Últimamente comprendo mucho mejor el valor del tiempo. Estos últimos meses no he invertido demasiado tiempo en mis estudios – quizá haya sido el año con el curso más corto de toda mi vida – y a pesar de ello, he estado más ocupado que nunca. Los exámenes, mi trabajo como pizzero, en mayo las prácticas… y mimar también mis amistades y mi vida personal. Lo sé: no debo dramatizar pues es lo que hacen el 99,9% de los humanos… El caso es que las horas han volado y las semanas han pasado ante mí como un coche de Fórmula 1. Es por eso que he aprendido a apreciar los pequeños ratos de tranquilidad y a aprovechar al máximo el poco tiempo libre que tengo. Carpe Diem, ¿no?…

También he aprendido que, a veces, esos momentos se deben buscar y forzar porque no llegan solos… En abril, apelé a la buena voluntad de mi encargada y conseguí juntar dos días seguidos de descanso durante las vacaciones de Semana Santa, los cuales aprovechamos para hacer una escapada en familia. Lo reservamos con apenas una semana de antelación y aunque todos los alojamientos estaban a tope, conseguimos encontrar un encantador hotelito en Empuriabrava, Girona.

Sí, ¡de vuelta en la Costa Brava!.

Empuriabrava

Llegamos el viernes santo al mediodía. Dejamos las maletas en nuestra habitación cuádruple del Hotel Castell Blanc, nuestro alojamiento para las siguientes dos noches, y fuimos en busca de un sitio donde comer. Recorrimos la calle principal del municipio, cruzado por decenas de canales, hasta dar con un local tipo australiano en el paseo marítimo. Empuriabrava es una pequeña localidad costera perteneciente al municipio de Castelló d’Empúries, que está a 5 km hacia el interior. Lo particular de esta macrourbanización, lugar de veraneo de la jet set por excelencia, es su composición a base de canales marítimos que forman la conocida como «Venecia catalana». Intentad imaginar, a vista de pájaro, un laberinto cuadricular, casi perfecto, de agua salada, casitas y apartamentos de colores y cientos y cientos de barcos de vela y de motor atracados en los muelles privados. Todo ello constituye, según Internet, la marina privada más grande de toda Europa. A nivel de suelo, esta imagen se intensifica aún más. Las «casitas» se vuelven mansiones y los barcos se convierten en objeto de todas las miradas; especialmente en Semana Santa, cuando se celebra la feria de embarcaciones de ocasión. Durante la exposición, los simples mortales podemos acercarnos a menos de un metro de lanchas motoras y motos de agua y fantasear un rato despiertos. Ay si me tocara el euromillón…

Después de comer decidimos dar un relajante paseo para familiarizarnos un poco más con la zona. Restaurantes de todas las nacionalidades y cientos y cientos de inmobiliarias atestan los bajos de los edificios de apartamentos. Parece ser que la burbuja no llegó a estallar en Empuriabrava. Seguimos vagabundeando un rato más y cuando el sol caía tras las olas del Mediterráneo y los reflejos de las coloridas moradas en los canales empezaban a desdibujarse, nos acercamos a otro de los restaurantes del paseo y encargamos una pizza.

Apartamentos y veleros en Empuriabrava

El segundo día se animó más la cosa. La gente decidió huir de los chubascos que asolaban el resto del país y/o comenzaron las vacaciones para el resto del mundo. Los restaurantes se llenaron de familias inglesas y francesas y Mercedes, BMWs, Porches e incluso Ferraris empezaron a desfilar por las avenidas. Mi padre se pasó toda la comida mirando por la ventana y comentando algo así como: «Oh mira ese», «bua y ese otro», «no no no, me compraría ese mejor»… Comparto su pasión por la automovilística de lujo pero en cierto momento, el nivel de riqueza que se olía en el ambiente llegó a parecerme incluso obsceno. Y para que nos crecieran aún más los dientes, decidimos montarnos en una turistada de barcos de alquiler sin licencia (15 euros por persona la hora) y recorrer los canales a nuestro antojo, «maldiciendo» a los propietarios casoplón tras casoplón. Fue como ver uno de esos documentales de «los más ricos de España» en primerísima persona.

Barcos de alquiler sin licencia

Pero a todo eso, no hay que dejarse impresionar por la superficie (y lo superficial). Aunque algo escondido, Empuriabrava aún conserva ese ambiente y estilo de vida marinero que lo definieron desde los primeros pobladores venidos de Grecia hasta mediados del siglo pasado. De hecho, sabemos cómo fue la vida aquí dos o tres milenios antes de Cristo gracias a las extraordinarias Ruinas d’Empúries. A apenas 20 minutos del centro, abre este interesante museo al aire libre donde se conservan algunos vestigios del primer asentamiento griego y de la posterior colonia romana: los cimientos de las casas, los baños públicos, vasijas, cerámicas, estatuas, columnas… Si os gusta la historia, esta es una visita que no os podéis perder. Sin embargo, mi fascinación y mi tozudez no fueron suficientes para convencer a mis padres de que volviéramos; ya las habíamos visto los cuatro y no había razón para repetir, ¡pues vaya!.

Avanzamos un poco en el tiempo y volvemos al paseo marítimo: aquí se conservan las huellas de unas antiguas casetas medievales que utilizaban los pescadores como refugio. Y ya un poco más cerca de nuestra era, permanece el curioso edificio del Club Náutico, construido a  finales de los 60 y que se ha reconvertido en bar y gimnasio. Curioso porque más que un centro marinero, parece una torre de vigilancia de aeropuerto. Desde el mirador, estoy seguro de que habría unas vistas alucinantes de la marina pero el camarero nos explicó que sólo abrían en verano; aunque una compañera del trabajo me aseguraría más tarde que en julio estaba igualmente cerrado.

Exposición de barcos y torre del club náutico
Torre del club náutico

Aquel segundo día lo acabábamos en la terraza del hotel, metiendo los pies en la piscina (no hacía tan buen tiempo como para meter el resto del cuerpo) y viendo como las avionetas despegaban desde el cercano Aeroclub y cinco minutos más tarde, numerosos paracaidistas caían haciendo florituras en el aire. Un rato después, otro paseo nocturno nos acercó a un bar deportivo, donde descubrí, caté y disfruté del más delicioso de los bocadillos inventados por el hombre: l’empordanès, pan con tomate y carrilleras en salsa. No sé cómo no llegué a casa rodando aquel fin de semana.

Y llegó rápidamente la última mañana del viaje. Aquella misma tarde volvía al trabajo así que no podíamos entretenernos demasiado. Aprovechamos para hacer una fugaz visita al pueblo de Castelló d’Empúries. Un encantador entramado medieval se enfila por una colina en cuya cima se haya la Basílica de Santa María. Lo primero que nos encontramos nada más llegar fue el antiguo lavadero porticado del siglo XIX, muy al estilo de los de Caldes de Montbui; después empezamos la subida y nos topamos con el Eco-museu de la Farinera, una antigua factoría de harina que funciona como museo interactivo, donde se puede descubrir el proceso de elaboración al completo. Dio la casualidad de que celebraban una jornada de puertas abiertas así que pudimos visitarlo gratuitamente. No hubiese imaginado que el trigo fuera tan interesante. Continuamos subiendo, cruzando el encantador y colorido barrio judío hasta la plaza de la catedral.

Portal de una casa en el barrio judío

Sin duda, lo más destacable de la fachada es su impresionante portón gótico de mármol color caliza, donde están representados los 12 apóstoles. Un encantador matrimonio francés me pidió que les hiciera una foto junto a la entrada. Me enorgullece que el turismo internacional empiece a interesarse por nuestro patrimonio histórico-cultural, más allá del sol y la playa…

El interior sigue las líneas de este estilo medieval: paredes lisas sin demasiada decoración, iluminadas siempre por los colores de los mágicos rosetones, especialmente bellos aquí. Al final, a ambos lados del altar mayor, el cual está encabezado por una espléndida lámpara de araña, se abren dos sencillas pero encantadoras capillas auxiliares totalmente dignas de admirar. Es, en su conjunto, una de las iglesias más bellas que haya visitado en Catalunya.

Detalles del pórtico gótico
Interior de la Basílica, iluminada por las vidrieras de colores

Salimos de Santa María y salimos del pueblo. Volvimos a Empuriabrava en busca de un restaurante donde comer y un chiringuito donde comprar una postal (mi hermano las colecciona). A las cinco de la tarde ya habíamos vuelto a casa y me preparaba para volver al trabajo. Había sido una escapada mega express, durante la cual no habíamos hecho más que dormir, comer y pasear. Sí, he aprendido a aprovechar el tiempo, pero es que a veces no hay nada mejor que «desaprovecharlo» con tu familia en un lugar tan encantador como Empuriabrava. Carpe Diem, ¿no?.

Casas d’Empuriabrava abocadas al canal

4 comentarios

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