Cruïlles, Monells i Sant Sadurní, así es el verdadero nombre (curiosamente el más largo de toda Catalunya) de este precioso pueblo de la comarca del Baix Empordà. Para ser más exactos, es el nombre de tres pequeñas villas separadas entre sí por más de un kilómetro de carretera, que debido a su escasa población se unieron a mediados de los 70 en un único término municipal. Nosotros visitamos el segundo, Monells, y aunque sus encantadoras callejuelas y su entramado medieval son realmente dignos de ver, este adjetivo holliwoodiense es literal ya que aquí se rodaron los exteriores de una de las secuelas más famosas del país: Ocho apellidos catalanes.

Calle de Monells

Al caminar por sus pasajes admirando los hermosos edificios de piedra, intactos desde hace siglos, uno entiende a la perfección porque los productores se decidieron por este idílico lugar. El colorido de las casas, los arcos de sus calles, los pórticos de puertas y ventanas… nada podría ser más catalán, incluso un amigo extranjero me dijo que esos  tejados rojos tenían que pertenecer indiscutiblemente a Catalunya. Sin duda son pocos los pueblos que conservan esta belleza casi virgen; uno podría imaginar fácilmente como era la vida aquí hace cien años tan sólo con echar un vistazo y respirar el aroma de sus muros húmedos por el rocío de la mañana. Ha vuelto a la vida tras años de letargo gracias al rodaje y son muchos los niños que juegan ahora en su plaza mayor, especialmente los fines de semana. Pero como reza el proverbio cristiano, lo que Dios nos da, Dios nos lo quita, paradójicamente el inicio de la afluencia turística en la zona podría acabar destruyendo la esencia de la misma, si no se sabe llevar debidamente. En cualquier caso no podemos hacer otra cosa más que disfrutar del ambiente e intentar no perturbar la paz que aquí se respira.

Plaza mayor de Monells

Continuamos nuestro recorrido. El otro lado del pueblo, al que se accede cruzando el «moderno» puente de piedra sobre la seca riera, es igualmente bonito. Junto a la carretera, en uno de los márgenes se encuentra la sobria catedral local, que está cerrada y no podemos visitar. Desde aquí, uno se maravilla con las embriagadoras vistas que hay de toda la zona. Campos de conreo hasta donde alcanza la vista y no más intervención del hombre que el propio municipio y alguna que otra granja a lo lejos, todo bajo una romántica aura invernal. Encauzamos el camino de vuelta hacia la plaza principal, ya con hambre tras la caminata. No hay mucho donde elegir, sólo un par de bares-restaurantes, perfectos para tomarnos un refresco y unas patatas chips. Poco más; podéis comer aquí mismo pero los precios están por las nubes y conviene más coger el coche y tirarse a la carretera de nuevo, no sin antes olfatear por última vez esta relajante fragancia campestre, imposible de percibir en las grandes ciudades.

Tejados de Monells

Llegamos rápidamente a la Bisbal d’Empordà, la capital de la comarca. Están desmontando las últimas paradas del mercadillo local, pero todavía se puede sentir ese maravilloso olor a fruta y verdura recién recogida, lo que nos acaba de abrir del todo el apetito. Nos dirigimos al centro y entramos en un restaurante encantador junto al Pont Vell, construido en el siglo XVII sobre el río Daró. Tras la increíble comida (puede que me pareciera más buena por estar hambriento), decidimos no pasar la oportunidad de recorrer el centro histórico de la ciudad. Es increíblemente bello y me sorprendo pues no lo había visto antes en ninguna guía turística y no se me había pasado siquiera por la cabeza visitarlo. Las calles adoquinadas y los arcos del barrio judío me hechizan por completo, así como los colores de sus edificios, las fachadas de las iglesias de Santa María y la Pietat y el impresionante Castell-Palau, del siglo XI. Poco a poco dejamos atrás las vacías (totalmente vacías, sólo nos encontramos con dos personas) calles del centro al atardecer y nos dirigimos hacia el coche para volver a casa, sin olvidarnos de caminar bajo Les Voltes, un encantador conjunto de casas porticadas que constituyen uno de los emblemas de la ciudad.

Calle de la Bisbal d’Empordà

Pasamos un fascinante y cautivador día en el interior de la región, que superó todas nuestras expectativas. Por que, sí, Girona es mucho más que recoletas calas y pueblos blancos, mucho más que volcanes y que Dalí. Sus campos y pueblos medievales, alejados del barullo de las costas, son un destino más a tener muy en cuenta si viajáis a Catalunya.

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