clásico y queréis seguir la ruta turística, debéis seguir dirección sur por Vicente López y Avenida Callao hasta Avenida Santa Fe. Son apenas 6 cuadras y un paseo de 15 minutos por medio de elegantes edificios neorrenacentistas.
En el 1860 abre otro de los símbolos principales de Buenos Aires – sí, el centro atesora buena parte de ellos – y también uno de los lugares más mágicos de la ciudad: el Ateneo Grand Splendid. Inaugurado en 1919 como cine-teatro, en el año 2000 se transformó en la conocidísima librería comercial que es hoy. Imaginad: estanterías repletas de libros ocupando el antiguo patio de butacas, el foso y los palcos de los dos pisos superiores y un elegante bar en el escenario, todo bajo columnas circulares de color blanco, ribetes dorados y una espectacular cúpula pintada que representa la Paz tras el fin de la Gran Guerra. Con razón The Guardian y National Geographic la han nombrado como la segunda y primera librería más hermosa del mundo es sus respectivos TOPs.

La belleza del conjunto ya te deja de por sí sin respiración, pero si queréis que os termine de cambiar la vida, deberéis salir al escenario y pedir la chocotorta. No hay mejor forma de terminar la visita a Recoleta con este sublime y tradicional (y carísimo) postre argentino. Os lo advierto, por eso, después cualquier cosa os parecerá poco.
Kuma.
Ha sido tradición al final de cada uno de los repasos barrio a barrio, recomendaros un club o discoteca donde salir a menear un rato el esqueleto y en el último de ellos no iba a ser menos; aunque claro, por desgracia esta vez pasará un tiempo hasta que podáis seguir mi recomendación. En cualquier caso, os dejo aquí el nombre de KUMA, una pequeña sala de fiestas a dos cuadras del Ateneo, donde nosotros fuimos a celebrar la graduación de uno de mis mejores amigos de la residencia. Algo más pequeño y más agobiante que el resto de las discotecas a las que ya habíamos ido, pero con el mismo ritmo y gracia. Y es que es bien sabido que a donde quiera que vayas en la Argentina, lo pasarás como si fuera tu última noche en la Tierra.
Bonus track.
Cementerio de la Chacarita.
Y de la última noche en la Tierra a prácticamente la última visita que realicé en Buenos Aires. Yo no tenía realmente la intención de visitar el Cementerio de Chacarita, aunque me habían hablado muy bien de él. Pero corría el día 16 de diciembre de 2019 y a falta de 12 días para volver a casa, la residencia se había vaciado a más de la mitad y yo iba lamentándome y llorando por las esquinas (casi literalmente). Así que decidí salir a que me diera el aire y de paso aproveché para visitar este rincón que quedaba bastante cerca de mi casa en Olleros.
Situado en el mismo barrio al que da nombre, el Cementerio de la Chacarita es el más grande de la ciudad de Buenos Aires y se inauguró en 1871, aunque en 1886 se vieron forzados a clausurarlo por las malas condiciones sanitarias. Algunos años más tarde, volvió a abrir de nuevo, ya en la forma en la que lo podemos ver hoy en día. Como curiosidad, sabed que «Chacarita» proviene del quechua Chácara o Chacra, que significa fundo, granja o en definitiva «porción grande de tierra», lo que define perfectamente este enorme espacio cuadrangular en medio de la Gran Buenos Aires.

Esencialmente me reitero en lo comentado con el de Recoleta, aunque no soy una persona de cementerios, hay que reconocerle a Chacarita que tiene su encanto, que en cierto punto me recordó a un campo de estupas budistas y que en aquel momento, recorrerlo me vino bien para evadirme y calmar los nervios. Sin embargo, es cierto que en este caso yo no lo consideraría un imprescindible de Buenos Aires – si no tenéis el tiempo, quiero decir – como si lo hago con Recoleta.

Y básicamente esto es todo. Con este artículo y tras casi dos años compartiendo contenido, termino la serie sobre mi Erasmus en Argentina. Ha sido espectacular, intenso, emocionante e inolvidable. Se han quedados experiencias y anécdotas de backstage para el recuerdo, que no proceden y que tampoco tienen tanto jugo como para ser contadas, como la genial escapada navideña a Córdoba. Desde aquí, te agradezco de nuevo por mil Rocío el alojarme en tu casa y presentarme a tus amigos. También muchos planes que quedaron en el tintero por falta de tiempo, especialmente en estos dos últimos barrios de Buenos Aires: El Museo Prohibido No Tocar, la visita guiada a Teatro Colón, Tecnópolis, ESMA, el Pasaje Bollini, La ciudad de los niños, la Biblioteca Nacional, el Museo Boquense… y segundas visitas a Tigre y la Plata; además de infinitos lugares en el resto del país, tantos que necesitaría una vida entera.
Me despido de mi Argentina y de mis argentinos. No un adiós definitivo, más bien un hasta luego. De hecho, hace meses que tengo metido entre ceja y ceja volver, quizás el año que viene después de mi graduación. Será un momento especial para ello. Todo dependerá de Mr coronavirus y también de Mr dinero.
¡Crucemos los dedos y nos vemos muy pronto Argentina. Chauuuu!