«El patrimoni s’ha de viure» (el patrimonio se tiene que vivir); nuestra profesora de patrimonio cultural fue tajante en ese tema: no basta con conocer los fundamentos teóricos del arte, hay que vivirlo y experimentarlo; y tenía toda la razón. La necesidad imperaba, pero esos 6 créditos fueron los que me hicieron lanzarme finalmente a las calles y empezar a descubrir bien a fondo Barcelona.

¿Pero por dónde empezar a explorar? Ah qué gran dilema… Barcelona tiene tantas caras como personas la habitan, ahora lo sé y no es fácil decidirse sólo por una. Yo escogí la ciudad de Puig i Cadafalch y de Domènech i Montaner, la Barcelona de Gaudí y de otros tantos artistas … la Barcelona del modernismo, la Ruta del Modernismo.

Este particular movimiento artístico de finales del XIX y principios del XX, conocido en el resto de Europa como Art Nouveau, marcó y trazó la vida en la ciudad condal a nivel mucho más profundo y duradero que en el resto del país y del mundo. Aquí, el Modernisme fue toda una forma de vida mas que un simple estilo arquitectónico o decorativo. No creo que pueda explicar con exactitud hasta qué punto trascendió, habría que salir a la calle y verlo para comprobarlo. Y eso mismo hice: en abril comencé este maravilloso tour, que aun no he  finalizado y que me ha llevado a recorrer una de las ciudades más increíbles del globo en busca de las obras más bellas e interesantes de un arte ya perdido, pero no olvidado. ¿Queréis acompañarme? Pues seguid leyendo.

Un apunte antes de empezar: El recorrido y todas las paradas de la ruta han sido extraídas de la página web oficial del la Ruta del Modernisme, la cual pretendo recorrer y compartir con vosotros al completo. La ruta pasa por unos 130 monumentos y edificios modernistas de los más de 500 que había en la ciudad originalmente y que han desaparecido por diversas razones (la Guerra Civil, el paso del tiempo, el abandono, etc.) En este artículo presento los 21 primeros:

Parada 1: La Hidroelèctrica de Catalunya.

Hidroeléctrica de Catalunya

Cogí el tren hasta Plaça Catalunya y la línea 1 de metro hasta Arc de Triomf y nada más salir de la estación subterránea, a mano izquierda, me encontré el primer punto de la ruta: La Hidroeléctrica de Catalunya.

El edificio fue construido en 1897 por los arquitectos Pere Falqués i Urpí y Antoni Costa. Inicialmente, se proyectó como una central térmica de carbón propiedad de la Central Catalana de Electricidad, pero a medida que el siglo XX avanzaba y la ciudad crecía, las industrias fueron trasladándose a las afueras y el edificio pasó a contener solamente oficinas. En los 70 se rehabilitó para emplazar las oficinas de la Hidroeléctrica de Catalunya y hoy en día acoge la Sede Corporativa de Endesa, por la cual cosa no se puede visitar su interior.

El exterior no me parece especialmente bello, al menos en comparación con el resto de los monumentos de la ruta, pero sí que nos permite apreciar los elementos básicos de la arquitectura del hierro, el movimiento hermano del modernismo. Ambos estilos se caracterizan por el uso del hierro en la construcción pero, mientras que en los edificios modernistas se utiliza meramente como elemento decorativo, en los de la arquitectura del hierro es utilizado como material principal. Aquí, por ejemplo, las vigas de hierro y los muros de ladrillo visto, otro de los elementos clave del modernismo, soportan el peso del edificio y conforman su principal imagen. Y también de hierro son los barrotes de las ventanas y las decoraciones de la fachada. Es una introducción perfecta al mundo modernista.

Y algo súper curioso: al volver a casa descubrí que el hermano de mi abuela había trabajado toda su vida en este edificio. Es en cierta manera un círculo que se cierra con mi visita.

Parada 2: Casa Estapé.

Casa Estapé

Un poco más adelante, hay una rotonda donde confluyen los paseos de San Juan y de Lluís Companys, este último encabezado por el famosísimo Arc de Triomf. Torciendo la primera esquina a mano derecha se encuentra la segunda parada: La Casa Enric Laplana o Casa Estapé.

Data del año 1907, fue diseñada por Bernardí Martorell i Rius y constituye un ejemplo magnífico de lo que es el Modernismo: Formas, colores y decoraciones florales o inspiradas en la naturaleza, detalles y balcones de hierro forjado bien trabajado y revestimiento de azulejos, en este caso en la cúpula superior. ¡Una maravilla!

Pero a pesar de su espléndida belleza, pasa de lo más desapercibido para los viandantes. Inicialmente, la euforia me invadió: no había nadie y tenía toda la fachada para mí, para fotografiarla y disfrutarla con calma y sin empujones. Pero instantes después comprendí que quizá aquello no estaba del todo bien y sentí tristeza: la gente pasaba por delante sin inmutarse, sin levantar la vista y percatarse de la gran obra que tenía justo ahí. Una genialidad olvidada y mermada en importancia por su triunfante vecino. ¡Qué injustas son las masas! Pero bueno, al menos tendría mi atención por un rato.

Como el anterior, se trata de un espacio privado y no se puede visitar el interior. Aún así, me acerqué a la puerta con la intención de «espiar» el recibidor. En belleza, se encuentra a la altura del exterior; vemos más azulejos de colores y formas ovaladas. Quizá otra de las características de este estilo, aunque no escrita, es la calidad de los detalles y acabados. No se deja nunca nada al azar, todo está en el sitio perfecto.

Parada 3: El Castell dels Tres Dragons.

El Castell dels Tres Dragons

Cruzando el Arc de Triomf y bajando todo el paseo Lluís Companys, se llega al famoso Parc de la Ciutadella. Justo al entrar, a mano derecha, se alza el espectacular Castell dels Tres Dragons.

Este particular edificio fue diseñado por el genial Lluís Domènech i Montaner para la Exposición Universal de Barcelona de 1888 y cuesta creerlo pero, pese a su tamaño y su espectacularidad, fue concebido «solamente» como café-restaurante. Después de la exposición, fue abandonado y a partir de los años 20 se recuperó de nuevo para acoger el Museo de Zoologia de Barcelona. En la actualidad, se está remodelando y se está replanteando su nuevo uso.

Es de estilo medievalista, una subvariante protomodernista que intentaba recuperar las formas y figuras de la Época Medieval. Aquí esto se hace más que evidente: el edificio tiene la típica forma de un castillo cuadrangular con torres almenadas en sus esquinas. Es más, su nombre ya nos está diciendo qué forma tiene. Las paredes son, sin embargo, de ladrillo visto y no de piedra (como sería costumbre en el medievo), un elemento, como ya vimos, típicamente modernista.

Cuando yo lo visité, unos mantos cubrían la fachada lateral imitando su estado original, por lo que no pude contemplarlo en su mayor esplendor. En cualquier caso, es una obra de arte realmente digna de ver. Mi elemento favorito es, por otro lado, la torreta que culmina una de las torres, hecha de hierro forjado y cristales tintados en azul. Es una auténtica maravilla.

Parada 4: L’Hivernacle.

L’Hivernacle del Parc de la Ciutadella

Justo al lado del Castell dels Tres Dragons se encuentra l’Hivernacle del Parc de la Ciutadella. Fue construido también para la Exposición Universal de 1888 siguiendo los planes de Josep Amargós i Samaranch y se proyectó como una extensión del Museo Martorell de Geología y como salón de fiestas y conferencias.

Se trata de otro ejemplo de la arquitectura del hierro, con columnas y vigas de hierro que ayudan a soportar el peso del techo y rejas que cubren las ventanas de las naves laterales.

El recinto, por desgracia, está vallado y totalmente abandonado. Las plantas crecen a sus anchas y penetran por cada recoveco de la maltrecha edificación y los vagabundos se cuelan a dormir por las noches en busca de un poco de calor; lo sé porque fui testigo de como lo abandonaban por la mañana. Incluso el panel informativo que explica su historia está medio tachado y no se puede leer. Se trata de una imagen absolutamente lúgubre de lo que fue un día y ha dejado de ser, la verdad sobre el doloroso paso del tiempo y la soledad. Y si bien el edificio es igualmente bello, preferiría verlo renacer de nuevo.

Parada 5: L’Umbracle.

L’Umbracle del Parc de la Ciutadella

En frente del anterior se alza l’Umbracle, un edificio tipo invernadero/pajarero proyectado en 1883 por Josep Fontserè. Su raison d’être original era servir de espacio lúdico-cultural en complemento del mencionado Museo de Martorell. Sin embargo, las obras y su función quedaron interrumpidas con la llegada de la Exposición Universal, durante la cual se utilizó también como salón de fiestas y conferencias. Después de la «Expo», retomó su función original.

Más allá de su importancia histórica, se trata de un magnífico espacio de descanso que además da refugio a plantas y arbustos tropicales y subtropicales procedentes de más de 20 países distintos. Es en esencia un espacio encantador para sentarse a la fresca y olvidarse del ajetreo de la ciudad.

Interior del Umbracle

Constituye, por otro lado, otro gran ejemplo de la arquitectura del hierro, compuesto por dos fachadas de ladrillo visto, entre las cuales se abre una gigantesca estructura metálica abovedada. No se puede describir mas que como ¡una pasada!

Por desgracia también está en desuso pero a diferencia del anterior, se sigue manteniendo en perfectas condiciones de mantenimiento, lo que de verdad se agradece.

Parada 6. Molly’s Fair City.

Este es el ejemplo perfecto de como Internet no tiene siempre todas las respuestas. Si buscáis en Google «Molly’s Fair City», os aparecerán algunas reseñas muy favorables del pub y fotografías del antiguo local que ocupaba los números 7-9 del Carrer de Ferran. Pero realmente este ya no existe, no he conseguido averiguar el motivo pero el bar cerró y ahora lo ocupa otro distinto llamado Lennox the Pub. Sin embargo, sí se conserva la fachada de la segunda parte del local, de la cual destacan las ventanas ondulantes y por supuesto el color rojo. También son de interés los carteles de madera y letras brillantes y la magnífica barandilla de hierro fundido.

En el local de la derecha, estaba antes el Molly’s Fair City. Se conserva la parte izquierda

La decoración modernista es original de finales del XIX, cuando un empresario francés abrió aquí su tienda. Más tarde, en 1910, su nuevo propietario la convirtió en una charcutería y al cambiar de manos otra vez, en una tienda de regalos. Finalmente pasó a ser un bar de estilo irlandés.

Para llegar hasta aquí, hay que dejar ya el Parc de la Ciutadella y seguir todo recto hacia el este, cruzando Vía Layetana y la Plaça de Sant Jaume, hasta el final del carrer de Ferran, casi tocando les Rambles.

Parada 7: Las farolas modernistas de la Plaça Reial.

Farolas modernistas de la Plaça Reial

En el lateral izquierdo de les Rambles, se abre esta preciosa plaza porticada de edificios amarillos y bares con terrazas, que conserva el siguiente elemento modernista de la ruta. Hasta entonces, no me había dado cuenta de lo «solo» que había estado toda la mañana pero fue llegar a la plaza y toparme con cientos de turistas amontonados, empujándose unos a otros, luchando por un hueco para hacerse un selfie. Me quedó clarísimo, si no lo sabía ya, qué zonas son las más turísticas…

En cualquier caso, sobre las 11 de la mañana contemplaba las maravillosas farolas modernistas diseñadas por el genio Antoni Gaudí en 1879. Se trata de uno de sus primeros trabajos en solitario y son una vez más un ejemplo perfecto de la arquitectura del hierro. Están formadas por una columna de hierro que se separa en seis brazos, de los que cuelgan los candiles; decoradas con bellas y coloridas incrustaciones metálicas con motivos florales además de serpientes y un casco alado que las encabeza, ambos símbolos de Mercurio, el dios romano del comercio, una actividad sin duda ligada a la ciudad.

Aunque no son tan significativas como cualquiera de sus posteriores obras, conforman una introducción perfecta al peculiar mundo de Gaudí y a la siguiente parada de la ruta.

Parada 8: El Palau Güell.

Fachada principal del Palau Güell

Sólo hay que cruzar les Rambles y adentrarse en el Carrer Nou para encontrarse con el Palau Güell, el cual, adelanto ya, constituye una verdadera genialidad. A diferencia de las primeras paradas, para visitarlo, sí hay que pagar. Podéis comprar la entrada allí mismo, en la taquilla o hacerlo por Internet, a través de su página web. Yo recomiendo siempre comprarlas por antelación, así os libráis de hacer cola y podéis beneficiaros de tarifas reducidas por compra anticipada. El ticket general cuesta 12 euros pero yo adquirí el de estudiante por 9 euros.

Al entrar, lo primero que me encontré fue el control de mochilas y después el mostrador de entrada, donde me dieron gratuitamente una audioguía. No me han gustado nunca porque creo que se hacen demasiado pesadas y entorpecen, a veces, la visita pero en esta ocasión decidí cogerla y fue todo un acierto. El interior del edificio es realmente espectacular pero no hay casi ningún panel informativo, por lo que si no coges la audioguía, no descubrirás los fascinantes entresijos de la construcción.

Tramo de escaleras en el interior del palacio

La primera visita del edificio, construido entre 1886 y 1890 y diseñado por Antoni Gaudí, son los establos (hay que recordar que en aquella época no había coches, sino carros de caballos). Como ya adivinaréis, no son unos establos cualquiera, sino que se accede a ellos mediante una rampa descendiente a modo de parking subterráneo. Sus obras no se caracterizan solo por su belleza sino también por sus innovaciones tecnológicas y esta es la primera de ellas. Después, se visita el vestíbulo y se suben las maravillosas escaleras principales hasta el entresuelo, donde estaba la zona de despachos, los cuales no están abiertos al público. Y a través de otro espectacular tramo de escaleras (foto de arriba) se accede a las estancias privadas de la familia Güell: el comedor, el salón, la sala de billar y la sala de música. La decoración es enormemente bella y rica en detalles: altos techos, paneles de madera trabajada, esculturas, vigas de hierro forjado, vidrieras de colores, formas imposibles, muebles empotrados… Un recordatorio constante de la genialidad del artista catalán y su peculiar estilo decorativo. Al final queda claro que pese a ser contemporáneos, no podemos decir que Gaudí fuese modernista. Gaudí era Gaudí, simple y llanamente. Adoptó elementos y formas similares a los de sus compatriotas modernistas pero él les dio otra vida, otro uso… creó su propio estilo en paralelo al modernismo.

Techo de la Sala de los pasos perdidos

En el piso superior, encontramos los dormitorios del matrimonio y de sus diez hijos y en el desván, donde se alojaba antiguamente el servicio, hay una exposición sobre la vida del primer gran mecenas de Gaudí: Eusebi Güell. Hijo de un indiano catalán del cual heredó una inmensa fortuna, se casó con la hija de un rico industrial e impulsó aún más sus negocios y los de su suegro. Para que os hagáis una idea de cuánto dinero tenía, Forbes lo calificó como uno de los hombres más ricos de su época y calculó su fortuna (al cambio de hoy en día) en más de 70 mil millones de euros. ¡Una barbaridad! Y lo que hizo con el dinero fue invertir en arte y cultura (¡menos mal!), dejándonos algunas de las obras más importantes e impresionantes del país como el fascinante Palau Güell o la espectacular Colonia que lleva su nombre, en Santa Coloma de Cervelló.

La visita finalizó en la terraza superior, donde pude apreciar uno de los elementos más icónicos del artista: el azulejo, que revestían las preciosas y ondulantes chimeneas; y unas vistas increíbles de toda la ciudad. En total, la visita duró 2 horas y disfruté cada segundo como nunca antes lo había hecho. Sin duda, un must de Barcelona y de la obra de Gaudí.

Esto fue todo lo que visité el primer día, pero si era lo que me deparaba la Ruta del Modernisme, estaba impaciente por continuar…

Chimeneas decoradas con azulejos en la terraza del Palau Güell

Parada 9: London Bar.

El segundo día de la Ruta del Modernisme (que no consecutivo) lo empezaba en Plaça Catalunya. Todos los monumentos que me disponía a ver entonces estaban situados en la zona de les Rambles, una calle que sí conocía muy bien; o eso pensaba…

La 9a parada se encontraba en la misma calle que la anterior así que descendí la Rambla hasta el Carrer Nou y volví a pasar por delante del magnífico Palau Güell. Y qué desagradable sorpresa me llevé al llegar a la puerta del London Bar y encontrármelo cerrado. ¡Pues empezábamos bien! Después, fue leer el cartel de la entrada, que decía que no abren hasta las 17:00h y comprender que la culpa había sido toda mía por no informarme bien antes de empezar el segundo día de ruta. Claro, la gracia era disfrutar de la decoración modernista del local que Josep Roca i Tudó abrió en 1910, pero de esta forma me quedaba con la imagen de una fachada que pasa totalmente desapercibida para el turista que desconozca su existencia y que no es ni siquiera bonita.

Fachada del London Bar

Bueno, habrá que tomárselo con positividad: así me queda una excusa para volver.

Parada 10: Camisería Bonet.

De nuevo en les Rambles, en el número 72, se encuentra la antigua Camisería Bonet. Lo primero que adiviné al verla fue que aquel local ya no era una camisería; a través de las vidrieras se intuían figuras de porcelana expuestas en los escaparates así que decidí entrar a preguntar. Si bien tenía razón y aquello ya no era una boutique, sí conservaba aquella presencia y aquel ambiente chic de finales del XIX y principios del XX. No había nadie, sólo la dependienta, de origen indio o pakistaní (no le pregunté) que quitaba el polvo. Le pregunté si sabía cuando cerró la camisería y qué había pasado con ella pero me interrumpió diciendo: «Sorry, I don’t speak spanish». Aquello me desconcertó un poco, no soy quién para juzgar pero estábamos en plena Rambla de Barcelona… aun así continuamos la conversación en inglés. Un poco después se sumó su padre, que resultó ser el dueño y que tampoco hablaba una pizca de español. Al final averigüé que la camisería había cerrado más de diez años atrás y súper amables y considerados, me dejaron hacer una foto del interior de la tienda. Salí contento aunque algo contrariado: no es demasiado común que no hablen tu lengua en un negocio en tu propio país.

Fachada de la Antigua Camisería Bonet

La fachada, por eso, es digna de ver. Conserva los carteles de caoba negra de estilo vienés originales de 1890, cuando la familia Bonet decidió empezar a exportar las nuevas tendencias en moda que llegaban de Londres y París. Me fijé por casualidad en una losa del suelo, que databa de 1993 y hacía honor a la actividad de los Bonet y les otorgaba un reconocimiento especial por su labor para con Barcelona.

Parada 11: Café de l’Òpera.

Un poco más arriba, en el número 74, abre sus puertas el Café de L’Òpera, la siguiente parada de la Ruta. El negocio actual y su correspondiente estilo modernista tardío datan de 1929; sin embargo, anteriormente ya había habido un hostal, una chocolatería y un café dónde se juntaban la aristocracia y la alta burguesía después de una sesión en el vecino Teatre Liceu. La de ilustres clientes que habrá tenido e interesantes conversaciones que habrán oído sus muros… se puede decir, sin lugar a dudas, que es un edificio con mucha historia.

Café de l’Òpera, Barcelona

En el exterior se conservan los carteles originales y los paneles de madera de la entrada. Naturalmente entré para ver como era por dentro. ¡Simplemente espectacular! Me senté en una mesa y pedí un zumo de melocotón. Me lo hicieron pagar bien, 2,90€, pero valió la pena. Así pude disfrutar de las molduras circulares y los techos verdosos (un color asociado a la naturaleza), de las columnas y paredes doradas, de las lamparitas de cristal y de los paneles con cestas de flores y figuras de mujeres exóticas. Pregunté al camarero si podía tomar alguna foto, a lo que me respondió que sí con un gesto que indicaba que no hubiese sido necesario preguntar. Había turistas que se hacían selfies en otras mesas sin ningún tipo de pudor pero yo creo que es importante ser siempre prudente y respetuoso, al fin y al cabo es un espacio privado. Salí veinte minutos después en dirección a la siguiente parada, un poco más pobre pero con una gran sonrisa en la cara.

Parada 12: Hotel España.

Tragaluz del Hotel España

Al otro lado de la Rambla, en el número 9 del carrer Sant Pau, está el próximo edificio modernista de la ruta: el Hotel España.

Dos hermanos, los Riba, fundaron en 1850 la Fonda España y tras el éxito de su pequeño negocio turístico, en 1901 decidieron reformarlo y convertirlo en lo que es ahora. La rehabilitación duró tres años y corrió a cargo del maestro Lluís Domènech i Montaner, quien le confirió su maravillosa estética modernista.

Sigue siendo un hotel y por tanto uno no puede andar a sus anchas haciendo fotos. Según me informó la recepcionista, existe una visita guiada de 1 hora aproximadamente cada martes y viernes. Yo lo visité un miércoles así que no pude hacerla. Aun así, me dejó estar en el hall y hacer tantas fotos como quisiera e incluso subir un primer tramo de escaleras, en cuyo descansillo se conserva un mosaico original del siglo XIX. Fue realmente atenta y complaciente, un amor de mujer.

El interior es realmente precioso, los colores son de un rojo y verde pistacho intenso y las paredes del tragaluz están adornadas con motivos florales. El comedor, al que sólo me pude asomar a través de la puerta, es más impresionante si cabe y está pensado para imitar el océano: en la zona inferior de las paredes, hay un hermoso mosaico de madera que imita la arena de la playa y en la parte superior, sobre un fondo azul turquesa, hay dibujados diferentes animales marinos. En la pared del fondo, se aprecian las figuras de tres mujeres desnudas jugando con los animales. La sensualidad y gracilidad de la mujer, con curvas ondulantes y el cabello muy largo es otro de los elementos más representativos del modernismo.

Comedor del Hotel España

Parada 13. Hotel Peninsular.

Esta fue quizá una de las mayores sorpresas de esta primera parte de la Ruta. En la misma calle que el Hotel España, un poco más adelante, se alza el Hotel Peninsular. Solamente un cartel delata su ubicación, por lo demás podría pasar totalmente inadvertido. La recepción no era mucho más llamativa. A la izquierda había un gran mostrador, donde se sentaba la recepcionista. Me acerqué y le expliqué que estaba recorriendo la Ruta del Modernisme y que había leído que el Hotel era una de las paradas. Con una sonrisa me señaló las escaleras que había a mi derecha y me dijo que podía subir a la terraza. Aquella sonrisa ya se había repetido dos o tres veces aquel día. Era una sonrisa medio de sorpresa y medio de complacencia, que unida a algunas expresiones verbales, entendí que señalaba el hecho de que alguien de mi edad se interesara e indagara en el patrimonio de Barcelona, más allá de los puntos turísticos. No voy a negarlo, me sentí muy bien conmigo mismo…

Subí las escaleras despacio y con mucha expectación. Había visto fotos en Internet y ya sabía lo que venía a ver pero cruzar el umbral de la puerta y acceder a la terraza fue toda una experiencia. Sólo un inmenso wow pudo cruzar mi garganta y salir de mi boca. Realmente no hay palabras para describir aquel lugar. Juzgadlo vosotros mismos:

Terraza interior del Hotel Peninsular

En una de las mesas había una familia asiática, que no pareció inmutarse ante mi presencia. Se marcharon poco después y me quedé solo de nuevo. Estaba a 100 metros de les Rambles y las calles estaban abarrotadas de gente pero la sensación de soledad frente a los edificios modernistas era y había sido una constante durante toda la Ruta. Era inevitable preguntarse por qué no había tenido conocimiento de todos aquellos sitios mucho antes.

Como ya digo, pude disfrutar totalmente a solas de los suelos de azulejo blanco y negro, de las paredes verdes, blancas y amarillas, de las barandillas de hierro ondulante y de los tiestos de plantas que colgaban de ellas. Toda la decoración modernista databa de 1876, cuando el antiguo convento de la Orden de los Agustinos fue convertido en hotel. Se dice que aún se conserva un túnel secreto que conectaba con la Catedral que hay en la calle de detrás. Después de 20 minutos, descendí las escaleras y agradecí a la recepcionista que me hubiese dejado pasar, quien me contestó con otra sonrisa; y muy contento me encaminé hacia la siguiente parada.

Parada 14: Casa Doctor Genové.

Fachada de la Antiga Casa Doctor Genové

De vuelta en les Rambles, en el número 77, se emplaza la Antiga Casa Doctor Genové. Fue construida en 1911 por orden del Doctor Genové y a cargo de Enric Sagnier i Villavechia, para servir de farmacia y laboratorio farmacéutico. Se valoró mucho entonces la pericia del arquitecto al resolverlo tan bien en un espacio tan pequeño. Ahora y desde hace unos años, acoge un restaurante italiano en la planta inferior: el Pasta Market.

Lo más destacable de la construcción son los mosaicos de tonos azulados de la fachada, que me recordaron un poco al de los palacetes portugueses. El estilo modernista es algo más sutil aquí e incluso tiene algún tinte gótico o, mejor dicho, neogótico (el gótico es de los siglos XII, XIII y XIV) como el arco apuntado de la puerta y de las ventanas. No hay mucho más que decir, según mi humilde opinión, no se trata de un edificio espectacular, sino que tiene una belleza bien medida.

Parada 15: Antiga Casa Figueras.

Fachada de la Antigua Casa Figueras

En la misma manzana, en la esquina superior, se encuentra la Antigua Casa Figueras. Originalmente, era una fábrica de pasta que la familia Figueras compró en 1846. Más tarde, en 1902, llegó la reforma de estilo modernista de la mano del pintor y escenógrafo Antoni Ros i Güell y de algunos de sus magníficos colegas artesanos. Juntos, crearon la maravillosa fachada de tonos verdosos, utilizando la conocida técnica del trencadís: la técnica por excelencia del movimiento modernista que se basa en la composición de un mural ornamental con trozos de azulejos. También realizaron las preciosas cristaleras llenas de color y de sensuales figuras femeninas y el relieve de piedra de la esquina, que representa a una mujer cosechando el trigo (en honor a la actividad que aquí se desarrollaba). Y como ya es costumbre en esta ruta, también podemos ver vigas de hierro fundido decorando las puertas y los ventanales de arco redondo. ¡Toda una belleza de conjunto!

Actualmente y desde 1986, este espacio lo ocupa una pastelería, propiedad de la conocida familia pastelera Escribà. Lo cierto es que tuve que contenerme para no entrar y comprar alguno de los dulces que había expuestos en la vitrina porque tenían una pinta, umm….

Parada 16: Mercat de la Boqueria.

Entrada del Mercat de la Boqueria

Siguiendo en dirección norte, a mano izquierda, está la entrada al Mercado de San José, más conocido como Mercat de la Boqueria, la siguiente parada de la ruta. En el espacio que ocupa ahora el mercado, había un Convento de las Carmelitas, fundado en el siglo XVI. No entraré en detalles pero en 1835 hubo unas revueltas populares y el edificio quedó reducido a cenizas. Fue entonces cuando el ayuntamiento decidió expropiar los terrenos para construir una plaza, donde se emplazó el antiguo mercado al aire libre. La techada metálica y el maravilloso arco de entrada con coloridas cristaleras de estilo modernista fueron proyectados por Antoni de Falguera i Sivilla en 1914. Desde entonces se ha mantenido la actividad comercial y desde hace algunos años, se ha sumado además la actividad turística.

Si bien antes he comentado que me había encontrado solo delante de todos los edificios modernistas, aquí está la gran excepción. El Mercat es uno de los mayores focos turísticos de la zona de les Rambles y de toda Barcelona y por eso está siempre repleto de gente. Lo cierto es que me agobié un poco al ver tal multitud a las puertas del mercado y como ya lo había visto varias veces, decidí no visitarlo. Si vosotros sí lo hacéis, querría recordaros, como hice en el artículo de «10 cosas que ver en les Rambles«, que seáis respetuosos. Esta es una obligación que, por supuesto, debería extenderse a cualquier lugar o situación, pero especialmente a la Boqueria. Ocurre que es un mercado que continúa activo, donde la gente sigue yendo a comprar (aunque por desgracia cada vez menos) y los tenderos intentan ganarse la vida. Verdaderamente, no está pensado como un lugar turístico así que, por favor, no toquéis el género, sed amables con la gente de vuestro entorno y cuidado con las fotografías, porque pueden llegar a molestar tanto a los clientes como a los vendedores.

Mercat de la Boqueria

Parada 17: El Indio.

Un poco más adelante, empieza una calle transversal llamada Carrer del Carme. En el número 24 encontramos los antiguos Almacenes el Indio. No se tiene demasiada información sobre este local donde vendían productos de mercería; se sabe que abrieron hacia 1870  y que fueron reformados en estilo modernista por Vilaró i Valls en 1922. En 2013 cerraron y así se han mantenido hasta ahora. Se dice por ahí que están pensando en abrir un restaurante, pero no hay nada asegurado de momento.

Fachada de los antiguos almacenes El Indio

El edificio hay que decir que es precioso. La parte superior de la fachada es de color crema y está decorada con elementos de hierro oscuro. Se aprecian cruces con flores, la cara de un indio y palabras que indican qué se solía vender. En la parte superior, se conservan los carteles de los años 20 y ¡qué maravilloso trabajo de carpintería!

Parada 18: Bar Muy Buenas.

Fachada del Bar Muy Buenas

Este fue otro de los grandes descubrimientos de la Ruta. En la misma calle del Carme, en el número 63, está ubicado el Bar Muy Buenas. Las puertas de cristal y los carteles de madera pintados en granate y las letras plateadas y doradas ya hicieron darme cuenta de la antigüedad del bar y de su estilo modernista; pero fue entrar y sumergirme de golpe en el agradable ambiente añejo de la Belle Époque. Las mesas altas y los taburetes de madera, las botellas de cristal tintado, los barriletes de madera y los sifones me hicieron añorar por un momento una dulce época que ni siquiera he vivido. ¡Es la magia del Bar Muy Buenas!

Abrió en 1896 como una pesca salada y se transformó en bar, con su correspondiente reforma modernista, en 1924. He leído por ahí, que su anterior dueño por poco no acaba con todo ese encanto y la compra de los actuales propietarios lo salvó del destierro. Volvió a abrir hace un par de años y ahora luce sus mejores galas, como lo había hecho antaño.

La dulce camarera me dejo estar a mi aire y hacer las fotos que quisiera y me explicó además que algunos de los elementos que se podían contemplar, como la increíble barra de piedra que ocupaba todo el mostrador, eran originales del siglo XIX. Me quedé totalmente prendado de aquel sitio, al cual pienso volver segurísimo.

Interior del Bar Muy Buenas

Parada 19: Reial Acadèmia de Ciències i Arts de Barcelona. 

Volviendo de nuevo a la Rambla, en el número 115, se encuentra la sede de la Reial Acadèmia de Ciències i Arts de Barcelona (RACAB). Esta sociedad científica existe desde mediados del siglo XVIII pero no se trasladó a su actual emplazamiento hasta la última reforma del mismo, ente 1883 y 1894, cuyo arquitecto encargado fue Josep Domènech i Estapà. Este artista catalán utilizó elementos de las corrientes arquitectónicas de la época, como el modernismo, pero sin profundizar del todo en este. La RACAB constituye un ejemplo perfecto de su peculiar forma de diseñar, que ha sido descrita por los especialistas como ecléctica.

Fachada de la RACAB

En la primera planta abre sus puertas el Teatro Poliorama, sustituto del cine que hubo aquí desde finales del XIX hasta 1937. En el pórtico de entrada podemos ver dos columnas dóricas y sobre estas, en la fachada, se abren un falso balcón, algunas ventanas cuadradas y se observan distintas decoraciones florales hechas en terracota. En el centro, un reloj de 1895 marca la hora de Barcelona y al final, se alza un enorme cimborrio, que encabeza toda la construcción y en el interior del cual hubo un observatorio astronómico. Como ya veis, se trata de un modernismo más sutil que en los anteriores monumentos de la ruta pero que constituye una imagen igualmente bella. Muy probablemente, el estilo protagonista impere en el interior, al cual se accede en una visita guiada los miércoles y sábados por la mañana. Yo, sin saberlo, visité el conjunto un miércoles por la tarde y me quedé literalmente a las puertas del edificio. Otra razón más para volver.

Parada 20: Casa Elena Castellano.

Casa Elena Castellano

Para llegar hasta la siguiente parada hay que cruzar la Rambla y adentrarse en el carrer de Santa Anna, la última calle antes de Plaça Catalunya (o la primera, depende de cómo se mire).  En el número 21 está ubicado el penúltimo monumento de esta primera fase: la espectacular Casa Elena Castellano, que fue construida en 1907 por el arquitecto Jaume Torres i Grau como edificio residencial.

Como pasa con la Casa Estapé, mantiene su estatus privado original y no se puede visitar por dentro. Pero vasta con el exterior, que ¡es realmente una belleza!. La estética es plenamente modernista y recuperamos, después de una parada algo confusa, sus principales elementos: el ladrillo visto (de color caliza), las formas onduladas, las columnas con capiteles florales y las barandillas de hierro forjado. Faltan los colores naturales, tan característicos de este estilo, aunque realmente no los necesita para impresionar. ¡Simplemente espectacular!

Parada 21: L’Ateneu Barcelonès.

Fachada lateral del Ateneu Barcelonés

La sorpresa había sido una constante durante toda esta primera parte de la Ruta y la última parada no fue una excepción, aunque esta vez, para mal. El palacio Savassona, edificio que contiene al Ateneu Barcelonès, se encuentra en el carrer de la Canuda número 6, en paralelo a la Casa Elena Castellano. Al llegar, líneas rectas marcaban una fachada sobria y sin decoración. No me había pasado hasta entonces pero no era descabellado pensar que todos los elementos modernistas pudiesen estar en el interior. Cruzando un arco de piedra, se accede a un pequeño patio interior que parece ser la entrada principal. Ni rastro del modernismo. Había una pequeña exposición de instrumentos musicales antiguos y de las paredes colgaban unos paneles que explicaban la historia de los premios Creixell de literatura. Muy interesante, la verdad, pero yo estaba allí para otra cosa. Me acerqué al vigilante y le pregunté si se podía visitar el edificio. Me contestó con un simple no. Aquello no tenía sentido, ¿cómo lo iban a poner en la Ruta del Modernisme si no se podía visitar?. Insistí otra vez reformulando mi pregunta y detallando la razón de mi visita, pero recibí otra negativa. Sólo los socios podían entrar en el Ateneu y utilizar sus instalaciones. Mi única posibilidad era asistir a una de las Jornadas de Puertas Abiertas que se celebran cada año, pero por supuesto, la última había sido por Sant Jordi, el día anterior. Parecía una broma de mal gusto.

Me despedí de aquel edificio neoclásico, construido a finales del XVIII, y me encaminé de nuevo hacia la estación de tren de Plaça Catalunya. Una vez en casa descubrí que sí se podía visitar el Ateneu: dos veces al mes se organizan visitas guiadas para descubrir los elementos más emblemáticos del palacio, entre ellos, las pinturas, columnas y cristaleras modernistas diseñadas por Jujol durante la reforma del palacio de 1906. La visita cuesta 4 euros y se debe reservar con antelación, os dejo el enlace con toda la información. La próxima visita es el 12 de mayo. Quizá el vigilante no lo sabía (lo cual es de extrañar si trabaja allí) o simplemente no me lo quiso decir, nunca lo descubriré pero así tengo otro motivo más para volver a Barcelona.

Patio de entrada al Ateneu Barcelonés

Resumen de la primera parte de la Ruta Modernista.

Impresiones generales:

Se trata de una ruta fascinante con monumentos infinitamente bellos. Por desgracia, algunos están en un estado decadente o incluso han dejado de existir. Esto me hace pensar que quizá haga falta un poco más de esfuerzo y medios para proteger, conservar y divulgar nuestro tan rico patrimonio.

Itinerario e indicaciones:

  • Monumentos visitados: 21
  • Visitas que se han quedado a medias: 4.
  • Elementos modernistas identificados: Ladrillo visto, hierro fundido, naturaleza, colores naturales, formas y líneas irregulares, imágenes femeninas sensuales, carteles de madera con letras brillantes, azulejos de colores y trencadís.
  • Dinero gastado: 11,90€.

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