Es muy curioso lo que nos ocurrió con Dublín. Cuando decidimos visitar Irlanda por primera vez (en realidad lo hicimos por sorteo), teníamos claro que queríamos conocer primero su capital y descubrir un poco la cultura irlandesa y en una segunda parte del viaje, desplazarnos a una zona más rural para explorar esos paisajes verdes de la Isla Esmeralda. Eso era en principio todo lo que sabíamos de Dublín: que era la capital del país. A diferencia de muchas otras ciudades como París, Florencia o Barcelona, con sus torre Eiffel, Santa María del Fiore y Sagrada Familia respectivamente, de Dublín no teníamos ninguna referencia, nos era totalmente desconocida. Así, nuestras expectativas no eran ni altas ni bajas, simplemente no teníamos ninguna. Esa fue quizá una de las razones por las que me gustó tantísimo: no existía en mi cabeza ninguna imagen de la ciudad, estaba completamente libre de prejuicios, lo que me hizo simplemente disfrutar de la experiencia sin preocuparme por nada más. Es posible que esto os pase a muchos de vosotros también, quizá no sabéis prácticamente nada sobre la ciudad o quizá sí, en cualquier caso ahí va un resumen de lo mejor de Dublín y de las razones de mi enamoramiento:
índice de contenidos
- Asistiendo a la universidad más antigua de Irlanda.
- Viajando al pasado en el National Museum of Ireland.
- Respirando aire puro y encontrándose con ciervos en plena ciudad.
- Visitando St. Patricks Cathedral y la Christ Church.
- Conociendo Dublín y los dublineses.
- Viviendo el ambiente nocturno de Dublín.
- Sintiéndonos como reyes en el Dublin Castle.
- Descubriendo a los artistas irlandeses en la Galería Nacional.
- Disfrutando del clima dublinés.

Asistiendo a la universidad más antigua de Irlanda.
Visitar el Trinity College es, según mi guía de bolsillo, el TOP 3 de las mejores cosas que hacer en el país. No se si estoy totalmente de acuerdo con ella pero es sin duda una visita obligada para todos los que vengáis a Dublín. El principal atractivo de este lugar es su absolutamente increíble Gran Sala de la Antigua Biblioteca. Sus estanterías de madera oscura, repletas de una infinidad de libros (unos 200.000), os trasladarán a otra época o en algunos casos os harán sentir como en una película de Harry Potter. Pero no es sólo la belleza de este enorme espacio, la biblioteca contiene manuscritos antiquísimos de incalculable valor histórico como por ejemplo una de las pocas copias que se conservan de la Proclamación de la República irlandesa o el famosísimo Libro de Kells. Este se trata probablemente del libro más antiguo del país, escrito en el año 806 por un monje de la escocesa isla de Lona y que contiene los Cuatro Evangelios del Nuevo Testamento además de preciosas ilustraciones y miniaturas en intensos colores sorprendentemente bien conservadas. El libro no se encuentra en la biblioteca sino en una antesala preservado en una vitrina a la que no se puede hacer fotos. Por favor, reservaos el postureo para otra ocasión y disfrutad de tal maravilla histórica. El resto del campus, fundado por la reina Isabel I en 1592, es igualmente impresionante y bien merece un paseo para descubrir los distintos edificios que lo conforman.


Viajando al pasado en el National Museum of Ireland.
Esta gran exposición de la historia y la cultura irlandesas se divide en dos museos: el Museo Arqueológico y el Museo de Historia Natural, a pocas manzanas uno del otro. El primero se enclava en un bellísimo edificio y aguarda una gran cantidad de objetos y manuscritos antiguos que harán las delicias de los amantes de la historia. Uno en especial nos llamó mucho la atención: una barca rudimentaria hecha de madera que los antiguos pobladores utilizaban para pescar y transportar ciertos materiales y que era la más larga de su clase en Europa. Es ciertamente interesante conocer la historia del país y la evolución de sus costumbres y creencias, desde sus prehistóricos habitantes, pasando por su pasado vikingo hasta la edad media, a través de objetos cotidianos y vestimentas de cada época. Toda una fuente de conocimientos.

El Museo de Historia Natural es una exposición un tanto menos ortodoxa y puede que algo criticable, pero sin duda una maravilla para los más pequeños y los no tan pequeños. Vitrinas y vitrinas repletas de cientos de especies de animales irlandeses disecados atestan las dos salas del museo. Es probable que todas las especies del país se vean representadas aquí. También encontramos miembros de otras especies del resto del mundo como leones, alces o leopardos. No sabría cómo describirlo, es algo entre curioso, divertido y escalofriante al mismo tiempo. Sin duda hay que ir para verlo; toda una muestra de naturaleza muerta.

Respirando aire puro y encontrándose con ciervos en plena ciudad.
Y pasamos de naturaleza muerta a naturaleza viva. Si por algo se conoce a este país es por sus increíbles paisajes siempre verdes; y por eso no podían faltar en este post esos pequeños vergeles de vida y paz que son los parques urbanos. Tres son mis favoritos: St. Stephens Green, Marrion Square y Phoenix Park. El primero se encuentra al final de la preciosa y animada Grafton Street (imagen de la portada), otro «must» de Dublín, y es probablemente uno de los rincones más encantadores y también más fresquitos de toda la ciudad. Pasear bajo las pobladas copas de los árboles o sentarse a descansar junto al estanque es toda una maravilla sensorial.

Junto a la Galería Nacional se emplaza Merrion Square, que a diferencia del primero, se trata de un gran espacio abierto perfecto para estirarse en el césped y puede que incluso echarse una cabezadita. Este también es el hogar de la estatua de Oscar Wilde, el famoso autor de El retrato de Dorian Gray o el Fantasma de Canterbury entre otras. En una de las esquinas del parque y sobre una roca, descansa su figura a color con un pose despreocupado y algo chulesco. También es interesante contemplar la muestra de arte que pintores locales instalan aquí todos los días y comprar, si el presupuesto os lo permite y hay espacio en el equipaje, un pequeño souvenir en acuarela.

El último es sin duda el rey de Dublín y de toda Europa, pues Phoenix Park es el parque urbano más grande del continente. Para que os hagáis una idea de su tamaño, nosotros tardamos tres horas en recorrerlo por completo en bicicleta (es más grande que Central Park). Hay cientos de cosas que hacer aquí: jugar al polo, cricket o fútbol, pasear junto a la residencia del primer ministro o la embajada de Estados Unidos, visitar el tercer zoo* más antiguo del mundo, tumbarse en el césped y dejar pasar el rato… Lo mejor de todo es alquilar unas bicicletas en uno de los puestos e ir en busca de sus ya famosos residentes: los ciervos o gamos europeos. Dejarse rodear por una de las manadas de estos encantadores cuadrúpedos es sin duda una de las experiencias más mágicas que vivimos en Dublín. Por fin hicimos realidad un sueño de la infancia y ¡conocimos a Bambi!. Eso sí, hay que recordar que a pesar de estar más que acostumbrados a la gente, son seres vivos libres en su entorno natural y como tal hay que respetarlos. Está prohibidísimo darles de comer y aunque mucha gente lo hace para atraer su atención, no hay que dejarse llevar por la fiebre del postureo. Os podéis acercar tanto como queráis e incluso tocarlos**, si se dejan, pero lo dicho: son animales salvajes, no están allí para nuestro disfrute.

Visitando St. Patricks Cathedral y la Christ Church.
No soy creyente ni tampoco fan de las iglesias pero en ocasiones visitarlas es otra forma de conocer un poco más de la cultural local; y estos dos templos cristianos forman parte esencial de la historia de Dublín e Irlanda. St. Patricks Cathedral, al sur del río Liffey, se haya en el lugar donde narra la tradición que San Patricio bautizaba y convertía al cristianismo a los infieles, siendo de esta manera uno de los más importantes símbolos y también una de las catedrales más bonitas del país. Cuando lo visitamos, el interior del templo estaba inmerso en una melancólica penumbra que le aportaba una belleza un tanto dramática, sólo compensada por la escasa luz que entraba por los rosetones y las cristaleras de color verde esmeralda. A parte de apreciar este más que cautivador encanto, es interesante también conocer un poco más de la historia del edificio así como de la fe irlandesa. ¿Sabíais, por ejemplo, que es la única catedral del país y de las dos Bretañas cuyo coro sigue actuando en dos misas diarias? Y es que la tradición musical del templo viene de lejos, desde que en 1742 su coro actuara en la obra El Mesías de Handel. No se puede venir a Dublín y dejar pasar la oportunidad de visitar este lugar. Toda una maravilla.

Después de St. Patricks, nos dirigimos dirección norte y entramos en la Christ Church Cathedral, la catedral más antigua de Dublín. Desde luego se nota que Dublín ha sido un enclave estratégico desde hace siglos pues muchas de las edificaciones más antiguas del país se encuentran aquí. El interior de este templo es mucho más sobrio que el del anterior pero el paso de los siglos se percibe enseguida. No tiene nada que ver con su apariencia, está en perfecto estado de conservación, pero es como si de alguna manera la historia pesara más que los propios muros. Sentí una especie de «claustrofobia histórica» por llamarlo de alguna manera. Lo más interesante se haya en el subsuelo, en la cripta, donde se conservan los llamados Tesoros de la Christ Church: piezas diversas donadas o regaladas a la iglesia, imagino que como agradecimiento a Dios y sus ministros, como por ejemplo el plato dorado, regalo del rey Guillermo III por la victoria en la Batalla de Boyne. En nuestra visita pudimos además admirar una muestra del vestuario utilizado en la serie Los Tudor, que utilizó en varias ocasiones la catedral como escenario.

Conociendo Dublín y los dublineses.
A diferencia de su clima, los dublineses, e irlandeses en general, son cálidos, agradables y muy pero que muy amables. Es probablemente el pueblo más respetuoso y atento que he conocido hasta la fecha. En todos los días que pasamos en el país, no paramos de recibir muestras de atención y afecto. Jamás me había tratado nadie con tanta cortesía como el recepcionista de nuestro hostal. Una trabajadora del Museo Arqueológico a la que le preguntamos por algún restaurante barato para probar la comida tradicional fue absolutamente complaciente e incluso dejó todo lo que estaba haciendo, nos acompañó al exterior mientras bromeábamos y nos señaló la dirección donde debíamos ir. La dependienta de un supermercado que nos oyó hablar (más bien gritar) en español se unió a la conversación y reímos un poco más (y más alto)… Fui a toparme con el irlandés más antipático justo cuando más lo necesitaba. La cosa fue así: No habíamos ido al baño en toda la tarde y la necesidad era ya grande. En la tienda de recuerdos donde nos encontrábamos no había lavabos y las dependientas nos dijeron que unos metros más abajo se encontraba la Galería Nacional, que allí había baños pero que nos diésemos prisa porque ya estarían cerrando. Efectivamente, los últimos visitantes ya salían por la puerta, aun así y con un inglés atropellado explicamos a la guardia que era una auténtica necesidad y nos dejó pasar avisándonos de que sólo teníamos cinco minutos. Corrimos por los pasillos hasta los baños y cuando llegamos, las chicas entraron en el femenino y yo me disponía a abrir la puerta del masculino cuando un guarda con cara de pocos amigos se me acercó y me impidió el paso. Yo no sé que cara pondría pero desde luego no fue de alegría. Intenté explicarle la injusticia de la situación y mi gran necesidad, pero no atendió a razones. Un par de minutos después, ellas salieron con un gran alivio en sus miradas y yo me quería morir. Mientras volvían de nuevo a la tienda de souvenirs yo me apresuré a entrar en un bar; en el lugar de nacimiento de los pubs tardé una eternidad en encontrar uno o así me lo pareció. Al entrar por la puerta, me dirigí a la barra y antes de que pudiera mediar una sola palabra y como si el universo quisiera decirme que la actuación de antes no era propia del carácter irlandés, la camarera me dijo toilets downstairs. Creo que nunca había dado tanto las gracias por nada antes. Bajé corriendo mientras ella reía tímidamente. Dulce camarera dónde quiera que estés y si lees esto: ¡GRACIAS!

Viviendo el ambiente nocturno de Dublín.
De Dublín y sus monumentos quizá no sabíamos nada pero la fama de sus pubs, de su cerveza y de su alegre vida nocturna sin duda le precedía. Nosotros no la vivimos demasiado intensamente, a pesar de que decidimos tomarnos el viaje con calma, llegábamos todos los días al hotel agotados después de estar todo el día caminando y visitando. Pero aun así, no quisimos perdernos esa otra faceta de jolgorio de esta gran ciudad. Si no recuerdo mal, fue el primer día cuando decidimos dar un paseo nocturno por el conocido barrio de Temple Bar, donde se encuentra el espectacular pub que le da su nombre. Al caer la noche, los farolillos se encienden y los escaparates de las tiendas y los bares de toda la ciudad iluminan las calles y las caras de los viandantes. Es una atmósfera completamente diferente, más mágica y seductora. No os lo podéis perder. Otra noche, estando en la cocina comunitaria de nuestro hotel, conocimos a una joven francesa de 27 años, Manuella. Enseguida entablamos conversación y mis amigas la invitaron a unirse a nosotros en la cena. Lo cierto es que de primeras soy un poco introvertido pero lo acabamos pasando muy bien. Hablamos de cine (ella se dedicaba a los efectos especiales), lenguas, política, deporte y un poco de todo. Incluso decidimos salir los cuatro juntos después e ir a un karaoke que habíamos visto junto al hostel. De noche, los dublineses ahogan su «seriedad» en alcohol y sacan a la luz su lado más gamberrete y divertido. Reímos a carcajadas durante un momento en especial, cuando un hombre, cantando micrófono en mano, sin desafinar una sola nota (tenía una voz envidiable) se acercó a nuestra mesa y se puso a bailar y a hacernos gestos graciosamente provocadores. Nosotros también nos animamos con una canción: La versión One Way or Another de One Direction. ¡Cómo desafinamos! y cómo reímos también. Pero lo cierto es que el nivel estaba altísimo, ¿a caso se habían juntado todos los buenos cantantes de Dublín aquella noche? Después llegó el turno de nuestra acompañante gabacha. ¡Espectacular! Su versión de My Hearth Will Go On de Céline Dion (la canción de Titanic) fue la más vitoreada y aplaudida de la noche. Lo pasamos de maravilla aunque nos quedamos un poco con las ganas de entrar en un auténtico pub irlandés, con música en directo y cerveza por doquier (para mí sólo Fanta gracias). ¡Volveremos!

Sintiéndonos como reyes en el Dublin Castle.
Este fue el lugar de residencia del Gobierno Británico desde el siglo XVI hasta la independencia de Irlanda en 1922. Desde entonces ha sido utilizado como sede de ceremonias del gobierno, visitas de estado y actos oficiales de la Unión Europea. En nuestra visita, contemplamos las estancias superiores donde se encontraban los apartamentos reales. Igual que en muchas otras residencias reales de toda Europa como el Palacio de Versalles o el Palacio Real de Madrid, los salones estaban ricamente ornamentados, llenos de alfombras, lámparas de araña, muebles rococó y todo tipo de detalles que evidenciaban la fastuosidad en la que vivían los monarcas. El castillo no es demasiado grande pero si uno de los más bonitos y «coquetos» que he visitado. Fue en uno de los salones donde la reina Victoria organizó una cena para más de 200 invitados, a la que no sólo asistieron los más altos miembros de la corte y la aristocracia, sino también gente del pueblo como albañiles, galenos y obreros en general. Siempre me han fascinado la vida y los actos de esta monarca, que rompió con mucha de las tradiciones de su época. Allí también encontramos un pequeño museo que conserva distintas obras y piezas de artistas irlandeses y durante nuestra visita, una muestra de la vestimenta tradicional georgiana. Para mí, lo más destacable y aquello por lo que os «pelearéis» por fotografiar es su impresionante pasillo dorado que unía las estancias privadas del Virrey. Toda una obra de arte y una más que recomendable visita.


Descubriendo a los artistas irlandeses en la Galería Nacional.
De todas las galerías y museos de arte que haya podido visitar, este es probablemente mi favorito. Su colección la componen una infinidad de obras de artistas franceses, italianos, británicos e incluso españoles como Picasso, de los siglos XIV hasta el XX. Pero para mi lo más especial de todo el museo fue la sección de artistas irlandeses, en la primera planta. Los cuadros reflejaban situaciones de la vida cuotidiana así como paisajes urbanos y campestres. Fue realmente interesante descubrir cómo vivían otrora las gentes de este hermoso pueblo y más interesante aun cómo veían y entendían a estos habitantes los artistas que plasmaron en sus obras aquellas situaciones. Disfruté muchísimo de la Galería. Por otra parte, hay que mencionar también que la belleza y la fuerza no se encontraban solamente en los cuadros, el museo en sí mismo, sus salas, fueron para mí parte fundamental de la experiencia. Algunas de ellas, pintadas en rojo pasión o azul oscuro, contrastaban fuertemente con los tonos de las obras expuestas. Toda una vorágine de colores y formas se fundían en un único espacio para, en mi humilde opinión, desconcertar y sorprender al espectador. Otra parte del museo que disfruté muchísimo y a la que llegamos casi al final de la mañana, fue la de los autores del siglo XX, mucho más cercanos a mi forma de entender y admirar el arte. La National Gallery fue la última de nuestras visitas en Dublín y ¡qué gran final! No podríamos habernos ido más contentos.

Disfrutando del clima dublinés.
Unas nubes grisáceas cubrían el cielo prácticamente todo el día y unos tenues y tímidos rayos de luz se filtraban a través de ellas iluminando ligeramente los bellos edificios de ladrillo rojo. La lluvia aparecía y desaparecía intermitentemente en forma de fuertes chubascos o escasa llovizna según pasaban las horas. El viento soplaba muy a menudo y nos enroscábamos aun más en nuestros chubasqueros para combatirlo. El contraste, al principio, fue muy fuerte y algo duro. Subimos al avión en Barcelona un 15 de agosto, estando a 30 grados, y aterrizamos en Dublín a casi la mitad de temperatura. «Sufrimos» un poco el primer día, las bajas temperaturas y las lluvias se cebaron con nosotros y minaron un poco nuestro ánimo, pero en cuanto nos acostumbramos a los cambios de humor del padre temporal, todo fue genial. La verdad es que vino bien un poco de fresquito después del cálido verano catalán y del insoportable calor de Florencia.

A pesar del frío, la ciudad y sus imponentes edificios no serían lo mismo sin la mágica y dramática aura otoñal que aporta este tiempo gris claroscuro. Caminar por esas calles centenarias bajo un solano mediterráneo del mes de agosto no sería en absoluto tan extraordinario y placentero como hacerlo bajo la luz que aporta el astro rey en estas latitudes. Los colores, más intensos que en la Península, y el rasgueo de alguna guitarra lejana unida a la voz ronca de aquel cantante callejero, hacen de un simple paseo toda una experiencia para contar, recordar y motivar otra visita a la ciudad. Dublín, espéranos porque volveremos.

*La visita al zoo de Dublín es una actividad que recomendé entonces pero que no volvería a recomendar en la actualidad gracias a los conocimientos sobre Turismo Responsable con Animales de los que dispongo ahora. Desde este, mi humilde blog, no quiero promocionar actividades de este tipo basadas en la «explotación» de animales en cautividad, cosa que sí sucede en el zoo de Dublín.
** También dije en su día que podíais tocar a los gamos, si se dejaban, cuando ahora sé que uno de los principios para realizar un turismo con animales responsable es no mantener ningún contacto directo con el animal en cuestión.
No os culpéis por haber participado en este tipo de actividades en el pasado, todos lo hemos hecho, pero pensad cuáles son las implicaciones de volverlo a hacer.