Amanecía en el diminuto pueblo de Ribera de Cardós, en medio del Parc Natural de l’Alt Pirineu. El silencio era abismal y las primeras luces del día se filtraban a través de las cortinas del comedor, que daban a un balcón en la parte trasera. Hacía bastante frío, quizás estábamos a 15 o 16 grados; algo que no era atípico para la época del año en aquellas latitudes, pero sí conformaba un contraste importante con nuestro extremo y acostumbrado calor mediterráneo. Yo me levanté el primero – como de costumbre – y fui a preparar el desayuno. Desde la ventana, se veía a dos o tres ancianos faenar en las huertas aledañas. Mientras terminaba de lavar los cacharros, el resto del grupo se levantaba entre murmuros y quejas. No habría una sola mañana aquella semana en que tardáramos menos de una hora y media en salir de casa, lo cual nos acabaría jugando «una mala pasada»; pero no nos adelantemos a los acontecimientos.

Ribera de Cardós al atardecer

Mientras terminaban de alistarse, Dayana me pidió que saliera a ver si encontraba un supermercado, una pequeña tienda o algo donde poder comprar un cepillo de dientes, porque se lo había dejado en casa. Valentina me encargó una caja de «galletitas», que en nuestro argot personal quería decir «compresas». Omar me acompañó. Justo en la puerta, junto a la carretera, habían improvisado un puesto con frutas y verduras traídas de las llanuras leridanas. Estaba bien saberlo. Cogimos el coche y dimos una vuelta. Ni supermercado, ni pequeña tienda de comestibles, ni panadería, ni nada que pareciese un comercio abierto y en funcionamiento. No lo entendíamos, en Ribera había dos hoteles y dos campings; de algún sitio tenían que sacar las provisiones, ¿no?. Al parecer se lo debían de traer todo por encargo porque la tienda más cercana estaba en el pueblo de al lado, a 9 km. Encontramos en Google Maps un colmado en el interior del camping que había en la entrada de Ribera. «Colmado» la verdad que se le quedaría bastante ancho a aquellas dos estanterías con productos de primera necesidad, pero oye, tenían cepillos, «galletitas» y un pequeño horno donde comprar el pan para los desayunos de media mañana así que satisfechos que nos quedábamos.

De vuelta en el comedor, todavía nos encontramos con gente en pijama. Por fin, subimos todos al coche a las once de la mañana y tomamos la carretera local 504 de vuelta a Llavorsí – el pueblo más grande de la zona – y desde aquí, la Comarcal 28 en dirección a Vielha. Recorreríamos entonces 28,3 kilómetros por una vía paralela al río Noguera Pallaresa, cruzando pequeños pueblos de carretera, lagos cristalinos y parajes encantados, hasta el inicio de la que quizás será la subida más famosa y dura de todo el pirineo: El Port de la Bonaigua. Una sinuosa carretera de montaña que asciende hasta los 2.072 metros de altura, donde se encuentra la estación de esquí del mismo nombre y que, antiguamente constituía, junto al túnel de Vielha, el único punto de acceso al Valle de Aran.

Port de la Bonaigua

Se nos abría por delante entonces una sucesión de estrechas curvas a derecha e izquierda con hermosas vistas panorámicas de los valles de Aran y Boí, sólo apta para los ciclistas mejor preparados y los conductores sin temblor en el pulso. A pesar de mis temores, Azulín aguantó sin problemas la subida y la seguiría aguantando las otras 4 veces que nos atrevimos a recorrerla en aquella locura de semana, esquivando incluso, alguna que otra vaca que se había adueñado libremente de la carretera.

En la vertiente atlántica, ya de bajada hacía Baqueira-Beret, nos encontramos con obras en la calzada y tuvimos que aflojar el ritmo y rodar con calma sobre el pavimento desnudo, para adelantar sin peligro a los camiones que transportaban los materiales de obra y seguir nuestra marcha. Entrábamos entonces en el increíblemente bello Valle de Aran, un lugar tan recóndito y de difícil acceso en la antigüedad, que incluso habían llegado a desarrollar sus propias costumbres y su propia lengua materna: el Aranès. Un habla proveniente del Gascón y de otras subvariantes del Occità, que está reconocida como cooficial en Catalunya (junto con el catalán y el castellano) y que se utiliza como lengua vehicular en todas las escuelas del valle.

Km 358. Hacia mediodía, llegábamos a la capital de la región y nuestra primera parada del día: Vielha e Mijaran, y aparcábamos en un parking de tierra junto a la carretera comarcal. Como todavía quedaban un par de horas hasta la comida, decidimos dar un paseo por el pueblo, acercarnos a orillas del Garona – uno de los pocos ríos de España que discurren dirección sur-norte – y recorrer su coqueto casco antiguo.

Río Garona a su paso por Vielha
Río Garona a su paso por Vielha
Centro histórico de Vielha

Un recorrido que fue corto, quizás algo más de lo que me hubiera gustado. Jhosselyn y yo nos quedamos con las ganas, por ejemplo, de entrar en la pequeña Parròquia de Sant Miquèu, construida entre los siglos XII y XIII. Más que visitar nada en concreto, aquella pequeña ojeada al centro histórico nos sirvió para acabar de familiarizarnos con la arquitectura de piedra y tejados de pizarra, tan propia del Pirineo y que ya habíamos visto en Ribera y repetiríamos en todo el viaje y para hacer algo de window shopping por los comercios araneses. A medida que se acercaba la hora de comer, también incluimos en el paseo la búsqueda de un restaurante. Entre varias opciones – todas con una buenísima pinta y precios razonables – nos acabamos decidiendo por la espectacular Brasería Nosati, en la avenida principal. Realmente no recuerdo haber comido y que nos hayan tratado tan bien en muchísimo tiempo, aunque decir tiene que el buen rollo ya estaba servido de antemano: al pasar por la puerta del restaurante la primera vez, nos paramos a leer el menú de la pizarra y cuando salió el camarero, a Dayana no se le ocurrió otra cosa que preguntarle que qué quería decir el «pan, agua, café o postre» del final de la tabla. Claro, la carcajada fue automática y muy sonora. Seguimos mirando restaurantes pero al final nos decidimos por la brasería y cuando entrábamos por la puerta de nuevo, el camarero nos recibió preguntándonos si ya habíamos averiguado el significado de «pan, agua, café o postre». Imaginad el cachondeo que se montó durante toda la comida que, al final, acabaron incluso invitándonos a los cafés. Si vosotros os decidís también por la brasería (no lo lamentaréis), os recomiendo que probéis la tradicional olla aranesa (un caldo con fideos y embutidos de la región), el cordero y/o la paella y de postre el espectacular tiramisú casero. ¡Todo delicioso! De verdad, si alguien de Nosati lee esto, muchísimas gracias por la experiencia, 10 de 10.

Paella de la Brasería Nosati. Foto cortesía de mi amiga Valentina

Tardamos un buen rato en levantarnos de la mesa. Entre el momento sobremesa, el calor que hacía fuera, el cansancio del día anterior y sobretodo, el atracón que nos acabábamos de meter, no había quien se pusiese de pie y reiniciara la marcha. Allá sobre las 16:00, conseguimos salir finalmente del restaurante. Habíamos estado hablando un buen rato sobre qué era lo que queríamos hacer por la tarde (aquel día había sido todo bastante improvisado) y habíamos decidido seguir dirección norte, adentrándonos un poco más en el Valle, para ir a ver unas espectaculares cataratas que había descubierto mientras preparaba el viaje y que, sin duda, sería una de nuestras mayores alegrías del día.

Dejamos Vielha atrás, siguiendo hacia el norte por la Nacional 230. A unos 6 kilómetros, justo antes del llamado Pont d’Arròs, en la rotonda frente al Hotel Peña, el GPS nos indicó que cogiéramos la primera salida y fue, entonces, cuando nos perdimos. Momentáneamente. El desvío hacía el Saut deth Pish o Cascadas del río Varradòs no es que esté escondido, pero el camino es tremendamente estrecho y hay que andar con ojo para no saltárselo. Nada más salir de la rotonda, hay que torcer a la derecha y os encontraréis de frente con el Camin de Varradòs, el sendero que en otros 11 kilómetros os llevará hasta la base de los saltos de agua. Un sendero muy, muy, pero que muy estrecho, por el que solamente cabe un coche y que asciende entre vertiginosos acantilados y paisajes de escándalo. No se lo recomiendo a nadie con vértigo. Allí arriba, entre montañas y prados, junto a una antigua ermita abandonada, se encuentra el parking de tierra del Plan des Artiguetes. Hay que dejar el coche y seguir caminando. A apenas 200 metros, cruzando el riachuelo Varradòs, se abre un inmenso campo de florecillas blancas que se pierden en el infinito. Una cabaña-refugio de madera preside la pradera y los bosques, situados al abrigo de las escarpadas cumbres grisáceas.

Plan des Artiguetes

Prado junto al Saut deth Pish

Km 375. Saut deth Pish. El rugir de la cola de caballo era atronador y distraía de cualquier delicado paisaje a la vista. Debimos encaminarnos por el improvisado sendero de tierra hasta la cima del terreno en pendiente y bajar por las escaleras hasta ponernos frente a la cascada. Unos 5 metros de agua salvaje caían libremente por la roca hasta una poza que estaba, casi literalmente, helada. Pese a encontrarnos a 4 de agosto, eran pocos los osados que se atrevían a bañarse y meterse bajo la catarata. Yo desde luego no fui uno de ellos. Dayana y yo, saltamos la barandilla y con cuidado bajamos por la pendiente de tierra hasta la base de la cascada. Y allí nos quedamos un buen rato, sentados, haciéndonos fotos y disfrutando de la espectacular belleza de la madre naturaleza, mientras nos dejábamos salpicar por la brisa cargada de gotas de agua.

Después desandamos desescalamos nuestros pasos y volvimos al sendero, no para marcharnos todavía pero para volver a nivel del río y buscar otra perspectiva más completa, que nos permitiera ver los tres saltos a la vez. Nos quedaríamos allí otros 20 minutos más, en silencio, mirando el agua correr, sin otra razón más que ser, estar y sentir.

Saut deth Pish

Al final tuvimos que despegarnos de la roca y volver al coche. Eran casi las cinco de la tarde y nos quedaban unos cuantos kilómetros, unas cuantas curvas, un poco de subida y una parada en el supermercado, antes de regresar a Ribera. Recorrimos la carretera de vuelta a Vielha, paramos en Mercadona y lo dejamos atrás. Cruzamos Garós, Arties, Salardú, el desvío a Bagergue y la estación de esquí de Baqueira, lugares que si bien no llegué a conocer, sus nombres revolotean ahora por el imaginario de la Vall d’Aran. Volvimos a subir el Port de la Bonaigua e hicimos una última parada en su cima antes de despedirnos de sus curvas y becerros. El sol empezaba a ponerse tras los picos desnudos y los últimos rayos brillaban en dorado sobre el pasto pajizo. Hacía frío, la temperatura había bajado de nuevo hasta los 15 grados y no llevaba abrigo, pero no me importó. Aquellas vistas espectaculares de los valles pirenaicos cerraban el día y yo no podía pensar más que en lo afortunados que éramos por dejarnos ser testigos de aquello. Los 5 días siguientes nos depararían más paisajes de postal, más curvas, más caminatas y más risas, pero el Valle de Aran permanecería presente en mis recuerdos, ya por siempre jamás.

Puesta de sol desde el Port de la Bonaigua

Gràcies, bona tarde e entà ua auta.

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