Sucedió un cuatro de febrero. Ante la todavía insistente incidencia del COVID, el Gobierno de Catalunya nos había impuesto el confinamiento municipal por tercera o cuarta vez. Aburrido en casa y hastiado por no poder salir a disfrutar completamente de las vacaciones de invierno, que todavía no habían terminado, decidí tomar la iniciativa y buscarme un entretenimiento. Aunque no convencido de encontrar algo que valiera especialmente la pena, salí a la caza de una visita que hacer en Terrassa. Una vez más, me dejé llevar por los prejuicios infundados sobre mi propia ciudad y una vez más, me equivocaría por completo…

Tras poco tiempo, me topé en Internet con el conjunto histórico-monumental de Sant Pere de Terrassa, del cual recordaba haber leído ya algo con anterioridad y del que pensé era el momento perfecto para ir a descubrir de qué se trataba exactamente. Para ello, llamé a Mónica, una de mis amigas del trabajo que ya había visitado el monumento en una excursión con la escuela y los dos nos pusimos en marcha inmediatamente. Al cruzar la puerta del museo y pagar la entrada en taquilla, nos elevamos unos metros del suelo y empezamos, automáticamente, nuestro viaje a través de los albores del tiempo…

Església de Santa Maria

Más de 2.000 años atrás, allá por los siglos III o IV antes de nuestro tiempo, cuando la cultura íbera se imponía en parte de la Península; un poblado llamado Ègosa brotó en este pequeño cerro sobre los torrentes de Santa Maria y Vallparadís. Después, llegaron los romanos a conquistarlo todo y construyeron varios asentamientos en la zona. Al conocido como Ègara, el Emperador Vespasiano le otorgaría el status de ciudad en el siglo primero. De aquel tiempo «sólo» nos han llegado algunas estatuas, silos, pozos, depósitos y restos de lo que se cree pudo ser una necrópolis. La edad dorada de Sant Pere no llegaría realmente hasta algún tiempo después, a mediados del siglo V. Con el Imperio en decadencia y el avance del cristianismo, que ya se había impuesto como única religión del Estado romano, se constituiría en esta antigua villa la sede episcopal del Obispado de Ègara, un nuevo centro de poder religioso que gobernaría las zonas colindantes durante una parte importante del alto medievo; y sería precisamente durante esa época que se construirían los primeros edificios del tan importante conjunto eclesiástico:

En lo que es ahora Santa Maria y sobre un antiguo templo precristiano, se levantaría primero una basílica y más tarde una catedral. Se elevaría también Sant Miquel, un templo de uso inicialmente funerario que se conserva prácticamente en su totalidad, además de una iglesia parroquial de tres naves que ahora llamamos Sant Pere, y de la residencia episcopal, la cual conectaba con los templos a través de corredores y de un patio central. De aquella primera fase constructiva, nos han quedado las espectaculares pinturas visigóticas de tintes rojizos de los ábsides de Santa Maria y Sant Miquel, una de las escasas muestras de este arte en toda Europa y tan bellas que, de haber podido, me hubiese quedado horas mirándolas embobado, quizás sin entender del todo su magnificencia, pero atraído por todo lo que representan… También de la misma época nos han llegado el cimborrio y la cúpula de Sant Miquel, que sujetados por columnas de piedra caliza decoradas con capiteles romanos, dejan con la boca abierta a todo el visitante amante de la historia y la arquitectura.

Església de Sant Miquel

Pinturas murales de entre los siglos V y VIII de la Església de Sant Miquel
Columnas y capiteles de la Església de Sant Miquel

Tiempo después, a principios del siglo octavo y con la conquista de la Península por parte de los sarracenos, el Obispado desaparecería y no volvería a recuperar su status quo ya nunca jamás. De hecho, no existiría otro Obispado en Terrassa hasta la decisión del Vaticano de recuperarlo en 2004 y conceder su sede a la Basílica del Sant Esperit. La actividad religiosa sí continuaría en Sant Pere durante los siglos siguientes, pero no sería hasta el XI que viviría su segunda época de esplendor. Con la Reconquista y la consolidación de la Corona de Aragón, se instalaría en Santa Maria una comunidad monástica de la Orden de Sant Ruf de Avignon, la cual impulsaría nuevas reformas en los tres templos. La Seu d’Ègara entraría entonces en la época del románico y se llevarían a cabo varias ampliaciones y remodelaciones que configuran las imágenes actuales de los templos pero que, en efecto, reducirían los tamaños originales de Santa Maria y Sant Pere. De estos siglos son sus respectivos campanarios y ábsides trilobulados, las exquisitas pinturas del Pantocrátor de Santa Maria y el increíblemente raro y fascinante altar pétreo de Sant Pere, recubierto de pinturas que representan a los cuatro evangelistas y que se han ennegrecido por el tiempo, pero que aun así configuran uno de mis elementos favoritos de la visita. Tan especial es esta pieza, de hecho, que los historiadores creen se trata de la única de su estilo en todo el mundo.

Pantocrátor en el ábside de Santa Maria
Altar pétreo de Sant Pere
Detalle del altar pétreo de Sant Pere

Posteriormente llegarían el Gótico y el Barroco, con sus retablos de madera y pan de oro respectivamente, y algunos adornos que se irían añadiendo a las capillas adyacentes, pero que no captaron demasiado mi atención durante la visita. En el siglo XIX empezaría a trabajarse en el estudio, la recuperación y la restauración de la Església de Sant Miquel; y en la década de 1900, esto se extendería a los otros dos templos, en parte gracias a la labor del arquitecto Josep Puig y Cadafalch, que ya bien conocemos en este blog y a otros grandes estudiosos de la época, que realzaron el valor histórico del monumento. En los 30 se declararía finalmente Monumento Nacional y en 1985 Bien de interés historico-artístico. Actualmente, la Seu d’Ègara forma parte de la oferta del Museu de Terrasa, que tengo intención de visitar en su totalidad en algún momento de este 2021 y el conjunto se ha añadido también a la lista de candidatos para ser reconocido como Patrimonio de la Humanidad, algo de lo que estoy seguro conseguirá más pronto que tarde.

Para finalizar la visita, entramos en las antiguas dependencias episcopales, que ocupan ahora unas excavaciones arqueológicas, las cuales han sacado a la luz una red de conductos y pozos de épocas pre-medievales; y una sala audiovisual con un maravilloso video explicativo que resume la historia de Sant Pere.

Y así tras un par de horas de apasionante visita y milenios de exploración, volvimos a posarnos de nuevo sobre el suelo y salimos de Ègara. El viaje había sido exhausto y la cabeza puede que doliese al intentar asimilar tan extraordinario recorrido, pero todo había merecido la pena. Todavía hoy, sigo asombrado por hallar una muestra de Patrimonio tan increíble y tan cerca de mi casa y contento por seguir asombrándome de esa manera. Intuyo que debo seguir indagando en el pasado de mi ciudad porque de seguro encontraré otras pequeñas joyas ocultas, como Sant Pere, que relucen en la oscuridad.

¡Cavemos, pues, para sacarlas a la luz!

Esglésies de Sant Pere de Terrassa

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