Hace relativamente poco tiempo que descubrí esta ciudad, cosa curiosa ya que vivo muy cerca. Sin embargo hasta hace algunos meses no me decidí a recorrer sus céntricas calles y plazas, quizá por falta de tiempo o quizá porque debido a la proximidad, uno piensa que va a tener muchas oportunidades de hacerlo más adelante. En cualquier caso, no me decepcionó, al contrario, creo que no había estado en una ciudad en cuyo centro se atesorara tanto; tanto que ver, tanto que hacer, tanto que descubrir… Un patrimonio cultural y podríamos llamarlo social, en el que merece invertir varias horas y todos nuestros sentidos.

Como co-capital del Vallès Occidental, junto con Sabadell, hecho único en Catalunya, ha sido siempre un importante núcleo industrial y una fuente de innovaciones, algunas de las cuales podéis admirar en el Museu de la Ciència i la Tècnica de Catalunya, que está asentado en un antiguo vapor textil en la Rambla d’Ègara, nombre de la antigua villa romana (de hecho los habitantes de Terrassa se siguen llamando hoy en día egarencs). Lo visité muchas veces con el colegio y os puedo asegurar que no hay lugar más entretenido e interesante para un niño. Coches y motos de principios de siglo, máquinas textiles, exposiciones de minerales, computadoras… mil y un objetos del siglo pasado conforman la increíble colección del museo.

Mercat de la Independencia

Descendemos unas manzanas y torcemos a la izquierda para adentrarnos, ahora ya sí, en el corazón de la ciudad. Primera parada: el Mercat de la Independencia, un edificio de estilo modernista donde acuden a comprar cada día cientos de personas. Su estructura interior de hierro fundido, la más grande de la ciudad, es simple pero bella y muy recomendable de ver. Una vez fuera, seguimos andando por el denominado Raval de Montserrat y nos topamos con el Ayuntamiento. Un imponente edificio neogótico en cuya puerta se celebran multitud de actos y manifestaciones como el popular baile catalán, la Sardana, durante las fiestas municipales. También aquí, pude ser testigo de como decenas de personas se agolparon, vela en mano, hace poco más de dos semanas para protestar contra la violencia machista que aún reduciéndose año a año, sigue causando la muerte de muchas mujeres y el dolor de muchas familias.

Fachada del Ayuntamiento

Giramos a la derecha en la siguiente calle y seguimos todo recto. Justo a la mitad, hay un callejón que lleva a una pequeña plaza donde se encuentra uno de los monumentos más curiosos e inverosímiles que he visto, además de ser mi favorito: la Torre de Palau. Sí, es literalmente una torre, la última que se conserva del antiguo castillo medieval  y que ha quedado encajada entre el resto de edificios del casco histórico. No sabría que más decir sobre ella, es simplemente extraña, ¿qué estaría pensando el último propietario cuando tras derruir el resto del edificio decidió dejar este trozo en pie? Sin duda es una escena que se debe contemplar por uno mismo.

Torre de Palau

Dejamos atrás la torre y seguimos adelante. La calle desemboca en un espacio más amplio, genial para hacer un alto en el camino, la Plaça Vella. Llena de bares como está, no nos costará encontrar uno a nuestro gusto donde sentarse a descansar, tomarse un merecido refresco y observar el ir y venir de sus habitantes. No recuerdo quién dijo que se puede aprender mucho de una ciudad observando a sus vecinos. En una de las esquinas se encuentra la sobria Catedral del Sant Esperit de Terrassa. Sinceramente no soy muy afín a visitar iglesias así que no sé cómo es por dentro, pero vale la pena al menos alzar la vista un segundo y analizar su arquitectura exterior.

Plaça Vella de Terrassa

Nos dirigimos de nuevo al Raval y entramos en el Carrer Sant Pere, calle comercial por excelencia y una de las más concurridas de la zona. Pero no me he llegado hasta aquí con el propósito de comprar sino de disfrutar del arte, en concreto del séptimo arte, y es que aquí se encuentra el maravilloso Cinema Catalunya. Para aquellos muy aficionados al cine, entre los que me incluyo, esta será una velada que no olvidarán fácilmente. Eso sí, previo aviso, este no es un cine cualquiera, sino que pertenece a la Red Europea de Salas de Cine, en las que se proyectan películas no estrenadas en las grandes salas, algunas en versión original, se organizan ciclos y actividades… para que nos entendamos, no vais a ver en cartelera el último estreno de Marvel, sin quitarles mérito a sus películas, de las cuales soy fan. Es un placer sentarse en las butacas rojas de la sala 2 (solo tiene dos salas) un viernes por la tarde cualquiera a ver un film francés o la última de la Coixet acompañado solamente de un par de parejas septuagenarias y algún adulto solitario. ¡Qué pena que ya casi no queden salas como esta!

Salimos a última hora de la tarde, pronto se hará de noche. Desandamos nuestros pasos en dirección a la Rambla, la cruzamos y seguimos unos pocos metros más hasta la última visita, el Parc de Sant Jordi. Aquí se encuentra la antigua Masia Freixa, hoy reconvertida en oficina turística, cuyas líneas y formas recuerdan a las obras del gran maestro catalán Antoni Gaudí. Nos sentamos en un banco, bajo la sombra de un árbol para ver como el sol desaparece tras los emblemáticos edificios de la ciudad y acaba un emocionante día más en la aventura de nuestra vida.

Parc de Sant Jordi

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