Venga Albert, que el lunes te voy a llevar a que veas el pueblo de Montseny y ya que estamos subiremos al Turó de l’Home… me dijo mi abuelo devolviéndome al planeta Tierra. ¿Qué? ¿Dónde? ¿Y eso por dónde cae? Bueno si se llama Montseny, probablemente estará dentro del Parque Natural…
Como tantas otras veces, cogemos el coche bien pronto por la mañana para aprovechar al máximo el tiempo y nos ponemos en marcha. Siempre que mi abuelo decide que va a llevarme a algún lado, la excursión se convierte en todo un viaje al pasado. Recorremos las carreteras (él odia la autopista) y pueblos mientras me cuenta anécdotas sobre esto y aquello y rememora sus días de ciclista amateur. En esta curva, tuvo un amigo mío un accidente y tuvimos que llevarlo al hospital… Aquí tu abuela se encontró una cartera con diez mil pesetas y nos invitó a todos a merendar… En este pueblo (Cardedeu) se hacen los mejores carquinyolis de toda Catalunya… Eso es un dulce hecho con frutos secos y miel… Yo miro a través de la ventanilla del coche y dejo mi imaginación volar, fantaseando con unos idílicos años 60 y 70 y un joven de 30 años que disfruta de la vida al máximo.

Dejamos atrás Sabadell y los múltiples polígonos industriales de alrededor y enfilamos por la carretera E-15 en dirección a Granollers enfrascados en una animada conversación sobre la evolución del equipamiento ciclista y en definitiva sobre el paso del tiempo. Progresivamente, las arboledas se espesan y se alternan con infinitos y hermosos campos de cultivo. La vegetación se hace más exuberante y las poblaciones más pequeñas. Poco después nos cruzamos con una placa metálica que indica el inicio de la comarca del Vallès Oriental. Otro mundo, menos urbanizado, menos explotado, más virgen que su hermana Occidental. Seguimos nuestro camino, aun nos quedan bastantes kilómetros hasta el Turó de l’Home. Media hora después entramos en el Parque Natural del Montseny. Imágenes de frondosos y mágicos bosques de encinas, alcornoques y pinos inundan mi mente… pero no vamos a hacer senderismo hoy, nuestro destino está un poco más cerca de las nubes. Dejamos la carretera comarcal y torcemos hacia el interior. De pronto, un pico ligeramente nevado aparece en el horizonte y sonrío. ¡Podré tocar la nieve! Hacía años que no la había visto. La proximidad de la zona del Vallès al mar hace que el clima sea mucho más templado que el del resto de Catalunya y la Sierra Prelitoral no deja pasar los grandes temporales procedentes de las tierras oceánicas. En resumen, si nieva en el Vallès es que prácticamente se acerca el fin del mundo.
Seguimos en dirección norte y nos adentramos en un paraje boscoso. La temperatura ha caído unos dos grados desde que dejamos la carretera comarcal. De repente, la carretera se estrecha y se hace más empinada, comienza la ascensión. Unos 20 minutos más tarde llegamos a lo alto del Turó del Home. Aquí, a 1.700 metros sobre el nivel del mar, la nieve se aferra a los márgenes sombreados de la carretera, el aire es más frío y cuesta un poco respirar, pero ha valido la pena. Las vistas que hay de toda la zona son impresionantes. Me quedo mirando los inmensos valles y las escarpadas sierras que hay a lo lejos. Uno se siente tan insignificante cuando contempla un paisaje de tal magnitud…

Hemos dejado el coche en un aparcamiento habilitado en el costado derecho de la carretera. Una valla impide el paso de vehículos hasta la cima. Hace unos años sí que se podía subir hasta arriba en coche pero la gente es tan descuidada que lo tuvieron que prohibir, me comenta mi abuelo, enfilando camino arriba. Unos metros más adelante nos detenemos y observamos la construcción que hay en lo alto. Lo que en su día fue una base militar, donde incluso algunos (los más desafortunados) realizaron la «mili», es ahora un observatorio meteorológico. También de aquí tiene anécdotas mi abuelo. Una larga vida otorga una gran sabiduría y/o una gran colección de historias que contar a los nietos. Nos quedamos a medio camino de la cumbre. No tenemos tiempo de subir y las desgastadas rodillas de mi abuelo tampoco aguantarían. No estoy decepcionado, me lo he pasado en grande y he quedado maravillado con la increíble panorámica que hay desde aquí.
Subimos al coche y comenzamos el descenso. Un hombre camina por el centro de la carretera y nos corta el paso. Nos hace un gesto con la mano indicándonos que esperemos un momento, se le ha escapado el perro, que corretea por el asfalto ajeno a nosotros. Cuando consigue cogerlo, se aparta y seguimos nuestro camino. Al pasar por su lado quedamos graciosamente sorprendidos: lleva un águila en el brazo izquierdo. Maldigo haber guardado la cámara. Antes de tomar la autopista (no hay más remedio) de vuelta a casa, hacemos una última parada en el pueblo de Montseny. Es encantador y está totalmente vacío, pero la parada tiene como objetivo comprar el pan para la comida y no tanto recorrer sus callejuelas. Mi abuelo entra en un bar para preguntar por la panadería local mientras yo hago unas fotos a la pequeña capilla y vuelve con una clara decepción en sus ojos y una sonrisa irónica. Justamente los lunes, todos los comercios están cerrados. Me encojo de hombros y subo de nuevo al coche.

Descendemos la montaña por una estrecha y sinuosa carretera que nos ofrece unas impactantes imágenes del nevado Pirineo de fondo. Seguimos en dirección norte hacia la aldea de Seva para después coger la C-17 en dirección a casa. No es que fuera una mañana especialmente provechosa, ni que hubiéramos vivido una extraordinaria aventura. En realidad pasamos la mayor parte del tiempo en la carretera pero disfruté como un niño y vi cosas que nunca antes había visto. Una señal que prohibía la recogida de piñas, ¿dónde se ha visto eso?. Una mañana divertida y entretenida en unos de los parajes más bellos de toda Catalunya… ¿Qué más se le puede pedir a una salida?