Fue en una excursión escolar cuando descubrí esta preciosa y encantadora villa marinera del sur de Francia. Partimos desde Barcelona una lluviosa mañana para lo que pretendía ser un día cultural y que se acabó convirtiendo en una magnífica y enriquecedora jornada.

Llegamos a la Jonquera a media mañana para nuestra primera visita: el Museo Memorial del Exilio. Allí pudimos descubrir casi de primera mano la historia de miles de familias que, huyendo de la guerra, caminaron decenas de kilómetros en dirección a la frontera francesa cargando consigo todas las pertenencias que pudieron reunir. Uno de ellos fue el fotoperiodista Agustí Centelles, quién metió todos los negativos que pudo en una maleta y corrió para ponerse a salvo. Consiguió que una familia, ya en Francia, escondiera la maleta en su casa y allí seguía años más tarde, con el fin de la dictadura, cuando regresó en su busca. El generoso acto de esta familia caída en el olvido permitió ilustrar los terribles hechos que tuvieron lugar durante la guerra y nos ayuda además a recordar para no cometer los mismos errores. En general una fascinante aunque entristecedora visita altamente recomendable.

Museo del Exilio

Tras el desayuno volvimos a la carretera y poco después cruzamos la frontera. Llegamos a Colliure a última hora de la mañana. Fue una genial primera impresión. La neblina invernal y la humedad de las últimas lluvias le conferían al colorido conjunto un aura especial, como de cuento de hadas. Al caminar por las calles vacías me sentí como si hubiera vuelto a los años cuarenta, antes de la llegada masiva de turistas, cuando los pueblecitos como este aun pertenecían únicamente a sus habitantes. Nos fuimos alejando poco a poco del grupo dejándonos llevar por nuestro espíritu aventurero y esa musicalidad que desprendían las calles bajo la luz de mediodía. Tras un largo y relajante paseo, mis amigos y yo decidimos comer en una recoleta cala de guijarros justo al otro lado del pueblo. Abrimos nuestros tuppers y nos sentamos a contemplar el ir y venir de las olas y las increíbles vistas que había desde ese escondite paradisíaco. Pero este precioso momento duró poco pues justo cuando habíamos acabado de comer, la lluvia arreció y salimos corriendo para ponernos a salvo. Acabamos bajo los parasoles de una terraza riéndonos como niños en la mañana de navidad. Cuando la lluvia amainó, decidimos volver junto al resto de compañeros antes de que nos sorprendiera otro chaparrón y nos sentamos en una cafetería completamente empapados para calentarnos con un buen café y unas deliciosas crepes.

Colliure

A media tarde y antes de regresar a casa, nuestros profesores nos condujeron hasta el cementerio local para nuestra última visita: la tumba de Antonio Machado. Ilustre personaje que, tras exiliarse con toda su familia, llegó a la villa un 28 de enero y murió unos días después en su habitación de hotel. Reunidos allí, todos en silencio, ante la sepultura siempre llena de flores de sus admiradores, escuchando atentamente uno de sus poemas. Qué mejor final para ese mágico día.

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: