Monserrat y San Nicolás son el cuarto y quinto de los barrios que trataremos en nuestro Buenos Aires barrio a barrio, después de Belgrano, Colegiales y Palermo.

Si bien geopolíticamente están separados, no se les puede tratar más que como la unión de dos barrios con solera, que configuran el centro financiero e histórico de la ciudad, acogiendo por ese motivo buena parte de los edificios y monumentos porteños más antiguos e interesantes, así como multitud de oficinas y sedes administrativas. De hecho, dentro de sus límites, la ciudadanía y la tradición popular gustan de llamar «Microcentro» a un área en específico de unas 60 cuadras queaunque no esté reconocido oficialmente como uno de los 48 barrios de la ciudad, es el mejor ejemplo de por qué Buenos Aires es conocida como la París de Latinoamérica. Largas y anchas avenidas franqueadas por cafés a la francesa, ordenan a la perfección este espacio cuadrangular donde, se dice, trabajan 4 millones de personas y que quedaría totalmente vacío los fines de semana si no fuera por los cientos de turistas que se acercan para pasearlo con calma. Cualquier paseo de los cuales, debe terminar o empezar irremediablemente en Plaza de Mayo:

Plaza de Mayo

Plaza de Mayo, Buenos Aires

Probablemente la plaza más importante de Buenos Aires y también la más visitada, se encuentra técnicamente partida entre los dos barrios porque la línea imaginaria que los separa y que coincide con la gran Avenida de Mayo, la cruza por la mitad. Sin embargo, dada su relevancia histórica y al ser uno de los núcleos principales de la ciudad, lo consideraremos como un conjunto turístico único e indisoluble.

Si empezamos por la vertiente oeste, lo primero que nos encontramos es el edificio del Cabildo, la sede del gobierno de la ciudad y las tierras colindantes en época colonial, desde su construcción en 1725 hasta el inicio de la Revolución de Mayo en 1810. Su imagen actual es fruto de varias reformas y mermas de patrimonio y en su interior se encuentra desde 1960 el Museo Nacional del Cabildo, que acoge varias muestras que ilustran la vida del edificio y el proceso de independencia de Argentina; aunque para entender mucho mejor que supuso este hecho en la historia del país y en sus habitantes, mejor avanzar hasta el siguiente monumento de la plaza:

Catedral Metropolitana

Frontal de la Catedral Metropolitana

Apenas 50 metros al este del Cabildo, se emplaza la espléndida Catedral Metropolitana. Se empezó a construir a finales del siglo XVII pero, a lo largo de los dos siglos siguientes, se llevaron a cabo diversas ampliaciones y remodelaciones que dieron como resultado la evidente e interesante mezcla de estilos arquitectónicos que podemos apreciar en la actualidad. En la fachada principal se distingue claramente el estilo neoclásico con su forma de templo greco-romano, las columnas y el frontón escultórico en relieve. El interior, en cambio, destaca por la enorme bóveda de cañón románica que cubre la nave central, también por las bóvedas de crucería y las vidrieras de estilo gótico y la eminente decoración dorada del barroco.

Más allá de la fascinante clase de historia que nos brindan sus muros y a pesar de no parecerme tampoco una de las iglesias más bonitas de la ciudad, su visita me regaló uno de los momentazos del día y del viaje. Tuvo lugar en una de las capillas adyacentes, lugar de sepultura de los restos del capitán José de San Martín, libertador del Chile y del Perú y una figura clave en la independencia de la Nación Argentina. Por aquel entonces, yo llevaba sólo unas semanas en Buenos Aires y aunque recordaba algo de las lejanas clases de historia del instituto, todavía no había investigado bien a fondo la importancia de su persona. Fue entonces cuando, ante mi desconocimiento y para mi sorpresa, me di la vuelta y encontré a uno de los visitantes llorando a lágrima viva, santiguándose y dedicando unas oraciones a los restos que allí se hallaban. A pesar de no compartir su exacerbado patriotismo, he de reconocer que me impresionó muchísimo aquel acto de solemne respeto, admiración y gratitud por aquel militar que, en efecto, luchó por una patria por la que podrían llorar las futuras generaciones. Y unos instantes después, fui sorprendido también por el cambio de guardia de los granaderos que custodian el sepulcro y que se realiza cada dos horas entre la Casa Rosada y la entrada del mausoleo. ¡No os lo podéis perder!

Sepulcro del general San Martín
Cambio de guardia

Casa Rosada

Si seguimos este paseo en el sentido de las agujas del reloj, pasaremos por delante de dos inmensos e impresionantes edificios, sedes del BBVA y el Banco de la Nación Argentina respectivamente, hasta toparnos de lleno con el que probablemente sea el edifico más importante, no sólo de la plaza y la ciudad, sino de todo el país: la Casa Rosada. El más importante, no sólo por su relevancia histórica, sino por ser la sede del Poder Ejecutivo de la Nación y contener el despacho del Presidente (que no su residencia). Y por si os lo estáis preguntando, sí, su nombre proviene del color de sus paredes: el rosa. No se sabe exactamente por qué decidieron pintarla de ese color aunque son dos las principales teorías:

La primera narra como el entonces presidente de la Nación, Domingo Faustino Sarmiento, al haber visitado con anterioridad Washington DC y la Casa Blanca, decidió pintar la casa del gobierno argentino para diferenciarla de esta y simplemente eligió el rosa porque era el color de moda en la época.

La segunda, que es la más popular, dice que las paredes se pintaron con una mezcla de cal blanca y grasa animal, que si bien había sido tratada y limpiada, quedaron restos de sangre y es de esa mezcla de la que surgió el color rosa, que se ha mantenido a lo largo de los siglos por tradición.

Casa Rosada

A falta de pruebas y documentos que pudieran apoyar cualquiera de los dos relatos, nuestra guía nos animó a creer en el que más nos gustara así que yo haré lo mismo: os lo dejo a vuestra elección.

Lo que sí os recomiendo es que hagáis la visita guiada para conocer el interior del edificio; además de ser muy interesante y la manera perfecta de ilustrar la forma de gobierno en Argentina y sus vaivenes políticos, es también una maravilla arquitectónica. Para disfrutar de ella, es imperativo que reservéis con un mínimo de 15 días de antelación (podéis hacerlo aquí) y que no olvidéis vuestro pasaporte o documento de identidad.

Visita guiada a la Casa Rosada

La Pirámide

Frente a la Casa Rosada, justo en medio de Plaza de Mayo, se encuentra uno de los monumentos más emblemáticos y sentidos de toda la nación: La Pirámide de Plaza de Mayo, una escultura esculpida en piedra de veinte metros de alto, construida para conmemorar el aniversario de la independencia. Más allá de su razón de ser inicial, lo interesante y al mismo tiempo doloroso, es aquello que sucedió y sucede a su alrededor. La última de las dictaduras militares padecidas en Argentina (1976 – 1983) se caracterizó por la fuerte persecución y represión contra las minorías étnicas y de cualquier tipo y de cualquier «enemigo» del régimen. Se estima que al final del periodo habían sido detenidas y habían desaparecido más de 20.000 personas, entre las que se encontraban indistintamente hombres, mujeres y niños. En protesta hacia los llamados «Comandos», encargados de dicha persecución, mujeres de todas las edades comenzaron a marchar cada jueves alrededor del monumento, llevando un pañuelo blanco en la cabeza como símbolo de dicha protesta y presión. Se había eliminado el derecho de reunión así que debían rodear todo el rato el monumento pues era ilegal permanecer en un mismo sitio. Todavía hoy en día un pequeño grupo se sigue manifestando cada jueves pues muchas de las víctimas siguen desaparecidas y en el suelo de la plaza se han pintados pañuelos blancos en recuerdo a la conocidas como Madres de Plaza de Mayo y su enorme pérdida.

Plaza de Mayo, vista de la pirámide

Monserrat

Este pequeño viaje a través de la historia y el tiempo termina de nuevo ante el edificio del Cabildo. Ahora, dejamos ya Plaza de Mayo y nos adentramos de lleno en el barrio de Monserrat. Tomamos la calle Bolívar y recorremos una cuadra hasta el siguiente monumento del recorrido.

Iglesia de San Ignacio de Loyola

En la esquina de Bolívar con Adolfo Sina, se encuentra esta maravilla de la arquitectura colonial, que resulta ser también mi iglesia favorita de toda la ciudad. Fue construida por la compañía de Jesús a finales del siglo XVII, aunque se le confirió su imagen actual en la reforma de principios del XVIII. La fachada principal y las torres laterales de color blanco son las originales de 1686 y constituyen los elementos arquitectónicos más antiguos de la ciudad de Buenos Aires. El interior sigue las delicadas líneas y la simpleza del exterior, a excepción del espectacular altar realizado en madera y pintado en azul y dorado. Lo más curioso, o al menos para mí, es que se viera representada la Montaña de Montserrat, en cuyo recinto monasterial había estado haciendo prácticas unos meses atrás, lo que despertó en mí, una vez más, aquel sentimiento de nostalgia y distanciamiento.

Iglesia de San Ignacio de Loyola

Según tengo entendido, existe una visita guiada gratuita para recorrer el interior de la iglesia y el claustro, aunque yo me presenté dos veces en el horario de visitas y no logré hacerla. No porque no llegara a tiempo, sino porque no encontré signo alguno del guía oficial y su «rebaño» de turistas. Por ello, me contenté con recorrer el monumento a mi aire y sin prisas, aunque sin duda debe ser interesante descubrir su historia a través de las explicaciones de un experto. Os deseo más suerte que a mí.

Librería Ávila

La alegría y el lujo de leer es algo que se ha cultivado especialmente en Buenos Aires y son muchísimas las librerías repartidas por toda la ciudad. Frente a San Ignacio abre una de las más especiales y antiguas y sin duda mi favorita: la librería Ávila. Un templo para los libros olvidados y de segunda mano que permanece intacto a pesar del amargo paso de los años. El primer negocio, de nombre «la Librería del Colegio» (a pocos metros se encuentra el Colegio Nacional) abrió sus puertas aquí en 1830, aunque el edificio actual, así como el negocio editorial datan de 1926. Es imposible no verse automáticamente transportado a los felices años 20 a través de su magnífica decoración Art Nouveau y del olor a historia que desprenden las páginas de sus reliquias manuscritas.

Escalera de la librería Ávila

En el sótano, al cual se accede por una espectacular escalera de piedra, continúa la colección. Los pocos que nos hemos animado a entrar, estoy seguro nos pasaríamos horas y horas rebuscando entre libretos, revistas y pasquines, algunos de los cuales tienen quizá más polvo del que deberían. Yo voy directo a la sección de viajes (¿cómo no?). Lonely Planet no ha conseguido todavía conquistar este pequeño espacio perdido en un caos de puntos y párrafos. Todo lo que encuentro son antiguas – antiquísimas más bien – guías de viajes sobre destinos que prometen experiencias intrépidas, pero que ya han sido más que explotados. Ay la añoranza del pasado… Salí sin comprar nada. Me tuve que controlar porque si no a la vuelta me hubiera pasado de peso en la maleta, algo que, por otra parte, acabó sucediendo de todos modos.

Librería Ávila

Edificio del Ministerio de Obras Públicas

Si continuamos avanzando todo recto por Alsina y dejamos atrás la conocida como Manzana de las Luces (por las instituciones pedagógicas que allí había), al final llegaremos a la mítica Avenida 9 de Julio, una de las arterias principales de la ciudad y sede de los famosos Obelisco y Teatro Colón; aunque no son estos monumentos los que nos atañen ahora. Frente a nosotros se levanta el monumental edificio del Ministerio de Salud y Desarrollo Social. Construido en los años 30, alojaba originalmente las oficinas del antiguo Ministerio de Obras Públicas hasta su disolución en 1991. Más allá de por su arquitectura y magnitud, es conocido por los paneles metálicos con la imagen de Evita Perón que lucen las fachadas norte y sur desde 2010. Fueron elaborados para conmemorar el bicentenario de la Revolución de Mayo e inaugurados en el aniversario de la muerte de Eva. Fue, de hecho, desde uno de estos balcones desde donde Eva Perón dio su famoso discurso de candidatura a la vicepresidencia, a la cual tuvo que renunciar 9 días más tarde por motivos de salud. Podemos escuchar su aun más famoso discurso de renunciamiento en el museo a su memoria, en el barrio de Palermo.

Probablemente, no podréis acceder al interior pues se trata de un edificio gubernamental, pero bien vale una visita para al menos admirar desde la calle este emblema de la ciudad, testigo del tremendo recorrido político del último siglo.

Edificio del Ministerio Obras Públicas

Palacio Barolo

A unas cuadras, en el 1370 de Avenida de Mayo, se levanta otro de los simbólicos edificios de Monserrat: el Palacio Barolo. Debo agradecer a Charly, uno de mis mejores amigos de la residencia, por descubrírmelo y recomendarme hacer una visita guiada (podéis comprar las entradas allí mismo), que se acabó convirtiendo en la más interesante y completa (también la más cara) de las que hice en los 6 meses que pasé en la ciudad. Aunque pueda parecer mentira, su imponencia y su peculiar estilo ecléctico no son lo que hacen de este edificio algo único. Debemos adentrarnos en las entrañas del que fuera el edificio más alto de Sudamérica, para hallar en aquellos detalles escondidos su particularidad más especial. Y es que su arquitecto, el italiano Mario Palanti, se inspiró en uno de sus paisanos más reconocidos para la construcción de tal pionera obra arquitectónica: Dante Alighieri y en su conocidísima obra, la Divina Comedia.

Fachada del Palacio Barolo

La visita comienza en el vestíbulo del Infierno, que inicialmente se concibió como un paso abierto que conectaba Avenida de Mayo con la paralela Hipólito Yrigoyen. Poco a poco, vamos subiendo por los nueve círculos del infierno y repasando los diez pecados capitales hasta los pisos centrales, que representan el Purgatorio. Al final encabezamos la torre, desde cuyo faro contemplamos una espectacular panorámica del Cielo de Buenos Aires, que nos regala hoy un día soleado y sin nubes a la vista. Una maravilla no apta para personas con vértigo y escasa movilidad. La visita termina en una terraza inferior donde nos agasajan con una limonada natural con hojas de menta y de vuelta a los pies del infierno para continuar descubriendo esta fascinante metrópolis.

Reflejo del cielo de Buenos Aires en el faro del Palacio Barolo
Vistas de Plaza del Congreso desde la torre del Palacio Barolo, una de las imágenes más famosas de la ciudad

Plaza del Congreso

Habíamos iniciado este pequeño tour por Monserrat en Plaza de Mayo y lo terminamos justo en el otro extremo, en la Plaza del Congreso, conocida, evidentemente, por ser la ubicación del Palacio del Congreso de la Nación Argentina, sede del poder legislativo. Encabezado por una enorme cúpula de color verde, se trata de uno de los Congresos más grandes del mundo, que personalmente me recordó mucho al Capitolio de Washington D.C. Existe la opción de realizar una visita guiada, los lunes, martes, jueves y viernes, bajo previa reserva (podéis hacerla llamando al número indicado aquí) aunque yo me contenté con admirar esta mole consistorial desde el exterior; que por otra parte estaba en obras y no presentaba su mejor imagen.

Palacio del Congreso

Turísticamente, reconozco que este punto no supuso demasiado en mi paso por Buenos Aires, pero lo he incluido en este tour por Monserrat porque políticamente es relevante y porque además, fue aquí donde desembocó la manifestación contra el Cambio Climático, en la que participé junto con dos amigas el pasado mes de Setiembre. Al final, esta plaza sí que fue, de algún modo, relevante durante mi estancia en la ciudad.

San Nicolás

Obelisco

Seguimos en Plaza del Congreso y sólo hace falta dar unos pasos desde el centro a la derecha para meternos en el barrio de San Nicolás. De vuelta en la Avenida 9 de Julio, nos dirigimos hacia el norte y recorremos unos cientos de metros. No harán falta tampoco muchos para toparnos con el que probablemente sea el mayor icono de la ciudad de Buenos Aires: el Obelisco. A diferencia de algunas piezas que podemos encontrar en capitales de toda Europa, este elemento arquitectónico es una reproducción de los años 30 y de hecho, nada tiene que ver con el antiguo Egipto y su cultura milenaria. Se construyó para conmemorar el 400 aniversario de la fundación de la primera Buenos Aires en 1536 y suscitó una polémica tan enorme entre sus habitantes, que en los años posteriores se propuso su demolición en varias ocasiones. Suerte tenemos de que se vetara dicha decisión porque, ¿qué sería la ciudad sin la efigie dónde todos los turistas quieren hacerse una foto? Más impresionante, si cabe, por la noche. ¡No os lo perdáis!

Obelisco de Buenos Aires
Obelisco de Buenos Aires iluminado por la noche

Teatro Colón

En la misma avenida, algo más abajo, se levanta otro de los grandes símbolos de la ciudad. Parece que este artículo vaya sólo del más antiguo, del más bonito, el más interesante… así que ahora vamos a hablar de teatros y más concretamente del Teatro Colón, que es considerado como uno de los mejores teatros líricos del mundo, a la altura de la Opera de París, la Scala de Milán y el Metropolitan de Nueva York. Mi intención para con el Colón había sido realizar una visita guiada por las entrañas de este templo de finales del XIX, pero las tornas cambiaron una vez más en este sorprendente viaje y me llegó una oportunidad única en la vida. Navegaba por Internet un día del mes de agosto, cuando descubrí que la compañía del American Ballet Theatre hacía una adaptación del clásico la Sylphide (no lo conocía inicialmente, pero se ve que es un clásico entre los clásicos) y todavía más importante, había entradas por menos de 10 euros. Tardé menos de un minuto en comprar un pase, ¿cómo resistirse?. A ese precio os imaginaréis que no eran abonos de palco o primera fila, sino de una esquina en el quinto piso, pero fue una experiencia inimaginablemente bella. ¿Qué más podría decir de mi primera vez en el ballet? Entré mucho más que emocionado y salí mucho más que sin palabras.

Teatro Colón por la noche

Al final, no conseguí encontrar el momento idóneo para hacer la visita guiada al pabellón, pero aquella experiencia fue más que suficiente y mucho más de lo que habría esperado en realidad. Si tenéis la oportunidad, ni lo dudéis: ¡id al Teatro Colón!

Para continuar con este recorrido, debéis desandar vuestros pasos hasta el Obelisco y desde aquí tomar la majestuosa Avenida Presidente Roque Sáenz Peña en dirección a Plaza de Mayo. La primera vez que me acerqué por aquellos lares, coincidió con el fin de semana de las PASO, las elecciones primarias argentinas. Los accesos en coche a Plaza de Mayo estaban totalmente cortados, los negocios tenían la persiana echada y las calles parecían un desierto de asfalto; no había ni un alma, excepto la mía, claro. Ya habréis comprobado que siempre me pasan imprevistos, pero esta vez más que decepcionarme o aburrirme, me pareció fascinante poder recorrer aquella parte de la ciudad de esta manera: disfrutando de aquel ambiente parisino a solas y llenando la memoria de la cámara sin prisas.

Avenida Presidente Roque Sáenz Peña

Café Tortoni

Para empaparos un poco más de ese estilo francés de la Belle Epoque, deberéis torcer a la derecha por Suipacha y acercaros hasta Avenida de Mayo. En el número 825 se levanta el Café Tortoni, otra joyita (nada oculta esta vez) de la historia literaria de la ciudad. Más allá de a su elegante y rica decoración, su fama se la debe al artista porteño Benito Quinquela Martín (recordad este nombre porque lo retomaremos en otro artículo), quien en 1926 fundara un grupo de estudio y debate literario-filosófico al que llegaron a pertenecer personajes tan ilustres y afamados como Jorge Luis Borges, Ortega y Gasset, Federico García Lorca, Albert Einstein e incluso el rey emérito Juan Carlos de Borbón. Sobre su nombre, una teoría asegura que proviene del famosísimo Café Tortoni de París, mientras que otra sostiene que el fundador se apellidaba casualmente Tortoni y decidió ponerle su nombre al establecimiento. En cualquier caso, sentarse a tomar un café, intentar adivinar lo que contarían sus paredes y sentirse un poco parte de la historia debe ser una experiencia ineludible para cualquiera que visite la ciudad.

Fachada del Café Tortoni
Barra del Café Tortoni

Centro Cultural Kirchner

El Centro Cultural Kirchner es el último punto de este fascinante recorrido por los barrios de San Nicolás y Monserrat. Para llegar hasta aquí, deberéis volver una vez más a Plaza de Mayo, cruzarla y dejar la Casa Rosada a la derecha. Un poco más adelante, en la Plazoleta del Tango, emplazado en la que fuera la sede del Correo Central de Buenos Aires, se encuentra este enorme centro multidisciplinar de arte, cultura y entretenimiento. Aunque lo había apuntado en mi lista de imprescindibles de la ciudad gracias a la madre de otro de mis amigos de la residencia, mi visita no fue más que otra casualidad del destino. Dos amigas se habían empeñado en aprovechar mis «dotes fotográficas» para revitalizar su perfil de Instagram y eligieron por casualidad y sin que lo supiera este interesante y fotogénico edificio como nuestro «set de rodaje» particular. Una tarde en la que, no sólo me colapsaron la memoria de la cámara, sino también disfrutamos de las múltiples exposiciones de arte moderno, de la mayor colección del mundo de bolígrafos y plumas y de la joya de la corona: el Chandelier; una especie de estructura interior revestida de una pared translúcida que imita un candelabro colgado del techo y en el interior del cual se encuentran un par de salas de exposiciones más.

Sala «le Chandelier»

Si queréis visitar alguna de las exposiciones intermitentes o asistir a alguno de los conciertos, aseguraos de reservar con antelación y si podéis, aprovechad para visitar el edificio al atardecer, cuando la fachada se ilumina en tonos lilacios a modo de faro interurbano.

Centro Cultural Kirchner, Buenos Aires

Para mi última recomendación y como ya hice con el primer recorrido, nos alejaremos del lado cultureta para adentrarnos una vez más en el mundo de la noche. En la calle Sarmiento abre el boliche Wax Buenos Aires, un garito pequeño pero muy rockero donde celebrar, quizá, una despedida porteña por todo lo alto. Si no una despedida, un hasta pronto, hasta el próximo Buenos Aires barrio a barrio concretamente.

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