Visité el Algarve por primera vez allá por el 2015, en un viaje familiar con mis padres y mi hermano. Nuestra mentalidad e idiosincrasia viajeras eran muy distintas por aquel entonces: después de pasarse todo el año trabajando, a mis padres no les apetecía más que pasar unos días en familia, tomando el sol en la arena y sin más preocupaciones que a qué playa iríamos y dónde comeríamos después. Es una forma de viajar, claro lo dejo, completamente respetable, pero no podemos decir que sea el sumun del exotismo y la aventura. Siendo niños, lo pasábamos bien allá a donde íbamos, esa es una de las bendiciones de la infancia; pero a medida que fui creciendo y me fui permitiendo viajar para y por mí mismo, descubrí que yo quería mucho más: viajar más lejos y durante más tiempo, recorrer más, conocer más, experimentar más, perderme más y alucinar más…
Me hace gracia porque, para esta segunda vez en el Algarve, yo había planeado todo ese «más»: muchos más pueblos, muchas más playas, muchos más madrugones, muchos más kilómetros y muchas menos siestas. A la hora de la verdad, sin embargo, no pudimos hacer mucho más. Nuestra vida se había visto interrumpida durante los dos últimos años y en cambio, todos habíamos estado trabajando más duramente que nunca. En junio, terminábamos también nuestros estudios, pero a trompicones, sin una buena despedida que así nos lo dejase claro. Y con la llegada del verano y esas continuas y agobiantes olas de calor, acabó por invadirnos la morriña más mordaz y esa fatiga del que no hace nada y tampoco puede hacer más. No buscaremos muchas más excusas, por eso; esa semana en Portugal nos la tomamos con la calma más absoluta, porque así quisimos hacerlo. Dicen que al crecer, estamos destinados a repetir los pasos de aquellos adultos contra los que habíamos acometido y ahora, quizás empiece a darme cuenta de que, efectivamente, así es. Mamá, papá, quiero que sepáis que ahora, por fin, empiezo a entenderos un poco mejor.
En cualquier caso, atesoro de ambos viajes, algunos de los mejores y más divertidos momentos entre familia y amigos, así como increíbles recuerdos del que dicen ser, uno de los litorales más bellos de toda Europa. Y tanto si queréis vaguear unos días por la costa atlántica, como si preferís abordarlos con más ganas y energía, aquí van toda una ristra de lugares que no os podéis perder en un primer viaje por este, mi querido Algarve:
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1. Tavira.

Tavira es la primera ciudad importante que os encontraréis cruzando a Portugal desde España y para mí, se trata de una de las más bonitas de todo el Algarve. La zona estuvo habitada ya en tiempos de las grandes civilizaciones pre-cristianas: fenicios, celtas y romanos ocuparon sucesivamente estas tierras. Después llegaron los visigodos, los musulmanes y más tarde la Reconquista. Su época de esplendor llegaría, por eso, a partir del siglo IX de nuestro tiempo, cuando su posición estratégica a orillas del río Gilão y junto al Parque Natural da Ria Formosa y el desarrollo del comercio y la exportación con el norte de África y las futuras colonias portuguesas en la ruta hasta las Indias, propiciaría el florecimiento cultural y económico de una ciudad, que llegó a ser de las más importantes del país, tras Lisboa y Oporto. En los siglos posteriores, la graciosa Tavira iría perdiendo relevancia poco a poco en favor de sus vecinas andaluzas, pero mantendría su glorioso esplendor impreso en las preciosas fachadas de los edificios coloniales, en sus coquetas calles empedradas y en su famoso puente romano.


Así, esta antigua villa lusa merece, al menos, media jornada de nuestro tiempo y para visitarla, sin duda lo mejor es perderse sin rumbo por las callejuelas de su maravilloso centro histórico y dejarse llevar por el pausado ritmo de vida de sus vecinos. La víspera es uno de los momentos más interesantes para hacer esto, pues los últimos rayos de sol van tiñendo progresivamente las fachadas de preciosos tonos anaranjados y azulados y los locales se preparan para otro de los grandes hitos del día: la cena. La Praça del Doctor António Padinha, hogar de la magnífica Igreja de Nossa Senhora da Ajuda ou de São Paulo, es uno de los puntos clave donde degustar una maravillosa comida tradicional o quizás decantarse por algo más internacional como la cocina italiana o la india; en Portugal, o al menos en el Algarve, tienen devoción por la cocina india y os encontraréis restaurantes de este tipo por todas partes.
Muy cerquita de la ciudad, además, se encuentra otra de la que dicen ser parada obligatoria en esta zona oriental del Algarve: la Isla de Tavira. Esta es una lengua natural de arena blanca, bañada por el Atlántico y equipada con toda la infraestructura turística necesaria, a la que se llega fácilmente tomando un ferry desde el puerto de Tavira. Su atractivo principal son sus largas playas de arena dorada, que contrastan fuertemente con las pequeñas calas rojizas que tan característica hacen la costa del Algarve; hecho por el que muchos turistas la eligen para tomarse el primer baño del viaje. Nuestra primera experiencia en este aspecto, me temo que fue completamente desastrosa y es que nos encontramos la arena tomada por cientos y cientos de kilos de algas, en algo que se conoce en el Caribe como sargazo, lo cual nos impidió disfrutar del tan ansiado baño portugués. En cualquier caso, yo incluyo a La Isla de Tavira en este recorrido ya que es uno de los puntos más recomendados del litoral y espero y deseo que este mal suceso fuese algo meramente puntual.

2. Praias Secreta, da Ponta Grande y das Salamitras.

Como decía, el gran interés por visitar el Algarve recae, en gran medida, en sus increíbles calas de roca anaranjada, que a modo de Costa Brava portuguesa, colman todo el litoral sur del país, especialmente en su vertiente occidental. Sin embargo, la imagen que las agencias de turismo, así como muchos blogs de viajes insisten en vender, es la de playas de difícil acceso y casi vírgenes, donde cuesta hallar la presencia de otros bañistas. Pero como ya comprobaréis, sobre todo si viajáis en pleno verano como nosotros, esta es una imagen completamente utópica y la realidad es que es casi imposible no encontrarse la costa totalmente abarrotada de turistas locales e internacionales, a pesar de que, efectivamente muchas de ellas sí son de difícil acceso. Es normal por otro lado, hablamos de temporada alta en una de las zonas más visitadas de Europa. Aun así, uno nunca desiste en su búsqueda de la playa paradisíaca que le haga sentir como en un catálogo de viajes; y en nuestro incesante rastreo de un trocito privado de Atlántico, el último día del viaje encontramos estas tres maravillosas calas escondidas, muy cerca de Albufeira, que ahora me gustaría compartir con vosotros, así que poned la oreja y shhhh, prometed guardar el secreto:
La primera de ellas, de tan escondida y pequeña que es, recibe una gran cantidad de nombres diferentes: Praia do Ninho de Andorinha, Praia da Dédé o simplemente Praia Secreta. Además de su «difícil localización», es muy curiosa porque se trata de una playa «interior»: el arenal está como hundido en una pequeña ensenada, la cual está separada completamente del océano por un muro de piedra natural y el agua se filtra por un pequeño agujero en este y baña la cala de arena. Lo que sí que, más que para bañarse – porque al no dar demasiado el sol, el agua está helada – se trata de un spot fotográfico en el que detenerse un rato a descansar, ahora sí prácticamente en soledad. Para llegar hasta él, hay que dejar el coche aparcado en la Rua de João Guita, os dejo aquí la localización exacta, y bajar caminando. Tanto para esta, como para las siguientes dos, por eso, recomiendo que llevéis escarpines para los pies y cuantos menos bártulos de playa, mejor.

La segunda está pegada, pared con pared, a Praia Secreta por su lado derecho (mirando al mar) y su nombre es Praia da Ponta Grande. Esta sí se conserva prácticamente virgen ya que, por suerte o por desgracia, sólo se puede acceder por mar, en barco, kayak o incluso si os atrevéis, nadando desde la anterior playa. Nosotros no pudimos llegar a ella por este motivo y simplemente la disfrutamos desde lo alto del acantilado, viendo como decenas de aves marinas anidaban en la pared rocosa y se hundían en el mar cristalino en busca de alguna presa que llevarse al estómago. ¡Increíble!. Si vosotros tenéis la suerte de viajar por esta zona en barco o tenéis kayaks o algún tipo de canoa privada, este lugar debe ser TOP visto desde la arena.

Siguiendo hacia el oeste, nos encontramos con la tercera y última de nuestras playas «ocultas» recomendadas: Praia das Salamitras, donde acampamos lo que quedaba de la última tarde del viaje. ¡Y menuda última tarde!. Bajar a esta playa no es fácil, lo admito; hay que arrastrarse por la pendiente de roca y desescalar los últimos metros, agarrado a una cuerda que quién sabe cuanto tiempo lleva ahí, para llegar a posar los pies sobre el arenal. Yo incluso perdí las chanclas en el intento, pero os aseguro que el esfuerzo compensa con creces… Al llegar, nos encontramos a un grupo de amigos haciendo yoga, pero enseguida se fueron y nos quedamos los tres completamente solos en aquel lugar. ¡WOW! No había sentido nunca mayor sensación de libertad, de absoluta paz y de emoción, al correr por la arena como un niño, chapotear en la orilla y reírse a carcajadas en la toalla, sabiendo que, aunque sea por un breve momento, todo aquello te pertenece sólo a ti. Difícil encontrar más palabras para describir cómo vivimos las últimas horas de un viaje al Algarve, que ya nos había regalado tantos y tantos buenos momentos.

3. Praia da Marinha.
Ahora pasamos de los secretos mejor guardados del Algarve, a una de sus playas más famosas y reconocidas: Praia da Marinha. Y es que esta cala rocosa, situada entre Portimão y Albufeira, está considerada como la mejor de todo Portugal y se ha incluido sucesivamente entre las mejores de Europa e incluso del mundo.

Lo que hace tan especial a este lugar en concreto, es su ubicación y la belleza de sus paisajes naturales. Su delgada línea de arena, a la que se accede por unas empinadas escaleras, está rodeada por impresionantes acantilados de roca caliza que, a lo largo de los siglos, se han ido desgastando en múltiples formaciones naturales como arcos, cuevas e islotes. Además de todo ello, la playa está perfectamente equipada para todos los turistas que la visitan a diario, pues a pocos metros de ella hay un parking (que suele estar lleno) y al lado una zona de arena con más espacio de estacionamiento. Aquí, se suelen montar puestos de comida y bebida y en la misma playa, hay también un chiringuito. Por lo general y debido a su fama, suele haber bastante gente, pero tampoco tanta como para impedirnos el disfrute.

Nosotros llegamos a media mañana con todos nuestros bártulos y logramos hacernos un hueco entre el gentío e instalarnos a gozar de las frías, pero tranquilas aguas del Atlántico y del cálido sol veraniego. Allí pasamos buena parte del día, ensimismados en el ir y venir de las olas aguamarina, jugando a las cartas y en definitiva, deleitándonos con otro muy especial día de playa; hasta más o menos las seis de la tarde. En ese momento, decidimos recoger todo el tinglado y recorrer la cima de esos imponentes acantilados, en busca de otra perspectiva diferente y del lugar perfecto desde donde vislumbrar los últimos rayos de sol.

4. Praias de Albandeira y Estaquinha.
Para tan esperado momento del día, cogimos el coche y nos metimos por un estrecho camino de tierra, que desde el mismo parking de Marinha, reseguía la costa hacia el este. Este hubimos de dejarlo delante del Resort Villa Marinha y seguir a pie. A unos 500 metros y 7 o 8 minutos aproximadamente, se encuentran las calas de Albandeira y Estanquinha, dos de los mejores spots que visitar en un primer viaje al Algarve y otras dos joyitas más o menos escondidas que os regalamos en este artículo.

A la Praia de Albandeira se llegaba bajando una escalinata de madera y en su arena, descansaban los últimos bañistas del día, que se resistían a volver a casa. Sobre el promontorio rocoso que la protegía, se alzaba un chiringuito con terraza en el que otros pocos turistas se preparaban para la despedida del astro rey. Desde la misma playa, un túnel excavado en la roca conducía a la vecina Estaquinha, que por sus increíbles arcos de piedra y la belleza de su recogimiento, es mi favorita de las dos. Y sobre estos arcos que las separaban, nos sentamos a modo de mirador improvisado a disfrutar de una de las puestas de sol más espectaculares del viaje (aunque no la que más, seguid leyendo), mientras nos hartábamos de la sandía y los melocotones frescos que llevábamos en nuestros eternos compañeros, los tuppers. No se me ocurre un final mejor para un día, ya de por sí, memorable.


5. Cuevas de Benagil.
Siguiendo el recorrido hacia el oeste, a unos 20 minutos en coche de la Praia de Albandeira, encontramos otro de los hitos turísticos imprescindibles del Algarve y el que probablemente sea su postal más demandada: Las Cuevas de Benagil. Como su nombre indica, se trata de una cueva tallada en la roca, que acomoda una playa interior y en cuyo techo hay un agujero circular por el que se filtra la luz. Si bien, la belleza de tal fenómeno natural es imposible de describir con palabras y no se puede comparar con ningún otro lugar que yo haya conocido. Tampoco las fotografías alcanzan a hacerle justicia, así que simplemente, hay que ir a verlo en primera persona…

¿Y cómo se llega hasta tal proeza de la madre naturaleza?, os estaréis preguntando. Pues bien, la única forma de acceder a ella es, nuevamente, a través del mar. Podéis reservar una excursión en barco en alguno de los múltiples operadores turísticos instalados en el Algarve (aunque estas no suelen desembarcar en la cueva) o, la que es mi opción preferida, alquilar un kayak en la vecina playa de Benagil y recorrer la cueva y este trocito de costa a vuestro aire. Nosotros lo hicimos con la empresa Stance Up y la verdad que genial. Recordad, eso sí, reservar con antelación porque menudas colas que se forman en los puestos de alquiler en temporada alta. Aunque, después de la experiencia, os diría que si tenéis una mínima flotabilidad y queréis ahorraros los eurillos del kayak, podéis ir hasta la cueva nadando sin ningún tipo de problema. Son sólo 5 minutos y unos 300 metros. Eso sí, ya lo tendréis más difícil para llevaros el móvil, la cámara o los artilugios varios que requiera el postureo.
Y es que sí, casi con total seguridad os vais a encontrar las Cuevas de Benagil repletas, hasta la bandera, de turistas haciéndose la típica foto sobre el promontorio que hay bajo el agujero del techo, especialmente a mediodía, cuando el sol está en lo más alto y forma un halo de luz perfecto. E imagino que en tiempos pre-Covid esto debía ser incluso peor… Pero bueno, lo cierto es que tampoco importa demasiado; bajo mi punto de vista, es un lugar tan y tan especial, que no fastidia compartirlo con decenas de otros micro influencers y «pelear» un poco por el mejor spot. Eso, u os venís a las 5 de la mañana cuando no haya nadie. En cualquier caso, Benagil debería ser un must en cualquier lista y nosotros seguro volveremos en un futuro tercer viaje por el Algarve.

6. Praia do Carvalho.
Después de habernos maravillado en Benagil, cogimos el coche de nuevo y nos acercamos hasta la Praia do Carvalho, que de nuevo prometía ser un secreto bien guardado y de nuevo, de secreto no tenía nada. Aun así, confieso que esta encantadora cala «escondida» entre acantilados, acabó por convertirse, igualmente, en una de mis absolutas favoritas del viaje.

Quizás uno de los detalles más curiosos de este lugar sea precisamente su acceso: después de dejar el coche en el aparcamiento de la urbanización privada donde se encuentra la cala, hay que bajar unas escaleras de madera que parecen terminar en ningún sitio. Pero a la izquierda, se abre entonces un agujero en el suelo y a través de un empinado y estrecho paso excavado en la roca, se acaba pisando la doradísima y fina arena de la playa. Nosotros tuvimos suerte porque justo cuando llegábamos, se marchaba una familia numerosa y pudimos ocupar su espacio y acomodarnos bien a lo ancho. Ciertamente, no era una playa demasiado grande y como digo, nos la encontramos abarrotada de gente, así que tenemos que agradecer nuestra buena fortuna.
En fin, que allí nos entretuvimos lo que quedaba de mañana y buena parte de la tarde, entre baño y baño, juego y juego y salto y salto desde el acantilado. En aquel punto del viaje, además, ya nos habíamos hecho a las gélidas temperaturas del Atlántico y mientras la gran mayoría se amontonaba en la orilla, armándose de valor para meter solamente la punta del dedo gordo, nosotros disfrutábamos de las olas casi en soledad y tomábamos el sol agarrados a nuestro recién estrenado flotador hinchable. ¡Aaaaah, qué gusto!

Y al mediodía, por supuesto nos tomamos otra espléndida comida en nuestros eternos tuppers de colores. Hay que decir que, a diferencia de otras muchas, en Carvalho no había ningún tipo de servicio, ni baños, ni chiringuito, ni nada por el estilo y aunque eso le sume más puntos a su encanto, sí hay que ir bien preparado si se quiere pasar el día. Pero la verdad, ¡qué día se puede llegar a pasar! Praia de Carvalho, recomendadísima.
7. Lagos.
Poco a poco nos vamos acercando ya al final del Algarve y a unos 40 kilómetros de su punto más occidental, encontramos la preciosa ciudad de Lagos. A su coqueto centro histórico amurallado, a parte de a por su evidente belleza, le tengo un especial cariño porque fue el que nos acogió durante nuestro primer viaje por el Algarve y disfrutamos muchísimo paseándolo en familia y descubriendo sus rincones más encantadores, como la Praça Luís de Camões.


Esta segunda vez, sin embargo, me vi arrastrado de tienda en tienda por mis compañeras, quienes tras unos cuantos días perdidas entre playas y acantilados, no habían conseguido saciar sus ansias de compras veraniegas; y por ello no logramos más que hacer un tibio y endeble recorrido de dos horas por sus callejuelas más conocidas. Si vosotros pasáis por la zona, no cometáis el error de centraros sólo en su ámbito comercial, porque tras más de dos mil años de historia y continuas ocupaciones por parte de cartagineses, romanos, visigodos, árabes, cristianos y un posterior florecimiento colonial, su entramado empedrado nos ha dejado un buen número de joyas arquitectónicas y obras culturales, a las que vale mucho la pena dedicarle, al menos, un día de nuestro tiempo.
Y ya sea empezando por su paseo litoral, por alguna de sus iglesias de fachada blanca, por el espectacular Castillo de los Gobernadores o por cualquiera de sus encantadoras plazas a la sombra, no hay mejor forma de recorrer Lagos que simplemente dejarse llevar y perderse sin rumbo por su espléndidamente conservado casco antiguo. De camino, quizás halléis vosotros también ese rincón especial, que os haga enamoraros de esta villa atlántica y os impulse a volver una y otra vez.


8. Ponta da Piedade.
A pocos minutos en coche desde Lagos, se precipita otra de las visitas imprescindibles en un primer viaje por el sur de Portugal. Se trata, esta vez, de la Ponta da Piedade, un conjunto de formaciones pétreas que se agolpan sobre el cristalino mar y crean espectaculares arcos, grutas y cuevas naturales a modo de Cap de Creus portugués.
Si algún lugareño lee esto, ruego que me perdone por mis constantes comparaciones con mi preciada Costa Brava, pero es que creo que ambos litorales presentan realmente muchas similitudes; aunque desde luego en cuanto a belleza, ninguna de las dos tiene parangón.

En cualquier caso, para visitar este altar rocoso, existen un par de opciones, no excluyentes y a cada cual de ellas más interesante. La primera y la que llevamos a cabo en esta segunda travesía, consiste en recorrer a pie los acantilados por su parte superior y pararse a disfrutar de las alturas desde los diferentes miradores naturales. Si bien no apto para cardíacos, se trata de la mejor opción para tomar imágenes con mayor perspectiva y disfrutar de la zona sin ataduras, sin reloj y de forma completamente gratuita.
La segunda opción la probamos la primera vez que recalamos por estas costas y no es otra que subirse a un barco turístico para recorrer desde el mar las múltiples formaciones calcáreas. Ni que decir tiene, que es una alternativa mucho más tranquilita que la primera e incluso, dependiendo de la excursión que contratéis, os dejarán tiempo libre y unas gafas de buzo para que os zambulláis a explorar por vuestra cuenta los fondos marinos de la región.
Sea como fuere, imperdible la visita a Ponta da Piedade, la cual, por cierto, debe su nombre a la capilla que se construyó en el siglo XVI en honor a Nuestra Señora de la Piedad. Tal construcción ya no sigue en pie, pero se conserva todavía ese misticismo y esa fe que se sentía en este lugar por estar ligado al océano y que lo hace todavía más interesante. Si aún no habíais incluido a Ponta da Piedade en vuestros imprescindibles, ya estáis tardando.


9. Praia do Camilo.
Y sin comerlo, ni beberlo, llegamos de esta forma a Praia do Camilo, la última playa de este recorrido por los 10 spots imprescindibles para un primer viaje al Algarve. Esta se encuentra a 5 minutos de Ponta da Piedade, pero debo decir por eso, que de las 5 o 6 que he nombrado en este artículo, la de Camilo es quizás mi menos preferida; no por su belleza (al contrario) pero sí que, de todas, era la que encontramos más masificada. Aun así, sí que merece la pena bajar las 830.720 escaleras que hay desde el estrecho parking, para visitar este pequeño enclave entre hermosos acantilados de roca anaranjada.

Una vez abajo, como digo, nos costó un poco encontrar nuestro hueco y tuvimos que irnos hasta la última de las tres pequeñas calas conectadas por túneles, pero al final conseguimos instalarnos y lo cierto es que pasamos un día fabuloso. El agua estaba calmadísima y súper transparente y hubo un momento, que de tan relajado que estaba con el balanceo de las olas y el sol dándome de cara, pensé que iba a quedarme dormido.
Por la tarde, empezó a bajar la marea y pudimos acomodarnos un poco mejor y seguir con nuestro improvisado torneo de Uno, escachuflados en la arena como si estuviéramos en el sofá de nuestra casa. Al principio de aquella semana, reitero, me había costado un poco adaptarme a aquel «ritmo» de vida tan contemplativo y realmente tan poco provechoso, pero ahora que ya se veía venir el final del viaje, sabía que iba a echar de menos esa arena dorada, esas heladas aguas cristalinas y esas increíbles panorámicas rocosas en algunas de las mejores playas del mundo. No cabía pues más que abrir bien los ojos e inspirar ampliamente para llevarse a casa un trocito de aquellos aromas y visuales marinos, que tantas alegrías nos habían dado aquellos últimos días. Y así iba terminando el día, íbamos recogiendo nuestros bártulos y nos preparábamos para otro de esos acontecimientos que, sin duda, marcarían este viaje…

10. Cabo de São Vicente.
Para nuestra última parada de la ruta, hemos de remontar la Nacional 125 desde Lagos, en dirección oeste hasta Sagres, la ciudad más occidental del Algarve. Desde aquí, hemos de continuar todavía un cacho más hacia poniente, por una larga carretera medianamente asfaltada, que cruza un paisaje de roca semidesértico, el cual se alarga hasta donde alcanza la vista. En cierto punto, los coches empiezan a amontonarse a ambos lados de la carretera y en la lejanía, se ve levantarse un edificio de fachada blanca, tejado rojo y un foco que ilumina el horizonte. Se trata del Faro del Cabo de São Vicente, el lugar desde donde contemplamos el mejor atardecer de todo nuestro viaje.

Decidimos aparcar y continuar caminando. La temperatura había descendido notablemente y las corrientes marinas levantaban un frío viento que, en pleno verano, hacía castañear nuestros dientes. Por suerte, yo llevaba la chaqueta en el coche, pero mis compañeras las habían dejado en el apartamento – nadie imaginaba tanto frío – y hubieron de taparse con las toallas y los pareos de la playa, todavía húmedos.
Conforme avanzábamos y el cabo se iba estrechando en punta, se abrían a nuestro alrededor impresionantes acantilados de tonos cobrizos, que desembocaban dramáticamente en las bravías aguas del Océano Atlántico. Al sol le faltaba poco menos de media hora para desaparecer por completo y sus últimos rayos teñían el ambiente de un tono claroscuro, que dotaba al paisaje de una fascinante atmósfera de novela romántica.
Los cientos de turistas que se habían acercado hasta allí, se dirigían en rebaño hacia la parte derecha del cabo. Mi instinto, sin embargo, me decía que para disfrutar de esas panorámicas de postal que habíamos visto en Internet, debíamos dirigirnos al lado contrario. ¡Acertamos de pleno!. Sentados en la fría roca y acompañados de unos poquitos aficionados a la fotografía, vimos al sol hundirse lentamente en el mar, mientras sus destellos finales cubrían al solitario faro en un manto, rosado al principio y más azulado después. Terminaban nuestro día y nuestro recorrido por el Algarve de la forma más increíble que jamás hubiéramos podido soñar. Todavía me emociona aquella imagen y doy gracias por la suerte de haberlo podido compartir, en un año de pandemia más, con la gente que más quiero y aprecio en este mundo.

Más tarde aquella misma noche, sentados en la terraza de un restaurante italiano en Sagres, comentaríamos toda la jugada y sacaríamos a relucir, entre sonoras carcajadas, todas las aventuras y anécdotas vividas aquella semana y las pocas ganas que teníamos de volver a casa. Nos habíamos dejado por el camino incontables puntos en el litoral que de bien seguro se podrían colar en este TOP, además de una fascinante y poco turística zona interior que me moría por pisar. Pero suerte de todo ello, porque así teníamos varios motivos más para volver a seguir recorriendo el mágico y cautivador Algarve portugués.
Muito obrigado e até a próxima!